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lunes, 29 de abril de 2013

RENÉE VIVIEN [9795]



Renée Vivien
Renée Vivien, nacida con el nombre de Pauline Mary Tarn (11 de junio de 1877-10 de noviembre de 1909) fue una poetisa británica que escribió sus obras en idioma francés. En su producción, la peculiaridad y el simbolismo de su obra pertenecen a los últimos poetas en mantenerse leales a tal estilo. Sus composiciones incluyen sonetos, versos endecasílabos y prosa poética.
Vivien nació en Londres, Inglaterra en el marco de una familia acaudalada, de padre británico y madre estadounidense de la localidad de Jackson (Michigan). Creció en París y Londres y tras heredar la fortuna de su padre a los 21 años, emigró para instalarse definitivamente en Francia.
En Paris, la manera en la que Vivien se vestía (a veces, con ropas de hombre) y vivía era tan notoria dentro del movimiento bohemio como lo eran sus versos. Vivió profusamente y como lesbiana reconocida, y mantuvo un importante amorío con la escritora y heredera estadounidense Natalie Clifford Barney. También desarrolló una obsesión que perdudaría el resto de su vida con su amiga de la infancia y vecina, Violet Shillito, una relación que nunca se consumó. En el año 1900, Vivien abandonó este amor casto cuando conoció a Natalie Barney. Al año siguiente, Shillito murió de fiebre tifoidea, una tragedia de la que Vivien, llena de culpa, nunca se recobró.

Relaciones

A fines de 1901, la tempestuosa y a veces celosa relación con Natalie Barney ya había colapsado. Vivien consideró las infidelidades de Barney demasiado estresantes. Luego de romper con ella, fue Natalie Barney la que nunca se resignó a la separación. Hizo todo tipo de esfuerzos para recobrar a Vivien, que perduraron hasta su muerte. Esto incluyó enviar amigos comunes a visitarla (para hablar bien de ella) como flores y cartas rogándole a Vivien que reconsiderara su decisión.
En 1902, Vivien se involucró con la potentada Baronesa Hélène de Zuylen, una de los Rothschilds de París.  Aunque era lesbiana, la baronesa estaba casada y era madre de dos hijos. Más equilibrada que Barney, Zuylen proveyó una gran cantidad de apoyo emocional y estabilidad a la relación. Su posición social no le permitía mantener una relación pública homosexual, pero Vivien y ella viajaban a menudo juntas y continuaron discretamente con su relación por unos cuantos años. En cartas a un amigo de confianza, el periodista francés Jean Charles-Brun, Vivien se consideraba a si misma casada con la Baronesa. Es posible que bajo el seudónimo Paule Riversdale, haya publicado poesía y prosa en colaboración con Zuylen. La verdadera naturaleza de estos trabajos es desconocida; algunos estudiosos en la materia creen que fueron escritos solo por Vivien. Incluso, cuando algunos libros fueron publicados bajo el nombre de Zuylen, se pudo tratar incluso del trabajo de Vivien.
Mientras mantenía una relación con Hélène de Zuylen, Vivien recibió una carta de una admiradora misteriosa en Constantinopla, la esposa de un diplomático turco llamada Kérimé Turkham Pasha. Esto propició una intensa y apasionada correspondiencia entre ambas, seguida de una serie de encuentros clandestinos. Kérimé poseía una gran riqueza cultural y educación al estilo francés. Sin embargo, vivía aislada, cubierta con un velo y sin libertad de tránsito a menos que se encontrara con su marido, de acuerdo a la tradición islámica. En 1907, la baronesa de Zuylen abruptamente abandonó a Vivien por un hombre lo que causó comentarios de todo tipo entre la camarilla lésbica. Humillada y en estado de shock, Vivien viajó a Japón y a Hawaii en compañía de su madre, contrayendo una grave enfermedad durante la travesía. Otro gran golpe fue cuando en 1908 Kérimé, luego de mudarse junto a su esposo a San Petersburgo, terminó con su relación clandestina.
Renée fue terriblemente afectada por éstas pérdidas lo que aceleró su mal estado a un decaimiento psicológico que ya venía gestándose con anterioridad. Esto la sumió en el alcohol, las drogas y las fantasías sadomasoquismo que poseía. Siempre excéntrica, comenzó a satisfacer sus más bizarros fetiches y neurosis. Misteriosos encuentros de carácter sexual, la dejarían sin resto por unos cuantos días. Organizó fiestas en las que compartía su champagne con invitados, sólo para abandonarlos cuando fuese tomada por un amante ocasional. Tras una larga depresión sumado a una serie de tendencias suicidas, se rehusó a ingerir una alimentación adecuada, un factor que eventualmene contribuiría a su muerte.
La gran escritora francesa Colette, quien fue vecina de Vivien de 1906 a 1908 inmortalizó este período en La Pura y la Impura, una colección de retratos literarios que muestran los aspectos del comportamiento sexual. El mismo fue escrito en los años 20 y originalmente publicado en 1932. Natalie Barney no coincidió con la caracterización de Vivien que Collete hizo pero aun así, es un pequeño documento que reconstruye una parte de la vida disipada de la poeta, escrito por uno de sus contemporáneos.

Viajes por el mundo

Vivien era una mujer de mundo y muy culta, especialmente para ser una mujer a fines de la Era Victoriana y los períodos Eduardianos. Pasó inviernos en Egipto, visitó China y exploró el Medio Oriente como también Europa y los Estados Unidos. Sus contemporáneos la consideraron hermosa y elegante, de cabellos rubios, ojos marrones con destellos color dorado en sus irises, de hablar suave y presencia andrógina. Antes de que su enfermedad se manifestase, tenía un cuerpo bien proporcionado y era alta. Vestía con ropas muy costosas y amaba particularmente la joyería Lalique.
Su hogar en París era un lujoso piso de apartamento en la avenida de Bois de Boulogne, número 23 (hoy Avenida Foch, Nº23) con vista a un jardín japonés. Adquirió amoblamientos antiguos de Londres y exóticas obras de arte del Extremo Oriente. Gustaba de poseer gran cantidad de flores frescas y poseía una colección de estatuillas, íconos y Budas.

Enfermedad y muerte

Por sobre todas las cosas, Vivien romantizó la muerte. Mientras visitaba Londres en 1908 estando seriamente endeudada, intentó matarse tomando una gran cantidad de láudano. Al momento de encontrarla, se había recostado sobre un sillón con un ramo de violetas sobre su corazón. El intento fue fallido pero mientras estaba en Inglaterra, contrajo pleuritis. Tras su regreso a París, su salud se debilitó. De acuerdo al biógrafo Jean-Paul Goujon, Vivien sufrió de gastritis crónica debido a sus años de hidrato de cloral y abuso de alcohol. Las múltiples neuritis paralizaron partes de su cuerpo y hacia el verano de 1909, se desplazaba con la ayuda de un bastón.
Vivien murió la mañana del 10 de noviembre de 1909 a la edad de 32 años. La causa de su muerte fue reportada en su momento como "congesión pulmonar", pero lo más probable es que se debiese a un resultado de la neumonía complicada por el alcoholismo, el abuso de drogas y anorexia nerviosa. Fue enterrada en el Cemeterio Cimetière de Passy, en la misma zona residencial en donde vivió.
Durante su corta vida, Vivien fue una prolífica poeta que fue conocida como la "Musa de las Violetas", título proveniente de su amor por este tipo de flores. Su obsesión con las flores de Violetas (como también lo fue con el color violeta) era un recuerdo de su amiga de la infancia, Violet Shillito.
Toda su poesía es autobiográfica, escrita en idioma francés y parte ha sido traducida al español. Entre sus publicaciones se pueden nombrar a Cendres et Poussières (1902), La Vénus des aveugles (1903), A l'heure des mains jointes (1906), Flambeaux éteints (1907), Sillages (1908), Poèmes en Prose (1909), Dans un coin de violettes (1909), y Haillons (1910).






Victoria

Dame los besos tuyos amargos como lágrimas,
de noche, cuando aquietan los pájaros sus vuelos.
Poseen nuestras cópulas, largas y sin amor,
júbilo de rapiña, crueldad de violaciones.

Tus ojos reflejaron esplendor de tormenta...
¡Exhala tu desprecio hasta en tu propio espasmo,
querida mía, y ábreme con cólera tus labios!
Beberé lentamente las hieles y el veneno.

Tiemblo como un ladrón ante un botín insólito
en la noche de fiebre que apaga tu mirada...
¡El alma brusca y bárbara de los conquistadores
canta en mi propio triunf







Lasitud

Me dormiré esta noche con dulce y largo sueño.
Cerrad los cortinajes, que no se abran las puertas.
No dejéis, ante todo, que entre el sol. Y poned
En torno a mí una noche saturada de rosas.

Posad en la blancura mullida de la almohada
esas flores mortuorias de perfume obsesivo.
Ponedlas en mis manos, la frente, el corazón.
Esas pálidas flores como de cera tibia.

Y yo diré muy bajo: «Nada mío perdura.
Mi alma reposa al fin. Tened piedad de ella.
Respetad su descanso por toda eternidad».
Me dormiré esta noche con la más bella muerte.

Que se deshojen flores –blancos nardos y lirios–.
Que se calle, en el umbral de las puertas cerradas,
el eco persistente de los viejos sollozos.
¡Ah, la noche infinita, empapada de rosas!





Torres de Burgos

Cubriéndose a manera de sudario
con sombras grises y hondas agonías,
graves como el retrato de un abuelo,
las torres seculares se alzan muertas.

Calles y callejuelas
hormiguean con ásperos espantos.
Las casas, con tejados perforados,
viven sepulcralmente.

Se siente allí un impulso muy confuso:
la incertidumbre cambia los caminos
de la fecundidad hacia la muerte
y de la podredumbre hacia la vida.






Llévame a ti,  Venecia

Sin amiga y sin libro, errante en las orillas
que mustia el sol y acaricia la luna,
Venecia, yo he de ser como una dogaresa
poseída por el sueño de tus canales lúgubres.

Tú, que sabes cuán fuertes pueden ser las tristezas
–porque su voluntad triunfa sobre el instinto
y poseen un rostro distinto que lastima–,
arrástrame, Venecia, a tu honda agua marchita.

Y cuenta a esos amantes vulgares del futuro
que ya les he juzgado y que yo los desprecio.
Oh tú, la solitaria, la altanera Venecia,
diles que nos burlamos de su humana alegría.

Desdeñémosles: son una turba insensata.
Ellos no saboream el exquisito tedio
de estar solos en medio de los hombres: a ellos
un desorden carnal les mató el pensamiento.

Diles, oh tú que flotas en las aguas
Fúnebre como yo, fría y oscura,
diles tú con mi voz de sombra y ya sin eco:
sólo es bella la muerte en tus hondos canales.


Edicions Igitur, en su colección de poesía, editó un poemario con selección, traducción y prólogo de Aurora Luque y un epílogo formado por fragmentos de La pasión según Renée Vivien, de Maria-Mercè Marçal (Barcelona; Seix-Barral, 1995; traducción española de Pilar Giralt Gorina). 





Desnudez

Te arrojaba la sombra efluvios de agonía.
El silencio se hizo turbador y anhelante.
Escuché un susurrar de pétalos rosados.
Lirio entre lirios, blanco, se me mostró tu cuerpo.

Sentí de pronto indignos los toscos labios míos.
Mi alma cumplió un sueño conmovido: posar
en tu encanto, que sabe retener tanta luz,
el tembloroso hálito de algún místico beso.

Desdeñando los mundos que el deseo encadena,
gélida mantuviste tu sonrisa inmortal:
Sobrehumana y extraña resiste la Belleza
y exige la distancia radiante del altar.

En torno a ti, esparcidos, sollozaban los nardos
y tus senos se erguían, intactos y orgullosos.
Quemaba en mi mirada el doloroso éxtasis
que oprime en los umbrales de la divinidad.





El cohete

Vertiginosamente volaba a las estrellas.
Mi orgullo degustaba el triunfo de los dioses.
Desgarraba mi vuelo, jubiloso y nupcial,
Las tinieblas de estío como velos muy tenues...

Con fugitivo beso de himeneo, fui amante
De la Noche de pelo cuajado de violetas.
Las flores del tabaco me entreabrían sus cápsulas
De marfil donde, tibio, dormía algún recuerdo.

Vislumbraba más alta la Pléyade divina.
Ascendía...Alcanzaba el Eterno Silencio.
Entonces me quebré como un loco arco iris,
Arrojando fulgores de oro, de ónice y jade.

Fui el relámpago extinto y el sueño destruido.
Sabiendo del ardor, del esfuerzo en la lucha,
Del vencer, del espanto monstruoso de caer,
Fui la estrella caída que se apaga en la noche.






Grito

Tus pupilas azules, tus entornados párpados,
encubren un fulgor de confusas traiciones.

La emanación violenta, maligna de esas rosas
me embriaga como vino donde duermen venenos.

A la hora en que danzan, dementes, las luciérnagas,
y asoma a nuestros ojos el brillo del deseo.

En vano me repites las palabras de halago,
y te odio y te amo abominablemente.

"La ofrenda"

Para probar que aun más que a mí misma la amo,
A la mujer que quiero le ofreceré mis ojos.

Le diré en tono tierno, jubiloso y humilde:
-He aquí, amada mía, la ofrenda de mis ojos.

Te entregaré mis ojos que tantas cosas vieron.
Tantísimos crepúsculos, tanto mar, tantas rosas.

Estos ojos -los míos- se posaron antaño
En el altar terrible de la remota Eleusis,

En la belleza sacra y pagana de Sevilla,
En la Arabia indolente y en sus mil caravanas.

Vi Granada, cautiva vana de sus grandezas
Muertas entre cantares y perfumes muy densos.

La pálida Venecia, Dogaresa muriente,
Y Florencia que fuera la maestra de Dante.

La Hélade y sus ecos de un llanto de siringa
Y Egipto acurrucado frente a la gran Esfinge.

Junto a las olas sordas que sosiega la noche
Vi tupidos vergeles, orgullo en Mitilene.

He visto islas de oro en templos perfumados,
Y ese Yeddo y sus frágiles voces de japonesas.

Al azar de los climas, las corrientes, las zonas
Incluso vi la China y sus rostros amarillos.

He visto islas de oro donde el aire se endulza
Y sagrados estanques en los templos hindúes,

Templos donde perduran inútiles saberes...
¡Te regalo, mi Amada, todo lo que he mirado!

Y regreso trayéndote cielos grises y alegres,
A ti que te amo tanto, la ofrenda de mis ojos.







Los árboles

En el azur de abril, en el gris del otoño,
Los árboles poseen una gracia inquietante.
El álamo en el viento se retuerce y se pliega
Cual cuerpos de mujer trémulos de deseo.

Su gracia es un desmayo de carne abandonada
Y murmura su fronda, al soñar se estremece,
Se inclina, enamorada de las rosas del Este.
Lleva el olmo en su frente una corona pálida.

Revestido de claro de luna plateado,
El abedul deshila su cambiante marfil
Y plasma palideces en las sombras inciertas.

El tilo huele a ásperas y oscuras cabelleras.
Y desde las acacias de lejana verdura
Divinamente cae la nieve del perfume.







Los Seres de la noche

Los Seres de la noche y los Seres del día
Se reparten, por turnos, desde antaño mi alma.
Los Seres de la noche me hacen temer el día.

Pues los Seres del día son triunfantes y libres,
Ningún horror secreto hace vibrar sus fibras.
Tienen el mirar limpio de los que nacen libres.

Los Seres de la noche, lentos, pasivos, dulces,
Tienen alma de río sosegado y oscuro.
Sus gestos son furtivos y sus risas son dulces.

Mas los Seres del día tienen pupilas claras,
De ese azul que ve sólo un águila en su cielo.
El día da esplendor a pupilas tan claras.

Son los vívidos ojos de héroes y de reyes
Del Norte, que se ríen en sus palacios gélidos,
De reinas cuyas almas dominaron a reyes.

Los Seres de la noche son cautos: en la sombra,
Fósforo misterioso se enciende en su mirada.
Los Seres de la noche sólo habitan la sombra.

Los Seres de la noche, débiles, deliciosos,
Hacen errar, pues son amantes fugitivos,
Amantes con entrañas pérfidas, deliciosas.

Desvían, en el beso, su muy frígida boca
Y flaquea su paso como en un gesto huraño.
Sólo se bebe un beso mentido de su boca.

Temerás la atracción de los Seres nocturnos.
Pues su cuerpo flexible resbala entre los brazos
Y huye: su amor es sólo mentira de la noche.





A la femme aimée

Lorsque tu vins, à pas réfléchis, dans la brume,
Le ciel mêlait aux ors le cristal et l'airain.
Ton corps se devinait, ondoiement incertain,
Plus souple que la vague et plus frais que l'écume.
Le soir d'été semblait un rêve oriental
De rose et de santal.

Je tremblais. De longs lys religieux et blêmes
Se mouraient dans tes mains, comme des cierges froids.
Leurs parfums expirants s'échappaient de tes doigts
En le souffle pâmé des angoisses suprêmes.
De tes clairs vêtements s'exhalaient tour à tour
L'agonie et l'amour.

Je sentis frissonner sur mes lèvres muettes
La douceur et l'effroi de ton premier baiser.
Sous tes pas, j'entendis les lyres se briser
En criant vers le ciel l'ennui fier des poètes
Parmi des flots de sons languissamment décrus,
Blonde, tu m'apparus.

Et l'esprit assoiffé d'éternel, d'impossible,
D'infini, je voulus moduler largement
Un hymne de magie et d'émerveillement.
Mais la strophe monta bégayante et pénible,
Reflet naïf, écho puéril, vol heurté,
Vers ta Divinité.






Bacchante triste

Le jour ne perce plus de flèches arrogantes 
Les bois émerveillés de la beauté des nuits, 
Et c'est l'heure troublée où dansent les Bacchantes 
Parmi l'accablement des rythmes alanguis.

Leurs cheveux emmêlés pleurent le sang des vignes, 
Leurs pieds vifs sont légers comme l'aile des vents, 
Et la rose des chairs, la souplesse des lignes 
Ont peuplé la forêt de sourires mouvants.

La plus jeune a des chants qui rappellent le râle :
Sa gorge d'amoureuse est lourde de sanglots. 
Elle n'est point pareille aux autres, - elle est pâle ; 
Son front a l'amertume et l'orage des flots.

Le vin où le soleil des vendanges persiste 
Ne lui ramène plus le génëreux oubli ; 
Elle est ivre à demi, mais son ivresse est triste, 
Et les feuillages noirs ceignent son front pâli.

Tout en elle est lassé des fausses allégresses. 
Et le pressentiment des froids et durs matins 
Vient corrompre la flamme et le miel des caresses. 
Elle songe, parmi les roses des festins.

Celle-là se souvient des baisers qu'on oublie... 
Elle n'apprendra pas le désir sans douleurs, 
Celle qui voit toujours avec mélancolie 
Au fond des soirs d'orgie agoniser les fleurs.




Chair des choses

Je possède, en mes doigts subtils, le sens du monde, 
Car le toucher pénètre ainsi que fait la voix, 
L'harmonie et le songe et la douleur profonde 
Frémissent longuement sur le bout de mes doigts.

Je comprends mieux, en les frôlant, les choses belles, 
Je partage leur vie intense en les touchant, 
C'est alors que je sais ce qu'elles ont en elles 
De noble, de très doux et de pareil au chant.

Car mes doigts ont connu la chair des poteries 
La chair lisse du marbre aux féminins contours 
Que la main qui les sait modeler a meurtries, 
Et celle de la perle et celle du velours.

Ils ont connu la vie intime des fourrures, 
Toison chaude et superbe où je plonge les mains ! 
Ils ont connu l'ardent secret des chevelures 
Où se sont effeuillés des milliers de jasmins.

Et, pareils à ceux-là qui viennent des voyages. 
Mes doigts ont parcouru d'infinis horizons, 
Ils ont éclairé, mieux que mes yeux, des visages 
Et m'ont prophétisé d'obscures trahisons.

Ils ont connu la peau subtile de la femme,
Et ses frissons cruels et ses parfums sournois...
Chair des choses ! j'ai cru parfois étreindre une âme
Avec le frôlement prolongé de mes doigts...





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