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domingo, 18 de marzo de 2012

6344.- JUANA MARTÍN GONZÁLEZ



JUANA MARTÍN GONZÁLEZ (Málaga, 1966), reside en Alhaurín de la Torre. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga. Ha ejercido la docencia como profesora de Lengua y Literatura Españolas, siendo "Avenida cuarenta y nueve de tu país" su primer libro de poemas que ve la luz.



Avenida cuarenta y nueve de tu país
Corona del Sur-Excmo. Ayuntamiento de Alhaurín de la Torre
Málaga, 2011


Por José Sarria



Decía Ramón Pérez de Ayala que el amor es uno de los temas eternos de la poesía, junto a Dios y a la muerte. El fecundo caudal de la tradición clásica de la literatura española ha venido a traernos magníficos poemas y extraordinarios libros, inspirados en el profundo, a la vez que convulsivo, sentimiento del amor.

Parecía, al menos en España, que después de la Generación del 27, todo o casi todo lo relativo al amor ya estaba dicho. Poemarios como Un río, un amor o Donde habite el olvido, de Luis Cernuda, La destrucción o el amor, de Aleixandre (que encierra algunos de los poemas amorosos más intensos que se han escrito en nuestra lengua) o los definitivos La voz a ti debida y Razón de amor, de Pedro Salinas (con los que obtiene su consagración, y la condición de “poeta del amor”) suponen, cuando menos, la toma de ciertas precauciones por parte de los nuevos creadores a la hora de escribir sobre asuntos del corazón. Las comparaciones, por lo evidente, pueden resultar demoledoras.

Sin embargo, Avenida cuarenta y nueve de tu país, de la escritora Juana Martín González, se nos presenta como un texto valiente y arriesgado, dotado de un cierto aire de rebeldía frente a los formalismos y convencionalismos que confiere al libro una novedosa vertiente del tratamiento temático del amor, siendo ésta, quizá, la mayor aportación de la autora. Desde la indagación personal: “Los niños preguntan todo, / los adultos explicamos casi ese todo / y el interior tiene estancias / donde están prohibidas las encuestas / o el interrogatorio facsímil”, la poeta ha decidido abrir de par en par el dédalo de su corazón para hacer vislumbrar todo aquello que se insinúa, inventario de una experiencia amorosa a la que dedica un poemario en la frontera de la provocación, con una temática que obliga a ser extremadamente novedoso y original, a fin de no caer en reiteraciones y propuestas que, por epigonales, resulten mimesis de otros grandes autores. No es el caso, pues en los treinta y tres poemas que componen el conjunto del libro la autora irá desgranando la visión que perdura en el recuerdo, haciendo funcionar la memoria como método redentor[1], como motor del texto: “Tengo entreabierto el corazón / como pámpanos, / como descomunales ventanas / del castillo que hoy soy”. La historia no es un mero acta notarial de su vida, ni una crónica biográfica, sino que los poemas se convierten en una “realidad transfigurada”[2] por el recurso de la memoria, de donde van emergiendo recuerdos, imágenes, experiencias, avenidas y razones para cantar al amor y al deseo: “porque no vendrá otra como tú, / ni me abrasaré igual en ningún cuerpo”.

Martín González consigue, sobradamente, salvar los obstáculos de la comparación y las similitudes, y no sólo ello, sino que es capaz de crear un conjunto de poemas, de temática eterna, lleno de frescura y novedad, de tal suerte que logra establecer con el lector la complicidad y la identificación. Nada suena a antiguo, imitación, réplica o plagio; antes bien, el poemario rezuma audacia, originalidad e imaginación en cada construcción, en cada verso.

De otro lado, y siguiendo las palabras del eterno Ezra Pound, el poeta no puede escribir algo que no sea capaz de decir en una conversación. Éste es el caso de Martín González, en quien precisión y claridad van de la mano para crear una forma, un estilo muy singular de construir versos. Cimentado en un versolibrismo arriesgado, la autora hace alarde de un tono asequible, establece un mensaje cívico, urbano, incluso casi coloquial, siendo capaz de ensamblar, en paralelo, un lenguaje poético de gran calado, de inmensa profundidad, a la vez que absolutamente sensible; una poesía confesional, rayana con el psicoanálisis, dotada de un realismo circunstancial, que en muchos casos recuerda y se asimila a la corriente estética de la “poesía de la experiencia”, donde el centro del discurso lo componen aspectos y elementos de la más cruda cotidianidad, expresados desde el convencimiento de la claridad, pero elevados a trascendencia bajo la emoción evocadora del pasado y los recuerdos de un amor que por sublimado se convierte en inalcanzable: “Amor mío, cuánto siento lo que siento, / no encontré anestesia para esta despedida / ni noche más doliente sin aliento ni luz”. Son muchos los versos y poemas que derivan hacia la estética de Luis García Montero, de Vicente Gallego o, incluso, hacia la personalísima tonalidad del cordobés Pablo García Casado en sus poemarios Las afueras o El mapa de América (compárense con el poema “Avenida cuarenta y nueve de tu país”, que da pie al título del poemario); el lector avezado podría encontrar ciertos paralelismos con la poesía más descarada y descarnada de Mario Benedetti (basta examinar, por ejemplo, el poema “No te salves” del uruguayo y “”El Tren” de Martín González).

Podríamos quedarnos en el análisis formal o en el estudio de los recursos estilísticos que utiliza la autora (como la elevada presencia de anáforas que dota a los versos de fuerza expresiva, algunas sinestesias, las elaboradas personificaciones, las nobles y rotundas metáforas que trascienden a la inicial expresión versal, la recurrente ironía, los precisos encabalgamientos o las definitivas epíforas), pero el lector habrá perdido la oportunidad de profundizar realmente en el que es el gran logro del poemario: hacer de su historia testimonio plenamente estético, perdurable, universal. Tal y como escribía Rilke en Los apuntes de Malte Laurids Brigge el recuerdo, la memoria, la experiencia, lo vivido, es la amalgama precisa para elaborar los primeros versos: “para escribir un solo verso es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales... es necesario pensar en caminos de regiones desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas ... / … es necesario tener recuerdos de muchas noches de amor, en las que ninguna se parece a la otra, de gritos de parturientas, y de leves, blancas, durmientes paridas, que se cierran … / … Y tampoco basta con tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar que vuelvan. Pues, los recuerdos mismos, no son aún esto. Hasta que se convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que en una hora muy rara, del centro de ellos se eleve la primera palabra de un verso”[3].

Avenida cuarenta y nueve de tu país es un bellísimo conjunto de poemas de amor (amor, quizá, no concebido desde la vehemencia de la pasión juvenil, sino meditado y asumido como final de un camino conjunto: “Déjame, vida mía, entrar / y ya después me arreglas a tu gusto”), donde el candor de los años maduros entabla conversación con el recuerdo (con ese recuerdo al que alude Rilke) de la pasión primera: “Justo entonces / no sabía qué hacer contigo, / no sabía qué hacer conmigo”, con la reminiscencia del erotismo de las relaciones iniciáticas o con la evocación del deseo incontrolado de la adolescencia, para hacer de esa memoria, de esa añoranza, icono sagrado de las relaciones afectivas. Avenida cuarenta y nueve de tu país es, en definitiva, un muy hermoso poemario de amor escrito desde la madurez serena que imprime la distancia, gracias al milagro de la evocación de lo vivido que perdura como un sello en el corazón.


LA ARENA Y EL VIENTO


Como la arena blanca y caliente del desierto,
como la arena de los castillos de la playa,
que los brazos del mar arremolina
y devuelve a los cuerpos
dormitando bajo destellos de sol;
ésa que se queda tiempo en el suelo de los barcos,
golpea los acantilados,
baja, sube con la marea universal,
escurridiza, ligera, suave, iridiscente.


Como la arena de los campos
con sabor a dama de noche, jazmín,
hierbabuena o palmito,
fértil, húmeda o de erial puro.
Arena de naturaleza viva e imperecedera
que corteja y transporta el viento irascible,
golpeándola furiosamente en hojas de árboles,
en cortezas del limonero, el naranjo en flor,
en la hiedra, la montaña
o en cualquier pensamiento caminante.


Como la arena presa un día en mis manos,
huyendo de entre mis dedos
sin saber hacia dónde.
Arena libre,
ahuyentada por la reciedumbre
del bronco y tempestuoso viento.
Ley natural,
energía de materia premonitora
en un devenir que no acabase.


Como los grandes amores perdonados,
sin caber apenas,
de la morada apacible del olvido.








EL TREN


Quédate conmigo,
permitámonos un descanso,
mira a tu alrededor y recuerda como fui entonces.
Guarda aquella primera mirada excusadora,
percibiendo tu geometría de trazos exactos
con la intuición de tu boca tierna.
Aún no conocía tus ojos,
ni cómo vestiría tu mirada;
te sentía canto de libertad.
Justo entonces
no sabía qué hacer contigo,
no sabía qué hacer conmigo,
felizmente.


Ven,
quédate conmigo,
haz una larga, insólita parada
en la estación número cuarenta y ocho
de la calle de tu vida
- explanada extensa, alta, solitaria -.
Deja que suba,
no tengas prisa,
llegaremos a la misma hora
si tú me esperas,
si tú me dejas hacer este viaje azul contigo.
Y ya dentro,
bésame con sorbos lentos, despacio,
en un vuelo con traje apasionado,
mientras tus manos paseen
por células, leucocitos y vena aorta.
Hálito que enreda mi materia
en un cambio de sentido,
atravesando un itinerario exento
de rutas programadas,
improvisto,
festivo,
diferente,
excepcionalmente mutante, vital.


Si te quedas conmigo,
en este espacio del tiempo
que sólo tú has sabido traerme,
haré memoria de lo que he encontrado hoy
en tu carne, en tus huesos, en tu ser,
en tu pensamiento contradictorio,
en tu inevitable olor a hoja mojada,
en tu queja suave,
en tu oración volátil,
en tu belleza de plata dulce.


Amor,
después de ayer
quédate conmigo.








LA BELLEZA CONVULSA


A veces no vive en la razón
el motivo tal que el corazón alberga.
Los niños preguntan todo,
los adultos explicamos casi ese todo
y el interior tiene estancias
donde están prohibidas las encuestas
o el interrogatorio facsímil.
Yo le he preguntado a mi alma
por qué se hace huracán
cuando tú te aproximas,
por qué mueves espacios y ambientes
cuando pasas inadvertida entre la multitud,
porque sabe que acabas de entrar en casa
y entre las flores de su jardín imperas.


Hoy ya no es ayer,
es presente invernadero.
Te envidia el jazmín
te deja su lugar la magnolia,
suplantas a la rosa,
la violeta se enfada
y destronas al clavel.


A veces las tardes de abril
me traen en llamas tu silueta difuminada,
acercándome tu nariz griega
bajo tus ojos de tierra húmeda.
Cuando tu boca pasa
cercada por tu pelo oleáceo
entre olas libres y rebeldes,
me devuelve el olor a bosque:
esa vegetación salvaje
de madreselvas, madera y lirios.


A veces cuando la noche declina
al filo de las últimas horas,
ese jardín duerme próximo
y yo te busco detrás de mi costado,
en la otra orilla de la ribera,
contestando al fin mi alma.










PALOMA O ARCÁNGEL


Yo sé que eres pájaro de las albercas,
de los trigos,
vuelo fugaz sin oropeles,
donde el amor en un retablo
de hojas rojas y azules
reciclas y transformas,
entrando en la mañana vaporosa
con el vasto horizonte de tu ausencia.


No sé qué hacer con este amor
caído en paloma o arcángel sureño,
dejando tu alegría
y grabando en la mía estelas claras.
Sentada en un banco de la calle
donde te amo,
la ciudad se despierta con automóviles
y objetos iluminados cuando pasas,
siendo tú ajorca de la noche
en este puzzle del tiempo que es hoy.
Y nadará en un presente vespertino
abriendo tu pequeña boca
y subirá por mi sangre de diablo atemperado.


Ya no veo con los mismos ojos los espacios
de tu pecho, tu vientre o tu costumbre.
Y vagabundo errante el pensamiento
hace por llevarte
a la orilla de este néctar,
que tú exprimes con las horas
y me lo devuelves
en un cáliz revolucionario de líquido aborigen
- estalactita de rocío, misterio y deseo
esparcida en estos versos
hechos de ti, de tu risa, de tu materia -.


No sé qué hacer con este amor,
vacilando entre muros de tibia escarcha
o clamor secreto,
en la piel tersa de tus labios
o la menta profunda de mí sobre ti, dríade.


Aquí te dejo otro hijo
lleno de palabras y acentos,
recuérdame cuando tus ojos de tierra marina lo bese,
porque eso es tu mirada:
un beso de oxígeno para quien se ahoga
entre tus columnas de mujer invernadero.








LA OTRA PARTE DE LA ALEGRÍA


Caen tus palabras desde dentro amor,
escalando esquinas y amaneceres
sobre un cielo de recuerdos encendidos.
Desde que no me miro en tus ojos,
me he aliado en latitud y altitud
al tamaño de las horas
donde nunca supe que las coleccionaría.
La otra parte de la alegría no la había conocido
y una vez más caigo en la cuenta
de la razón de amarte lentamente,
como signo inagotable,
a golpe de silencios compartidos.


Amor, dónde está el secreto
de esta vida que me das tácitamente,
de esta necesidad de mundo,
agua y tierra que te habitan.
Entendimiento tangible
de lo que hasta hoy en mí ha sido,
justo cuando me crezco hasta ti.
Desde que no me invade tu figura,
tus significantes y significados
en la viva realidad de lo sentido,
la extrañeza se hace un sitio
en la perpetua nostalgia
con la que te brinda mi corazón
sin ti, contigo.








SI YO PUDIERA COMPRAR TU CORAZÓN


De esos momentos con los que rellenamos la vida,
los buenos,
estrellas fugaces,
tú estás hecha.
He preguntado en las cafeterías, los supermercados,
los centros comerciales, las gasolineras,
los teatros, los cines,
los aeropuertos, las estaciones de autobuses,
las alamedas, los parques,
las agencias de viaje, en el puerto...


En ninguna parte venden esa porción vital,
pero... yo quería tu corazón.
Ver y no tener
y quererlo.
Lo había buscado por todas partes
hasta dar con él.
Lo que me ofrecían
nunca lo quise.
Supe qué quería.
Sin cansarme de preguntar
y en verde oscuro la esperanza
más seguía cabalgando.
Lo tengo y no lo tengo,
lo siento y no lo siento,
lo presiento, despierto.
Di las señas de identidad de él,
me dijeron que tuvieron
algo parecido a lo que deseaba
o muy diferente.
Si yo pudiera saber de qué materia está hecho,
haría fabricar uno igual.
Ver, sentir,
vencer.


Si yo pudiera comprar tu corazón,
adiós a la guerra,
sólo dádiva de paz para la vida.
Mi vida,
tu vida.










EL OLVIDO CONSTRUYE


El olvido es una increíble tontería
inventada para combatir y ser menos infeliz.
Si no
¿por qué se enciende el árbol, el libro,
la calle, el pájaro, la trastienda, el coche,
la ciudad, el mar, la hoja, el cenicero,
el calendario, la noche, el silencio,
el tiempo?...
aunque no estés y todo esto me indique
la permanencia de los días que no vinieron
y sigan estando tal y como lo dejamos.
Nunca te marchaste,
sólo estuviste en un presente
donde se puede hablar de lo que quieras
y nadie muere por hacerlo;
se puede querer desde cualquier voz
y de la forma que te apetezca;
puedo llamarte mujer,
con deseo, juicio ancho y a corazón abierto;
puedo gemir, sentir el espasmo y ser mórbida
con la boca que amo y los pies que beso.


El olvido es una mentira derrotada
en la palma de tu mano,
que come y bebe de lo que tú quieres darle.
Si no
¿por qué se lubrica el verso, la ropa,
la sábana, la entrepierna, el descanso,
cada hora?...
aunque me fuese porque este libro
he de finiquitarlo,
pero... ya ves, seguirás en otras páginas
donde podré llamarte con libertad
carcelera del alma
o Ceres que, sin agua,
me ha dejado este túrgido fruto maduro
en todo su verdor, tamizado finalmente
en la memoria de un olvido
que no deja de ser una increíble tontería.










EL MAR Y LA NOCHE


Algunas noches no debieran nacer:
se alargan, cercenan,
son puñales, cuchillos,
anclas, mordiscos, arañas.
Me ahogo cuando te veo en el mar.
No sé si tus cabellos son olas
u olas tus brazos,
barcos tu nariz,
marea creciendo tu boca,
tu cuerpo orilla oscilante
como un río de nieve tibio,
durando un instante y sin dudar.
Tantas veces te percibo allí,
entre las rocas de nadie y miles de ojos.
No sé si arena es tu piel,
si el agua tu sal,
si miedo y respeto a su inmensidad
es lo que mi corazón siente cuando te tengo cerca
y me mezclo contigo.
Me ahogo cuando te veo en el mar.


Hay noches donde al otro lado de la cama
te susurro, te nombro...
El idioma me persigue con tu nombre
y una cabeza de mujer
flota insoluble.
Miro las estrellas que a la madrugada le quedan,
la montaña, el rostro sensual de la luna,
respiro el último aire
y cierro los ojos junto a ti,
cuando entras y te tumbas invisible.
Esas noches son espuma, jinete,
rubí, pétalo, bramido.



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