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martes, 10 de julio de 2012

7379.- PHILIP LEVINE



Philip Levine (nacido el 10 de enero 1928, Detroit, Michigan )
Poeta estadounidense. Fue profesor durante muchos años en el campus de Fresno de la Universidad Estatal de California y «Distinguished Poet in Residence» del Programa de escritura creativa de la Universidad de Nueva York.
En 1995 obtuvo el Premio Pulitzer de Poesía y en 2011 fue elegido Poeta Laureado de los Estados Unidos


Poemarios


News of the World, Random House, Inc., 2009, ISBN 978-0-307-27223-2
Stranger to Nothing: Selected Poems, Bloodaxe Books, UK, 2006, ISBN 978-1-85224-737-9
Breath Knopf, 2004, ISBN 978-1-4000-4291-3; reprint, Random House, Inc., 2006, ISBN 978-0-375-71078-0
The Mercy, Random House, Inc., 1999, ISBN 978-0-375-70135-1
Unselected Poems, Greenhouse Review Press, 1997, ISBN 978-0-9655239-0-5
The Simple Truth, Alfred A. Knopf, 1994, ISBN 978-0-679-43580-8; Alfred A. Knopf, 1996, ISBN 978-0-679-76584-4
What Work Is, Knopf, 1992, ISBN 978-0-679-74058-2
New Selected Poems, Knopf, 1991, ISBN 978-0-679-40165-0
A Walk With Tom Jefferson, A.A. Knopf, 1988, ISBN 978-0-394-57038-9
Sweet Will, Atheneum, 1985, ISBN 978-0-689-11585-1
Selected Poems, Atheneum, 1984, ISBN 978-0-689-11456-4
One for the Rose, Atheneum, 1981, ISBN 978-0-689-11223-2
7 Years From Somewhere, Atheneum, 1979, ISBN 978-0-689-10974-4
Ashes: Poems New and Old, Atheneum, 1979, ISBN 978-0-689-10975-1
The Names of the Lost, Atheneum, 1976
1933, Atheneum, 1974, ISBN 978-0-689-10586-9
They Feed They Lion, Atheneum, 1972
Red Dust (1971)
Pili's Wall, Unicorn Press, 1971; Unicorn Press, 1980
Not This Pig, Wesleyan University Press, 1968, ISBN 978-0-8195-2038-8; Wesleyan University Press, 1982, ISBN 978-0-8195-1038-9
On the Edge (1963)



Ensayos


The Bread of Time (1994)




Vallejo y Philip Levine

El 15 de Abril de 1938 moría en París César Vallejo, un viernes santo lluvioso, no un jueves, como vaticinó en su famoso poema 'Piedra negra sobre una piedra blanca'. Después lo enterrarían en Mortparnasse, con ese maravilloso epitafio que es "He nevado tanto para que duermas". 

El poeta norteamericano Philip Levine escribió a finales de los 90 este poema homenaje al gran poeta peruano:


PIEDRA NEGRA SOBRE NADA

Todavía sobrio, César Vallejo vuelve a casa y encuentra un lazo negro
alrededor del edificio de apartamentos, cubriendo la puerta de la calle.
Deja su bastón, se quita su grasiento sombrero, y comienza
a deshacer el enredo. Sus vecinos se amontonan tras él
preguntándose qué sucede. Una mujer madura que lleva
una barra de pan reciente le pide que se haga a un lado para que
pueda entrar, subir los dos tramos de empinadas escaleras hasta su apartamento,
y comenzar la tarea diaria de prepararle la comida a su Monsieur.
Vallejo hace como que no oye nada o quizá realmente
no oye nada de lo absorto que está en esta extraña tarea que le consume
las últimas horas de la mañana. ¿Me olvidé de mencionar que nadie más
es capaz de ver el lazo negro o entender por qué sus dedos
parecen tan decididos a desenredar lo que no está allí? Acuérdate de
cuando tenías solo seis años y en los días especialmente calurosos
acostumbrabas a descender los temblorosos escalones hasta el sótano
con la esperanza inicial de que alguien, quizá tu madre, se fuera poco a poco
dando cuenta de tu ausencia y sintiera un súbito ataque
de angustia o de terror. Por supuesto que nadie se daba cuenta. Madre
se sentaba aguardando durante horas junto al teléfono, de vez en cuando
echaba un vistazo al sol del verano que resplandecía a través de las cortinas del salón
mientras abajo, frío y solo, sentado sobre el hormigón húmedo
observabas el mismo sol filtrándose a través del polvo
desde los dos altos ventanucos. Junto a la caldera una araña
trabajaba con brillantez descendiendo desde la bombilla fundida del techo
con una determinación que a esa edad todavía podías comprender.
1937 duraría solamente seis meses más. Era jueves.
La lluvia había sido vaticinada pero no nunca llegó. La araña marrón trabajaba
con o sin esperanza, aunque cuando el polvoriento sol alcanzó
la tela pudiste contemplar un diseño tan perfecto que ha permanecido
en tu memoria como un modelo de algo significativo. César Vallejo
deshizo el lazo negro que nadie más veía y subió
hasta su ático y echó un vistazo afuera a las sombrías azoteas que se extendían
por el sur hacia España, donde murió su corazón. Conozco todo esto.
He caminado cerca del mismo edificio año tras año al caer la noche
cuando las golondrinas se acomodan sin un solo ruido en los escasos árboles
junto al canal abandonado. He venido cuando la nieve invernal
cegaba el distante cielo amenazante. He venido justo después del alba,
he venido en primavera, en otoño, bajo la lluvia, y él nunca estaba aquí.


[El Misericordia, 1999]
[Traducción de A. Catalán]





Resistir

Verdes dedos 
que sujetan la ladera,
la mostaza azotada
por los vientos marinos, una brillante
y encarnada amapola inspirando
y espirando. El aroma
de tierra española llega
hasta mí, amarilleada
con mi propia orina. 
                                    A 40 millas de Málaga
a casi medio mundo
de casa, estoy en casa y estoy
en ningún sitio, un hombre que envidia
a la hierba.
                   Dos bueyes curiosean
uncidos juntos en el verde claro
más abajo. Rechinan sus cencerros. Cuando
caen la oscuridad y la humedad 
con el anochecer juntan
sus grandes y lentos cuerpos camino
de los establos.
                          Si mi espíritu
descendiera ahora, sería
una gaviota extraviada destellando contra
una ascendente ladera, o un ángel
que llorara demasiado fácilmente, o un único
vaso de agua de mar, ya nunca azul
y misteriosa, pero salada todavía.

(From Red Dust, 1971)
(Traducción de A. Catalán)






ACERCA DEL ENCUENTRO ENTRE GARCÍA LORCA Y HART CRANE

Brooklyn, 1929. Por supuesto Crane
ha estado bebiendo y no tiene ni idea
de quien es este curioso andaluz, incapaz
incluso de comunicarse en el idioma de la poesía.
El joven que los ha juntado
sabe tanto español como inglés,
pero le duele la cabeza de saltar
una y otra vez de un idioma
a otro. Para descansar un momento
se acerca a la ventana a mirar
el East River, que va oscureciéndose
allí abajo según va llegando la noche.
Algo destella enfrente de sus ojos,
una visión doble de tal horror
que tiene que taparse la boca
con las manos para no gritar.
No seamos frívolos, no
pretendamos que los dos poetas intercambiaron
sabiduría o amor o que pasaron
un buen rato, no
inventemos un diálogo de tal elocuencia
que no olvidarían ni las hormigas 
de nuestra propia casa. Los dos
mayores genios poéticos vivos
se encontraron, ¿y qué pasó? Una visión
le llega a un hombre corriente que observa
un asqueroso río. ¿Has tenido alguna
vez una visión? ¿Has sacudido la cabeza
hasta hacerla pedazos para alejarte
bruscamente de la imagen de tu hijo pequeño
cayendo a través del espacio, no
desde la popa de un barco procedente
de Vera Cruz a New York sino desde
el tejado del edificio en que trabaja?
¿Te has levantado de la cama para caminar
incesante hasta el alba para rogar a un Dios inmisericorde
que se llevara estas imágenes? Ah, sí,
bendita sea la imaginación. Nos proporciona
los mitos mediante los que vivimos. Bendito
sea el visionario poder del ser humano
— el único animal que lo tiene —,
bendita la imagen precisa de tu padre
muerto y del mío, muerto, benditas las imágenes
que acechan en los rincones de nuestra vista
y que no desaparecerán. El joven
era mi primo, Arthur Lieberman,
después estudiante de lenguas en Columbia,
que me contó todo esto antes de que muriera
tranquilamente mientras dormía en 1983
en un hotel en Perugia. Un buen hombre,
Arthur, que sobrevivió a la escuela superior,
después volvió a casa a Detroit y vendió
pianos a lo largo de toda la Depresión.
Le prestó a mi hermano uno usado
para que compusiera sus espantosas canciones,
que Arthur pensaba eran obras maestras.
¡Qué imaginación la de Arthur!

(The Simple Truth,  1994)
(Traducción de A. Catalán)







POR UN DURO

Nochebuena, 1965

Por un duro tení­as una noche al resguardo.
(Un duro era una moneda de cinco pesetas
con el perfil de Franco, la narizota respingona
como si él solo hubiera recibido
el aliento de Dios. En el 65
sólo él recibí­a el aliento de Dios).
Por un duro podí­as tumbarte en el vestí­bulo
del Hotel Splendide con tu traje de los domingos,
dormir bajo las luces, y levantarte a tiempo
para bendecir la llegada del Hijo. Por un duro
lo podí­as tener todo, coches, mujeres,
una comida de siete platos y vistas al mar,
con las camareras inclinándose
al preguntar con reverencia: “¿Más mantequilla?”. Por un duro
compré un paquete de Antillanas y le di uno
al único viajero de la terminal desierta,
un soldado de uniforme. Cuando se agachó
para encenderlo, vi el cogote pálido,
desarreglado. Aún debe estar allí­, esperando.
El hotel ya no está, el edificio sí­,
un hospital veterinario y un comedor de animales
dirigido por el señor Esteban Ganz, vestido
para trabajar esta mañana con bata blanca,
corbata negra y bambas sucias. Modestamente
me muestra tres cachorros de lobo, pintos,
salvados de la muerte, los feroces gatos silvestres,
recorriendo impacientes la gran jaula como tigres, el tucán
debilitado por un virus desconocido, pero ahora
ya recuperado y acicalándose. Colores bulliciosos:
rojos, verdes y dorados resplandecientes,
idóneos para anuncios que proclaman la paz inter-
galáctica cuando llegue el momento.

Traducción de Eduardo López Truco





QUÉ ES EL TRABAJO

Hacemos una larga cola bajo la lluvia
esperando en Ford Highland Park. Por trabajo.
Ustedes saben qué es el trabajo —si son
lo suficientemente grandes para leer saben
qué es el trabajo, aún si no lo hacen.
Olvídense de ustedes. Hablamos de esperar,
cambiando una y otra vez el pie de apoyo.
Sintiendo la lluvia ligera como bruma
en el pelo, nublándote la visión
hasta que te parece ver a tu hermano
delante tuyo, quizás diez lugares.
Te frotás los anteojos con los dedos,
y es por supuesto otro hermano,
con hombros más pequeños que
el tuyo pero igual de cansados, la sonrisa
que no oculta el empecinamiento,
la triste convicción de no entregarse
a la lluvia, a las horas de tiempo perdido,
a la certeza de que allá adelante
espera un hombre que dirá: “No,
hoy no estamos contratando”, por una
razón cualquiera. Amas a tu hermano,
ahora se te hace casi intolerable el amor
que de pronto te inunda por tu hermano,
que no está a tu lado ni está detrás
ni tampoco adelante porque está en casa
reponiéndose del miserable turno nocturno
en Cadillac para después poder levantarse
antes del mediodía a estudiar alemán.
Trabaja ocho horas por noche para cantar
Wagner, la ópera que vos más odias,
la peor música jamás inventada.
¿Cuánto hace ya que le dijiste
que lo querías, le agarraste los hombros,
abriste bien los ojos y soltaste esas palabras,
y lo besaste tal vez en la mejilla? Nunca
habías hecho algo tan simple, tan obvio,
no porque fueras demasiado joven o tonto,
no porque fueras celoso o aun mezquino
o incapaz de llorar en
la presencia de otro hombre, no,
solo porque no sabes qué es el trabajo.





Belle Isle, 1949

Nos desnudamos la primera noche cálida de primavera
y bajamos corriendo hacia el río Detroit
para bautizarnos en el piélago
de piezas de coches, peces muertos, bicicletas perdidas,
nieve fundida. Recuerdo que nos sumergimos
tomados de la mano con una muchacha polaca de la universidad
a la que no había visto antes, y que el frío
entrecortó nuestros gritos al mismo tiempo,
y la ascensión a través de las capas
de oscuridad hasta la atmósfera final sin luna
que era este mundo, la muchacha saliendo
a la superficie después de mí y alejándose a nado
en las aguas sin estrellas hacia las luces
de la avenida Jefferson y las chimeneas
de la vieja fábrica que ya no parpadeaban.
Volvernos por fin para no ver ninguna isla
sino una calma perfecta oscura hasta
donde alcanzaba la vista, y de pronto una luz
y otra flotando a lo lejos
para conducirnos a casa, barcos graneleros quizá, o fumadores
que caminaban solitarios. Regresar jadeando
a la playa tosca y gris en la que no nos atrevimos
a echarnos, los húmedos montones de ropa,
y vestirnos el uno junto al otro en silencio
para volver al lugar de donde vinimos.

The Vintage Book of Contemporary American Poetry (ed. J.D.Mc Clatchy), 
Vintage Books, Nueva York, 1990
Versión de Jonio González





Una fábrica abandonada, Detroit

Las puertas están encadenadas, la cerca de alambre 
de púas se mantiene en pie,
una autoridad de hierro contra la nieve,
y este gris monumento al sentido común
resiste la intemperie. Temores de manos desocupadas,
de protesta, hombres confabulados, y de la lenta
corrosión de sus mentes, todavía cargan contra esta cerca.
Más allá, a través de ventanas rotas se puede ver
donde las grandes prensas hacían una pausa entre un golpe y otro
y así permanecen, en el aire suspendido, atrapado
en el margen seguro de la eternidad.
Las ruedas de hierro fundido se han parado; uno cuenta los rayos
cuyo movimiento difuminaba, los puntales que combatió la inercia,
y calcula la pérdida de poder humano,
experto y lento, la pérdida de años,
la progresiva decadencia de la dignidad.
Vivieron hombres dentro de estas fundiciones, hora tras hora;
nada de lo que forjaron sobrevivió a los engranajes oxidados,
lo que podría haber servido para moler su elogio.

Selected Poems, Atheneum, Nueva York, 1984
Versión de Jonio González




An Abandoned Factory, Detroit

The gates are chained, the barbed-wire fencing stands, 
An iron authority against the snow, 
And this grey monument to common sense 
Resists the weather. Fears of idle hands, 
Of protest, men in league, and of the slow 
Corrosion of their minds, still charge this fence. 

Beyond, through broken windows one can see 
Where the great presses paused between their strokes 
And thus remain, in air suspended, caught 
In the sure margin of eternity. 
The cast-iron wheels have stopped; one counts the spokes 
Which movement blurred, the struts inertia fought, 

And estimates the loss of human power, 
Experienced and slow, the loss of years, 
The gradual decay of dignity. 
Men lived within these foundries, hour by hour; 
Nothing they forged outlived the rusted gears 
Which might have served to grind their eulogy. 






EL REGRESO: ORIHUELA, 1965

para Miguel Hernández

Llegas a una suave elevación
en la estrecha, sinuosa carretera,
las nidadas del blanco pueblo
en el valle más abajo. Una brisa
platea las frías hojas
de los olivos, justo como sabías
que lo haría o tal y como lo viste
en un sueño. ¿Cuántos días
has esperado hasta este día?
Pronto deberás enfrentarte a un hijo
hecho ya un hombre, una mujer envejecida,
la diminuta casa sellada de la memoria.
Un solitario cuervo desciende contra el sol
y los campos susurran su coraje.

de The Simple Truth, Premio Pulitzer de poesía 1995
Traducción de Andrés Catalán




THE RETURN: ORIHUELA, 1965

for Miguel Hernandez

You come over a slight rise
in the narrow, winding road
and the white village broods
in the valley below. A breeze
silvers the cold leaves
of the olives, just as you knew
it would or as you saw
it in dreams. How many days
have you waited for this day?
Soon you must face a son grown
to manhood, a wife to old age,
the tiny sealed house of memory.
A lone crow drops into the sun,
the fields whisper their courage.



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