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miércoles, 22 de agosto de 2012

7585.- CARLOS JASSO


Carlos Jasso (Ciudad de México, 1991). Ha publicado en las revistas Lenguaraz, Al pie de la letra, Trifulca y Más por más. Actualmente trabaja como editor en la revista Migala.



Camino del glaciar




a D

Y te amaré de nuevo y te diré ven. Y tú me amarás
de nuevo y me dirás ven. Y el cielo abriéndose nos
dirá ven que igual que lavas rojas cubriendo las
montañas nuestras carnes nos cubrirán de nuevo
los nevados huesos de todo Los Andes y te amaré
de nuevo y será ven.

Una ruta en las soledades, Raúl Zurita

I

Esas cartas de amor regándose desde flores invisibles.
Arriba la madrugada helada con sus animales de olvido.
Y amar. Se dice pues que el sonido viaja más rápido que nosotros.
Y la luz. Tu luz, querida, viaja imprecisa en mis ojos
sin resplandor, moteando un paisaje de milpas plagadas,
para desaparecer luego en las profundidades del cielo.
El cielo infinitamente diáfano, como tus manos abrasadas.

Son cartitas de amor apenas. Como girasoles girando
en medio de un aleteo fugaz de las estrellas,
leves espejismos neutros y locos que nos hunden
en palabras no escuchadas y no dichas para siempre.
Se dice pues que tu verano ya no será mío y que nada de nada.
Desfila una cordillera de montañas alrededor de nuestra ciudad,
nevándose con sangre blanca para olvidar el tiempo y la muerte.
Y la luz. Infinitamente iluminada con tu canto desértico.


II

Tú allá en el oriente descansas con ojos de ave,
escupiendo el horizonte y formando rompientes en el farallón,
tú, que sin dormir, sueñas a que vuelas como ave.
Se dice que las aves vuelan, que tutean con el viento y se aman.
Allá afuera descansa sin dormir un remolino de escondites,
las manos escribidoras de la tierra, el túnel secreto que lleva al mar.
Del amor aroman. Se dice que para no dormir.
Esas cartas de amor parcas y eternas. Con vergas floreando de la tinta.

Y nos amaremos en la oscuridad de una computadora
o de un bosque repleto de árboles digitales, casi lo mismo, querida.
Dormiremos en las carreteras secundadas con reguiletes fantasmas
y los fantasmas nos llamarán a comer en sus tumbas.
Invitados del pasado nos llenaremos de sonido, tú darás luz.
Y amar. A pique el muelle se irá al mar y yo a ti.
Desnudemos tus huesos de plata para morir ajenos al mundo.
Se dice que en el oriente tú descansas.

Esas cartas de amor interminables como el universo.
Concebidos nuestros pasos en un camino enraizado al olvido
para arruinar la ciudad con nuestro olor a muerte. Somos muertos.
Y nos amamos. Caminamos a un glaciar derruido, sin saber
si venimos a perdernos en un laberinto veteado de flores
o a enajenarnos como espantapájaros en la lluvia.
Se dice que los glaciares son fríos, yo no les creo.
Y las aves vuelan moteando amores de antaño
como torrentes de furia a pique con tus ojos.
Cartas leves de amor, apenas leves, sin dormir.


III

Se dice pues que en el oriente tú descansas con patos.
Sus plumas. Porque en el cielo las cosas ya no marchan.
Las cartas de amor se minimizan y caminan a los glaciares.
Tú caminas con tu luz. Luz. Tú. Y las ciudades a tus espaldas,
como queriendo llorar con sus luces de algodón
por tu partida en avión sin avión más al oriente. Sin dormir.
Y amar. Tu canto desértico vuela como las aves.

Se dice que el sonido del desierto es el sonido.
Y en el desierto se rompen las barreras del sonido.
Y amar. Y morir en cada beso. He dicho beso.
Montaña queda de más, porque se ha hecho leve
con su sangre blanca nevándose en medio de aves que vuelan y se aman.

Se dice que tu verano ya no será mío. Tampoco el invierno.
Mucho menos el invierno que resplandece en las estrellas
que no dicen nada que se esconden debajo de las piedras negras
del cielo de la noche de la madrugada.
Y amar. Con los ojos cegados con balas lúdicas,
con las piernas temblando peludas con sorna y dolor,
con viejas barbas en medio de los campos de maíz.
Y de bruces el sueño de bosque digital.
Camino del glaciar, se dice que tú descansas en el oriente.

La pérdida de un pozo, del vacío del pozo rellenado con agua.
Y ser montaña. Cordillera para amar las nubes.
En medio del diluvio cosechar las milpas de tus ojos,
tu pupila dilatada con tu luz para volar como las aves.
Cartas desaparecidas en el correo. Que vuelan.
Se escapan y se pierden en el sonido del verano.
Ése que no será mío. Las ventanas agitadas en el tiempo.


IV

Pero vamos al glaciar, a donde el frío, a donde la madrugada sin estrellas.
La puerta de la luna nos conduce al glaciar. Sin mar.
Los escondites se vuelcan mondos a tus lunares.
Y amar. Y ser de nuevo la lengua que se agita en tus dientes
teñidos con sangre blanca de montaña.
Y espejismos leves y locos que nos hunden.
Se dice que el oriente queda lejos. El oriente donde tú.
Caminaré al oriente y del oriente al glaciar nos huiremos.
Y amar. Un amor chupado por las aves.
Se dice que las aves vuelan y se aman con el viento.
Y no amar. Y no amar.


V

Se dice que lunáticos se pasean en tu vientre.
Las cartas leves, inexistidas por la flora de la nieve.
Nieve rosa del Ajusco. Ahí merito donde tú y tús.
Merendemos con la nieve y el sonido.
Hablar de las estrellas se ha convertido en magia.
Ahí los bosques digitales durmiendo en el desierto,
pues la medida de nuestros rostros es tu mano.

Del otoño nos llega la saudade. Y el ruido.
Y amar. La imposibilidad de seguirle el rastro
a tu amada. Ese olor de mundo impuro.
Jugar a las cartas con los senos de nieve rosa.
Allá, desde el Ajusco, los labios se contraen.
Y humedecer la noche con aliento de fruta vieja.

Pero sí, tú, que vienes a mi cama cada noche a robarme
los ojos de mi otra amada de mi otra amada,
me besas las manos de poeta con tu carreta de leche.
Y amar las cartas que te envío encima de las palabras
que no he vendido y sí a las piedras.
Atrás de la casa el amor. Y amar. Y tú, ave.
Del Pacífico un insecto con su lenguaje insecto.
Qué poliedros mímicos nos arrullarán esta noche,
quizá los mismos que endurecen las piernas del olvido.
El oriente es pequeño como el universo.


VI

Y el glaciar témpano hielo albo blanco rosa
morirá en tus manos de espantapájaros,
si bien el cielo dejó su diafanidad y sus lechosas estrellas.
Y no hay mar en tu poeta. Y sólo un camino helado.
Es nuclear mi sentimiento ulterior de la lluvia.
Como los nidos de nubes que Néfele estarce.
Y amar y no escuchar que la mesa debe ser de tres.
Una mesa electrónica para tres.
Como aquellos tiempos después de muerto.

Se dice que las cartas son leves espejismos.
Una tortura incierta es lo que pido al cielo.
Estoy harto de pedir al cielo, como si tal cosa.
El sonido se rompe en el desierto.
Qué chingados es el desierto sino un invento.
Los glaciares aman a las aves. Se abrazan.
Se acongojan. Pero no se olvidan entre sí.
Los párpados de la luna son testigos del núcleo de cartas.
El glaciar cenizo camina hacia la distancia.
No hay horizonte. Y no amar.

El oriente cargado como está de nubes diáfanas
se congela con el vientre del témpano nocturno.
Seamos cándidos candados del universo.
No abramos las puertas de Néfele, ceniza.
Yo cenizo encima de los árboles de los bosques
de la era digital. Como cenizaría el mar glaciar.






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