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domingo, 5 de agosto de 2012

7524.- JOSÉ RUIZ-ROSAS




José Ruiz Rosas nació en Huacho (Perú) en 1928, después de ingresar a la UNMSM, en 1949, tuvo que irse a Arequipa porque padecía asma. Entonces postuló a la facultad de Letras de San Agustín, pese a que su padre hubiera preferido que estudiara química o farmacia para conducir el pequeño negocio familiar. Don Pepe, como lo llaman sus amigos, ganó los juegos florales universitarios y desde entonces no ha dejado de escribir y animar la vida cultural de la ciudad blanca. En 1951 publicó Sonetaje y en 1968 Urbe. En 1990 la Universidad de Arequipa publicó su obra bajo el título de Poesía Reunida. Durante muchos años Ruiz Rosas estuvo tras el mostrador de una surtida librería llamada Trilce, ubicada muy cerca de la plaza de Armas. Ha sido, además, director de la filial arequipeña del INC.






Así escribo el poema. Doy un paso,
duermo, sonrío, lloro en mis adentros,
mastico la ancha hiel de los instintos
puestos a galopar, protones lúdicos
flotando sus latentes emociones;
miro la luz, que es el mirar más último
antes de penetrar en cada arcano;
oigo no sé qué cosas en los cantos
de las aves por un momento libres
y se me empuña el corazón sabiendo
su final de cautivas o de víctimas;
aspiro el aire altísimo que baja
a decorar de oxígeno mis huesos;
llego, me voy, distante en todo tiempo
de la meta final que no he fijado;
pulso la hora intacta que ha parido
el otoño de un ramo, atrapo el claro
destello de unos ojos fraternales,
miro los flujos que soporta el mundo
por pasos con sus callos melancólicos,
torno, vuelvo a mirar y abro los ojos
como un insomne búho en medio día
y fijo las pupilas como el gato
que pretendiera caza de aeroplanos,
subo la cuesta, bajo, y subo, y bajo
y conservo el imán del pavimento;
llego, con mi codicia a manos llenas
a regalarle el sol a todo el mundo
y la sombra, la luna y los luceros
como si todo yo fuera raíces,
hojas y savia para estar callado
como un laboratorio del abrazo;
así escribo el poema. Doy un paso.

De Poética del Tú-Yo







YO TENGO un sol opaco en la mirada
puesto a secarse allí como una estopa
y me ciega de veras, porque abundan
marginadas estrellas en los párpados
que concurren a diario entre la sombra,
leve delito de la luz, que cuaja
en pretéritas lágrimas de infancia
y, durecidas pústulas, legañas
estorban todo el porvenir del ámbito,
miran apenas huellas, más por tacto,
más por olfato que por fiel vislumbre.

Yo tengo el ojo así, túrbido y tenue,
pegado al microscopio, sin los ágiles
desplazamientos de húmedos microbios
atender, con la voz puesta de bruces
convertida en silencio desde el tiempo,
desde las hóspitas cavernas, desde
la pelambre aterida, desde el rayo
divinizado, desde el árbol mágico.

Yo tengo el tímpano más bien ligero,
el martillo en metal endurecido
como un desnudo afán de lluvias, como
un onanita enfermo en resonancias,
acuclillado caracol, dormido
estribo en los galopes de la noche,
oído en tajo al sol y a las tinieblas
como hendida raíz de intermitencias
resonando en porqués y cuándos, ecos
de los ecos que moran en el aire,
de lo que respiramos, convencidos
de asegurar las ondas sin estrépitos,
las paredes abiertas por la técnica
trayéndonos mensajes y leyéndonos
en alta voz las cosas más distantes,
ah laberinto al que retorna Dédalo
como herida paloma, eterno caos
que vuelve al punto umbilical ya seco.

Yo tengo el tacto ardido, porque toca
alguna vez la yema el frasco ajeno,
la mejilla pueril que riega el ojo,
la piel de la mujer, plena de esencias,
la insensata moneda que acaricio
en veces, yermo símbolo palpable,
y esta verdad ambiente en que ambulamos
del catre, de la mesa, de la ropa,
hasta llegar al más purificado
papel, página en blanco del poema,
margen desgarratriz de lo sensorio,
sutil profanación, cosa en la cosa,
eléctrico y sensual presentimiento
en claros eslabones y ataduras,
en diligentes florescencias náuticas
al azar controladas por cronógrafos,
entre la estricta realidad sumerso
con instantáneas fugas palpebrales.

Yo tengo, cual tú tienes,
este incómodo espejo en vano huero,
este acústico umbral siempre horadado,
esta sepulta cárcel transeúnte
caminados al cielo, en los compases
de qué mefisto ingenio calculados.

De Poesía Reunida







he aquí que la energía
el espacio el hervor de las pasiones
liberados están por los armónicos
y por las voluntades

no es la efigie
perpetuada y gloriosa
ni el vocablo
encerrado en los libros o viajando
por la extensión intáctil
es la imagen
fugaz que inventa plásticos envíos
inquietos como en alta mar velámenes
por brisa o por tormenta sorprendidos

la línea modela
por entre curvas como el vuelo espía
y así como azogue que huidizo
se dispersa y reúne
va dibujando un caminar sin rastro

el volumen condensa
toda la lenitud toda la fuerza
atrapada en perfiles de paréntesis
y desplaza el temor de la existencia

es la unidad del ojo que atesora
lo mismo que refleja
lo corpóreo y sus claves enigmáticas
péndulo del placer
motriz ausencia
ala del palpitar
huella del fuego
dúctil jardín de ciclos y silencios
geometría sin ángulos
palabra
hecha del edificio de las células
compás de piel para trazar ensueños
signo de rotación
flor de la nieve
veloz espada mágica
victoria
de la quietud y del vértigo enlazados
luna de día
diapasón de nervios
trémula suspensión
aspa extraviada
celo flotante
columnata leve
espejo del amor
sombra del aire
puesta en la luz como señal del hombre
siguen las nebulosas
su giro entre las rápidas galaxias

los lucientes heraldos continúan
trayendo al sol ofrendas y noticias
del éter
azorada
lejanías la mente se imagina
y en torno mira solitario tímido
envenenado en riñas imperfecto
como la roca en transición repleto
de esperanzas amor sabiduría
el viejo continente
pero así como el canto y la palabra
y el color y la música y la forma
tuvo para expresar
sus emociones
así en su propio cuerpo la cadencia
halló de vida y de muerte
la belleza
del movimiento puro como el alba
que despierta las sombras y se apaga
después de su esplendor y que retorna
en cíclico placer
así se expresa
con sólo su presencia sublimada

De Elogio de la danza







Alguien debe decirme algún día de qué color son
las miradas
que se recuerda después de muchos años

a qué suenan los pasos cautelosos de las distancias
perdidas
y de qué modo suspiran los espejos
vacíos

Sabré por fin a quién persigo sin cansancio
por dónde se ubica la sensación de castigo
hacia cuáles tenues instantes vuela diariamente
la sombra
y por qué se desnuda cada día la soledad sin preguntas

No será ya la entrega de luces esporádicas
sólo la paz demudada
la inerte paz de los espíritus malditos
sólo las voces dilatadas en las ondas del crepúsculo
y las enormes cavidades de un corazón
desmesurado
sólo la grave insignificancia de continuar
aproximándose las cosas

De Navega Poesía



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