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martes, 31 de julio de 2012

7497.- INDIRA ANAMPA




Indira L. Anampa Santa Cruz (Lima 1989).  
Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad San Martin de Porres. Perteneció al Colectivo Comunidad Poesía en el Sur (Villa el Salvador-Lima). Publicó su plaqueta Noche en Marte (Ángeles del Papel Editores, Lima, 2009). Es parte de la Primera Muestra Colectiva de Lima Sur, Poesía en el Sur (Urbano Marginal- Editores, Lima, 2009). Parte de su poesía apareció en antologías nacionales e internacionales poéticas como: "Entre exilio y desierto-una muestra poética del cono sur de Lima"(Unión libre Ediciones),   De quenas y bandoneones 70 voces femeninas Perú-Argentina (Casa del Poeta Peruano), Suicidas Sub-21, Como verdes guitarras de eucalipto (Casa del Poeta Peruano), Nueva Antología Peruana Post-Hora (Ediciones Espartako), etc. Otros de sus  poemas aparecieron en diversos medios literarios, como Marea Cultural, Plumas y Pinceles, La Tortuga Ecuestre, Espartako, Vicio Perpetuo, Pohemia lux, etcétera.  Ha participado como Co-Locutora Radial del Espacio de Literatura y Arte,  Sólo para Locos (Radio Planicie). Próximamente publicará su primer poemario Patricia Leyton.





Viaje

Fumo
como quién repite el mito del hombre en las cavernas
Poseo un corazón que puede desdoblarse
Habitar en ti y en todos a los que me aferro
Con las uñas y la carne
A los que me hundo 
hasta fundirme en un solo movimiento
por el miedo a que mi sangre
fuese un espacio vacío entre mis venas.

Eso mismo es el taller del espanto
Sangre de mi sangre
Cuerpo de mi cuerpo
Un cántico cerrado
Desde mi boca hasta el estomago.

No te olvido
Y habito en otros
Hasta encontrarte.





Ciudad

Tu ciudad es una piedra helada, donde se aglutinan hombres como peces en un cesto. Sin calor sin alma y demasiada sal.  Mientras yo he dado tantas vueltas por el bosque que he perdido el rastro de vuelta. Perdí la voz, y solo quedo tu nombre para el viento, este me ha acompañado resonando durante el viaje. Tu ciudad seguirá siendo el mito de mujeres traspapeladas y animales mediterráneos. Un caballete abandonado y la pintura aún fresca en el piso de esta casa, un gran cesto de peces en medio de la habitación. No me llevé nada más del viaje. Ahora una sensación de desconsuelo y un teatro de vírgenes que se desgarran las piernas me circundan. Me hallo en una casa oculta tras el estigma de arboles si copa. Una vieja casa de palisandro, donde las mujeres yacen extenuadas y frías. Aquí hay más mujeres para enterrar. Nada de limpiar ni zurcir, solo enterrar. Las mañanas y la tarde me sofocan porque el credo de esta casa son aullidos y voces pantanosas.  Mis voces guardadas en el secreto de estos muros. He dormido toda la tarde, aún queriendo no hacerlo recurrí a invocar a las montañas un designio, una veta, una salida. La filosofía y los cerros guardan el fragor de las batallas perdidas, solo enseñanzas reciclables. Me voy. Me voy azotando las puertas con mi cuerpo, aun así, no estarás a seguirme. Te he pateado tanto en la espalda, las piernas y el rostro que mis falanges han desubicado su orden natural. Sé que andas escupiendo sangre, desbordando el amor por la boca. Casi al final de la aparición de la muerte, los peces escupen el anzuelo, otros simplemente son encontrados con el anzuelo en las entrañas. Escupirás tanto, que cuando tus labios sientan agrio ya me habrás de odiar. Me voy. Estoy yendo lejos y no necesito compañía si algún día me encuentras, no la necesitaré hasta que yo misma rompa mis costillas y no pueda caminar. Reventaré mis costillas de tantas caídas que me propinaré. Haré de mi cuerpo un barco abandonado, un barco sin capitán, marinero ni pirata. Un barco que en otros tiempos fue de guerra, pero que ahora vence a diario un naufragio y que solo es habitado por ratas como símbolo de existencia.






PATRICIA LEYTON

I

("Oh Señor, no es de la muerte que quiero huir sino de sus
          terribles modos")
José Watanabe
Patricia Leyton se miró al espejo
se quitó la ropa y se acostó frente al reloj
mientras recordaba la imagen de su cuerpo
no podía acostarse sola
necesitaba conservar la luz del mundo
entre sus dos piernas;
y al tocar  sus pezones
soñar con la gracia matinal
de la dulzura tibia del amor negado
de ningún hijo
que se le fue arrebatado por esas 20 mujeres
que su marido
ahogó entre sus sábanas.
Ella no podía dormir en esa cama
combinar su aroma con el hedor
de los demás roedores
que se alimentaban de los rezagos
del cuerpo de su marido,
tampoco podía
mezclar sus cabellos
con el pelaje de las fieras vencidas
ni henchir su ego
con la importancia de llamarse Patricia
a pesar de tener 40 años
y haber matado a su marido
conservar el mismo cuerpo de los 20
con huellas que nadie podía percibir
más que su espejo
su tacto
y  sus enceguecidos ojos.

“Mamá, no es de la muerte de lo que te hablo
sino en el terror  que me acoge
al pensar en sus formas;
hoy te abrazo
y mañana abrazarás
mi lápida de mil colores
no me llamaré Patricia
y los hijos que no tuve
se reducirán con los gusanos
perdidos entre el humus
y mi alma crepitando en el cajón
y mi último cuerpo…

Yo me pregunto
si la luz nunca se la di a nadie
entre mis dos piernas
y mis senos
no tienen la dulzura matinal
sino el pergamino arrebatado
y el morbo de mi marido
abandonado frente al espejo…
¿Qué ha habrá quedado de mi
en su memoria
¿Qué habrá quedado en la memoria
de esas 20 mujeres
que nunca conocieron
el amor?
nadie ha ganado nada
en este duelo de animales
nadie conoció el amor.
Despertar de
20 infames años de matrimonio
para desaparecer de nuevo
que solas estamos, madre”

Difícil camino que
Patricia se lleva entre sus cabellos
Y los ojos:
la ceguera heredada
de las mujeres
de otros tiempos.







Matriz

Repto por la arena,
por tu casa,
por tu piel
y
 tu lomo infinito;
tras el vaivén del tallo
sin sudor,
ni lágrimas en tu ápice
                                     (mirada rudimentaria)
en los días vagos,
en las mañanas sordas.

Sangra el cáliz por cada hoja
y yo abyecta,
autista en mi crudeza,
mimetizada en la saga verde,
 mustia  brizna del nardo,
                                         (sangrando por cada poro)




se va extinguiendo mi belleza
me voy haciendo parda.
En el funeral del sol
repto despacio la sombra de mi cuerpo
cubre vidrios escarlata al asfalto
mi  lengua cardo santo
 cicuta que no mata
te abraza en la llama de un verano de febrero
sin más testigo que tú
y tu silencio.






Seguimos mudando el cuerpo
en los jardines de alguna Alejandría,
asesinos de la mata sagrada,
conjurados en los vientos salinos,



                                                      (esfinge que mora en mi pecho)


se muta de los retazos de ingratitud.

Somos los aparecidos
de los  días que el viento sopla,

en el atlántico
y
yo
agonizando en el pacifico.



 Oh blasfemia infinita,
se ondulan los pétalos de la flor sin nombre,
se nos cae la divina culpa,
se nos resta el placer…

nos vamos despertando en otro cielo.





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