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miércoles, 22 de agosto de 2012

7560.- LUIGI AMARA




Luigi Amara (Crítica Cultural) (México D.F, 1971) es ensayista y poeta. Es autor de los libros de poemas El decir y la mancha (1994), El cazador de grietas (1998), Envés (2003) y Pasmo (2003), y de los libros de ensayo El peatón inmóvil (2003) y Sombras sueltas (2006). Ha recibo diversos premios literarios: Premio Rousset Banda de Crítica Literaria (2008); Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino” (1998); Primer lugar en el Certamen Internacional de Poesía Manuel Acuña (1996); Primer lugar en la Primera Bienal Metropolitana de Poesía (1994). En 2006 obtuvo el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños por su libro: Las aventuras de Max y su ojo submarino (FCE, 2007). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores. Fue fundador de la revista literaria Paréntesis, de la que fue jefe de redacción de 1999 a 2002, y actualmente se desempeña en ese cargo en la revista Pauta. Junto a otros escritores y artistas ha puesto en marcha el sello independiente Tumbona Ediciones .




El cielo de las hojas

Cada porción de la materia puede ser  concebida 
como un jardín lleno de plantas; y como un estanque 
lleno de peces.  Pero cada rama de la planta, cada 
miembro del animal, cada gota de sus humores es, 
a su vez, un jardín o un estanque semejante  

G. Leibnitz

Mirar por vez última los pétalos,   
las hojas disidentes,   
su caída,   
      en una danza perpetua   
            ¿acaso inmóvil?   
fugaz en el umbral de la memoria.   

                     ¿Qué jardines congregan,
                                                       nervaduras?
                             ¿Qué vientos, qué peces,
                                                       cuál atmósfera?
      En el anverso,  el ocre unánime 
            ¿Dónde sus nubes morosas?
      Tan sólo la nostalgia, la duda,  
       en los talones,   sonora,  
de haber pisado el cielo,  
       otra Vía Láctea 

    (El decir y la mancha)







El cazador de grietas

No hay horror que se compare  
al de la habitación vacía.  
Sin máscaras ni espejos,  
sin clavos que proyecten su descaro.

Busco el error y la hendedura.  
Soy un cazador de grietas,  
de pequeños pasajes, de señales,  
hacia infiernos con sombras. 

Basta una aparición en la cal  
--la fugaz estrella de una araña--  
para atar con líneas rectas  
a este mirar insomne, alerta,  
para saciar su sed de formas.

Busco el error en la lisura.  
El estruendo de un punto  
en el abismo blanco.






Tarde dominical

La tarde no es su luz  
ni su promesa. Es pesantez de cuesta  
boca arriba, larga invención,  
sabiendo que no importa,  
torpe revés de la aventura  
que en busca de una clara forma  
se adensa y cae como una losa.

Pienso en el albedrío y en la mosca  
que no puede cruzar el vidrio;  
en la piel translúcida de un elefante absorto  
mientras sueña en sí mismo. 

En este rincón sin prisa,  
pienso,  
pienso en las otras partes del globo,  
los gestos de amor que ahora mismo comienzan  
en un jugador de sumo que se apresta  
ante una larga página de prosa.

Pienso también en bostezar los huesos,  
la posibilidad remota de vencer y vencerme,  
romper el cristal dormido  
sin mediar una piedra.






La escalera del entomólogo


I

Nadie ve crecer al musgo en su invasión secreta.  
Y así, remota y súbita,  
una mariposa negra  
es el centro de la Tierra. 


I
I

Los ojos en las alas son los ojos  
que fingen mirar y que no miran.  
Las antenas se mecen suavemente,  
ignoro si es el viento  
o el pulso todavía.


I
I
I

Una gran red bastaría, certera y ágil,  
para alcanzar lo que el ojo descuida.  
Una tela de araña  
sin tanta geometría  
donde los segundos, los tonos,  
se incrusten al azar  
y se suspendan  
falsamente en el aire.


I
I
I
I

Son las tres de la tarde, y  
en la punta del lápiz  
refulge un alfiler que fija y mata.

(Revista Mexicana de Cultura, núm. 2, 21 de abril de 1996)






Pedacería nocturna

COMO restos de estatua que en los sueños
me fueron dando tu cuerpo
(así, desperdigado, roto,
y a veces inconexo,
como piezas de tres o más rompecabezas),

flotan después de tanto tiempo unos fragmentos,
piedras quién sabe si de mampostería o de unicel o espuma
que se niegan a hundirse,
llevadas por la turbiedad de tanto oleaje,
chocando contra los arrecifes del cerebro:

un tobillo de pronto, un ojo
entrecerrándose, aquella superficie
blanca y suave en donde habría montado
feliz mi campamento
para explorarlo todo;

piedras insustanciales, frías,
que no logran por fin difuminarse
en la saturación del agua, y reaparecen,
ahora aquí, más tarde allá, falaces,
necias tablas de salvación en medio del insomnio.



  

Avión de papel

UNA carta de amor vuela desde el décimo piso

Planea muy suavemente
susurrandopor los senos del viento

Una carta plegada con esmero y candor
gira y sigue su trazo japonés entre los edificios

se inclina suavemente

Y un náufrago burócrata debe de estar viéndola flotar
como un mensaje al aire

en sonriente equilibrio

acariciar la calva de una estatua
entrar en esa calle estrecha

un roce casi abstracto
que ha inquietado a las cosas

pero no a ella




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