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miércoles, 22 de agosto de 2012

7563.- CARLOS LÓPEZ BELTRÁN




Carlos López Beltrán escritor y académico nacido en Minatitlán, Veracruz, MÉXICO en 1957. Autor, además, de los poemarios Entre los Intersticios (La Máquina de Escribir, 1981) y “Ciudad Erial”, en Postales (Colección Letras Nuevas, Sepcrea, 1986); como traductor es autor de La Generación del Cordero, (selección, traducción e introducción –con Pedro Serrano–, Trilce Ediciones, 2000). Es también autor de El sesgo hereditario (UNAM, 2004) y La ciencia como cultura (Paidós, 2005).





Hembras desarboladas

Han regresado a la carne y la sangre
de roedor todavía tibia se ha vuelto
su golosina favorita. Ya perdieron
las enzimas para esa digestión
y se dibujan anillos guindas
en torno de sus ojos y sus labios.
Cuando florea la pampa (estallido
imprevisible en cuanto a fechas,
duración, intensidad y desenlace)
dejan sus madrigueras por un mar
gris y muerto como el mercurio,
los montes por el delirio del polen.
Dejan atrás a sus crías con los poseídos
inmóviles. Entre sus miedos atávicos
(que se aprende a adivinar
por los gruñidos lastimeros) están:
oír motores en la lejanía, ver
flecos encarnados entre las nubes
(los ocasos violetas les inducen
desconcierto total), quedar últimas
en una fila de más de cinco,
que alguna ronque, hable dormida
o parezca estar soñando...
Pueden quedarse inmóviles por días
pareadas y mirándose a los ojos tenazmente,
de muy cerca, con expresiones lacias,
neutras, así... hasta que alguna pare.






La joven mujer tasajeada

Sólo llegó a diez meses
eludiendo los golpes
contra la campana rota
de su pánico desbocado.
Ante los maelstroms
de exigencia y ternura
de la horda varonil
su corazón flaqueó.
Anidó su respuesta 
de cartílago distendido
en una mueca que el idiota
entendió como indocilidad.
Destazada de cruel manera
como una reina de ajedrez
que duerme bajo puentes
ya no responde preguntas.







El hombre que llegó a las manos

Se sorprendió de encontrar un paisaje tan áspero
esos nudillos tan anudillados esos puños
tan empuñados las correas venosas apuntándole
desde lo alto y el sudor tan sedoso y tan espeso
y el hedor hosco de la adrenalina.

A pesar del estilete de la brisa sobre la cara
la cizalla sobre la arista de la piedra
se sorprendió del silencio que encontró
en las manos como aleteo de tumba...
Y comenzó a bajar muy despacito
sin mirar hacia arriba ni hacia abajo
aferrándose a las grietas con los dedos
llagados y apoyando muy bien los pies.






Cita en el 16eme

Era yo, viniendo hacia mí, pero de canto
En un ángulo triste e imposible
Desde el fondo del arcano en la penumbra
De ese pasillo astroso parisino
Apresurado hacia aquí hacia nosotros
Que temerosos del encuentro ya escapábamos
Sin saber si era un reflejo o un demonio
aglomerado de mala pus, encabronado
Era yo asiluetado e irascible
Menesteroso, cruel, semiencarnado
Pisando fuerte desde lo oscuro del espanto
Era yo musitando al acercarme
Desdentados reclamos y rencores
Como piedras de dolor en las arterias
Envejecido por la grava y la intemperie
El que se puso a caminar cuando de niño
Perdió el abrazo y la gracia de mi madre.







Radiolario de luz

Las puntas
irisadas
de una granada
opuntia
estrella de
sinapsis
(116)
estalla
la diminuta
muerte
piel de un
latido
bocanada
de heridas
suspensivas





Niño perdido

Te imaginamos lejos –tus amigos-
caminando ligero
sobre el pretil de un horizonte.
Altos contrastes de oscuridad o sol
delineándote. Esbelto y delicado
desciendes sobre un valle
en que se incuba una ciudad
de aristas y reflejos.
Te abren la puerta de un hostal
y al día siguiente partes
después de celebrar –bien afeitado-
uno de esos coloquios que te han dado fama
con los más viejos, o sabios, o curiosos.
Te imaginamos sobre un río.
Sobre un mar de miel, calmado,
consultando tu reloj y anotando
futuros sin nunca ni un momento
voltear para ver o imaginar a tus amigos
que te imaginamos perdiéndote,
perdido.








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