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lunes, 30 de julio de 2012

7443.- MARÍA BARANDA





María Baranda (Ciudad de México 13 de abril de 1962) es una poeta, narradora, editora y traductora mexicana.
Estudió psicología en la UNAM.Colaboradora de Casa del Tiempo, La Gaceta del FCE, Revista Universidad de México y Vuelta. Becaria del FONCA en sus programas Jóvenes Creadores (poesía), en 1990 y 1995; y del FONCA/Rockefeller (ensayo) en 1997. Miembro del SNCA 1999-2005 y 2008-2011.
A finales de marzo de 2008 participó en el IV Festival Internacional de Esmirna, Turquía, dedicado a Latinoamérica, junto a los poetas Pablo Armando Fernández de Cuba, Sergio Badilla Castillo de Chile, Diana Bellessi de Argentina, Rafael Courtoisie de Uruguay, Margarita Laso de Ecuador y Rei Berroa de República Dominicana.
vive desde 1995 con su esposo y sus dos hijas

Obra

El jardín de los encantamientos. Uam, México, 1990, Poesía.
Fábula de los perdidos. Ediciones de El Equilibrista, México, 1990.
Ficción de cielo. Uam, México, 1995, Poesía.
Los memoriosos. Uam, México, 1995, Poesía.
Moradas imposibles.Ediciones sin Nombre, México, 1998, Poesía.
Nadie, los ojos. Conaculta, México, 1999.
Atlántica y el rústico. Fondo de Cultura Económica, México, 2002.
Dylan y las ballenas.Joaquín Mortiz, México, 2003.
Ávido mundo, Ediiones sin Nombre,México, 2005.
Ficticia, Conaculta,Calamus, México, 2006.
Arcadia, Ediciones Monte Carmelo,México, 2009, Poesía. Ediciones Monte Carmelo
Antologías:
Ávido mundo,Monte Ávila, Venezuela, 2008.
El mar insuficiente,Unam, México,2011.

Literatura infantil

Antología

Hago de voz un cuerpo, FCE, A la Orilla del Viento, 2007.
Narrativa
La risa de los cocodrilos, El Naranjo, 2008.
Malintzin. La noche de Marina, CONACULTA/Random House Mondadori/Lumen, Huellas de México,2007.
Una liebre nos detuvo en el camino, Ediciones SM, 2007.
El mago abuelo y su chango desaparecido, El Naranjo, 2006.
Invisible, Norma, 2006.
Marte y las princesas voladoras, FCE, A la Orilla del Viento, 2006.
Ángela en el cielo de Saturno, Ediciones Castillo, MacMillan, 2004, 2006.
Un lugar en el mundo, CONACULTA/Corunda, 2004.
Silena y la caja de secretos, Ediciones SM/DGP-CONACULTA.
Tulia y la tecla mágica, Ediciones Castillo, MacMillan, 2001, 2006.
Invisible
"El sueño de la pantera"

Poesía

Arrullo, El Naranjo, 2008.
¡Ruge!, El Naranjo, 2008.
Digo de noche un gato, El Naranjo, 2006.
El sol de los amigos, El naranjo, 2010

Premios

Premio Nacional de Poesía "Efraín Huerta" 1995 por el libro Los memoriosos.
Premio Internacional de Poesía "Villa de Madrid" 1998, por la obra Moradas imposibles.
Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2002, por el poemarto Dylan y las ballenas.
Premio de Literatura infantil Castillo de Lectura 2001, 2004 por Tulia y la tecla mágica y por Ángela en el cielo de Saturno.
Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor, 2003 por Silena y la caja de secretos.
Premio de Literatura Infantil de la FILIJ, 2004 por Un lugar en el mundo.
Lista de Honor de International Books on Board for Young People, 2008 por Marte y las princesas voladoras.
Lista de Honor White Ravens, 2008 por Hago de voz un cuerpo.





Epístola del náufrago

He soñado con tus grandes extensiones
de frescura,
con las sombras que se estremecen
bajo los malecones
y con altos árboles crecidos
bajo la indiferencia de la luna.
Te he soñado viva
entre mis manos
con tu rumor de especies
crepitando,
con los textos divinos
escritos en tus entrañas,
con los despojos
de todo cuanto te es ajeno,
con las flores silvestres que envilecen
los templos y las máscaras.
Te he soñado remontando
la historia de mis palabras
como una yegua overa,
lenta y armoniosa.
Tú, señora de nombre azteca,
fuiste penetrada de ola en ola
por un blanco ejército de gaviotas.
¿Quién como tú?
“Quebrantada por el mar
estás ahora,
sepultada en lo profundo de las aguas.”
Tierra
de toda cosa y todo hombre,
ávida en regiones
y títulos de comarcas.
Tu presencia es mi ley,
tu extensión
la amarra más sagrada.
Tierra,
devuélveme la voz,
deja que mis sueños
sean frecuentados por la verdad
y que la noche se abra
al esplendor del agua.
Despoja de mí
toda historia y condúceme,
tal una colonia de pólipos
o una hambrienta hidra
en busca de la dafnia,
a la memoria del mar divino.
Dios,
que la noche ha roto sus amarras.






El jardín de los encantamientos

A mediodía
una mujer
lava sus ojos
en el límite del sueño.
Jamás la tierra vio tanta dulzura en un rostro.






               
¿Qué comienza y da fin cuando ella mira 
un precipicio azul de tinta?

Y habiendo estado tras las rejas
de las albas sometida, cavara
ahora entre tus carnes
las rodajas, el vértice mordaz
arremangada, abriendo
el paraíso en tus partículas
bajo la lluvia casta de las aguas.
Hembra de qué playa te buscara
en tus navíos y en trenes
recorriera aquel fulgor
bajo la niebla, pesada
y conyugal sobre tu cuerpo
acariciando hambrienta
en la lujuria de este sol
que jubiloso
me hace recibir de pronto
tanta gracia.





En los pistilos
               
De luz te vi nacer donde la estirpe 
de un sol de sangre entre las nubes 
límpido alumbra la voz de las raíces. 
Si entro en tu sueño me despierto, 
amanecen las sombras por tu alcoba, 
en tu nombre se enciende verde el mundo

donde estallan luciérnagas de lumbre.
Desde lo alto de ti en un acorde me bendices
y con el barro de tu boca formas
un pedazo de mí como tu historia propia.
Calla por ti el soplo lengua adentro,
la ronca voz donde maldices.
Tu piel en su ritmo me levanta
y en los cármenes te escucho pesumbroso
cómo devoras mi carne y mis fermentos.

Todo en mí avanza y se detiene
y todo por entero desciende en un relincho:
lo que no fui lo que no soy,
lo que me nubla y me desaparece, animal
que lame al animal de la doliente.

Las bodas de las flores se dan sobre el estigma. 
El polen se desprende al comenzar la aurora
y en un solo momento la vida se redime 
y entonces se retira.

La santa en penitencia grita
que pueda ser de fuerza su grandeza,
              bailando
en este reino sin escrúpulos. Teresa 
es soberana en su magnificencia y con su voz 
de pájaro en su preñez avisa: "Escribo 
abierta, volando y con jacintos 
de golpe me doy cuenta 
que estoy viva." Y de misterios tantos 
se tiñó su lengua, su resplandor 
fue aquel fecundo encuadre 
con sus trenzas, sus mejillas ardiendo 
en jeroglíficos y en éxtasis 
los ángeles agradecidos 
lamieron el temor en su flaqueza.

"Señor, lo que pasó
pasó, ahora muéveme hacia el gozo
y con tus alas determina quién
será por mí aquel letrado único
de corazón ensimismado
que de provecho diga 
en oratorio: Perra, 
hagamos juntos este mundo.”






Ángeles de proa

I

Hemos llegado
y no es del mar donde somos,
aquí hace tiempo estaba nuestra casa,
en el Oriente de los vientos;
las mujeres veían pasar las nubes lentas,
había plantas muy distintas
arraigadas al sol que tanto se recuerda,
y era la voz de helechos y largos chayotillos
lo que a diario nos llamaba,
antigua era la casa de húmedas entrañas,
de árboles de sangre y pájaros,
1qs cerros y los montes
Se alzaban bruscamente,
altas las pendientes y el estanque frío

donde extraviamos lo que vimos, 
después los hombres se fueron hacia el frente 
hinchados de gloria y de batallas: 
si alguna vez fuéramos grandes...

pero la historia
de la tierra se borraba, así,
tan solas nos quedamos
con el honor y la excelencia al hombro,
entonces por boca de la anciana
supimos de extrañas ceremonias
donde se guarda a Dios

y se lame su palabra,
árboles se erguían en los sueños
y no había
olor de azahar, de acanto o de albahaca,
los pies eran ligeros, y la lluvia...
cantaba un gallo muy lejano,
de esos guardados entre pastas
de viejas biblias ya olvidadas,
hermosos los ojos que leían, ¡ah!,
los labios, los sueños de las otras,
las olas eran altas, grandes
las piedras donde ningún sonido era eterno
en las regiones de las aguas;

luego,
vestidas con las telas
y las flores,
llegaba el momento de rezar y de llenar la noche
con palabras, porque las horas,
las horas no se escapan,
todas están habitadas,

ángeles venidos de la Altura
cruzaban muchos círculos,
ofrendas de pimientos y frutas muy jugosas
eran puestas al paso de los templos, los ángeles
con las manos abiertas, decían el Bien decían
    el Mal
hasta la hora en que una estrella 
aparecía en el firmamento 
y toda exclamación se disipaba,

montes verdísimos lucían sus yerbas
de epazote y toronjil, arriba
la Virgen del Recuerdo
se iba lejos con la cabe/a al sol,
el mundo eran los días, calendarios
tallados a muerte, voces
de una piedra consagrada
que sabía del tiempo seco y amarillo de
    los campos,
de la tierra de azúcar verde y de fuego 
que soñaba con el pan dulce de la escanda, 
todos estos lugares se oían en los suburbios, 
y nosotros, mientras narraban, teníamos miedo 
de los demonios que miran a los niños 
y pensábamos en esos Santos sin ningún oficio 
que ardían en las hogueras, con una mano en
    la boca
y la otra en el vacío, luego 
brotaban los fantasmas 
de bestias hace siglos ya enterradas, 
dos sílabas caídas de un cadáver 
aún mojado por las tibias gotas de la lluvia:

el Padre en el abismo
que ruega por el sol y su blanca marejada,
el Padre en el principio que todo lo reclama,
el todopoderoso que guarda de noche
su ejército de dioses,
caballos de viva sangre eran su primer coro,
y la palabra pura

en el mundo
libre al aire y al mar;
de allí los hombres, los mineros,
cocina de pan y de miel
donde el Padre decía los oráculos,
y el cielo tan azul,
y su murmullo, la voz del Pez
y la derrota de aquello no escuchado,
el Tiempo decía que lo borrara de su libro
pero él, el único, el todo roca y puro para siempre, 
cerró su corazón, lamió
los márgenes del terebinto y dijo al ermitaño
tu será de niña pero tu acción...
  
¡Señor, el mundo es tan ajeno!,
será, narraba aquella anciana, cuando se
    guarde el sol
y de los montes bajen a un feudo de leyendas, 
en paz con la mesura del enebro, lo harán 
por la espiral del cielo, el corazón a punto 
y la marea...

así fue el nacimiento
de todos los Espíritus,
engendrados tan alegres
y siempre luminosos,
que una ráfaga marina
hizo estallar en las semillas
bajo el sol;
llorosas estaban las Parteras,
las algas y las flores rojas de la mar
eran mecidas cual frutos muertos
bañados de un antiguo secreto,
toda la bondad de las raíces
en las barbas de la mujer del mar,
nosotros
decíamos la oración
sobre los dulces corazones del espliego,
sin otra cosa por hacer
que dar la vida más íntima a la tierra;
grandes eran los álamos
que acogían la ofrenda
de buena voluntad y de hermosas maneras
fermentadas en monasterios
o acaso en frías iglesias,
o en el amor que escupe el invisible pordiosero
en esos muros
hace siglos ya de pena,
y la tumba del Señor —el nuestro—
abierta como abierta está la playa
al extranjero,
su sombra ha quedado aquí
porque este mundo de tan ajeno
es una página,
una violencia jamás escrita,
es la luz,
la humillación suprema,
la gloria 
donde se hablan y no se miran
el minero y su propia sombra,
el Uno que sigue al Otro,
ellos, los memoriosos, decían un día
haber oído al perro
y sus ladridos, de las casas
salieron sordos ruidos, hombres
vestidos de negro,
blancos por dentro,
como la noche caída en el barranco;
allí un ataúd de encino
pasaba con su cortejo de estériles mujeres,
y no sus manos y no sus rostros
eran la ofrenda de los patios
donde pálidas las rosas y dulces en su fuerza
guardaban el sueño de los hombres de la costa;

mar arriba entre las nubes
se iba el canto del ejército,
y nadie,
en la visitación de los extraños,
sintió la paz que mata
mas no alcanza a disipar
los sueños ya de siempre,
blancas eran las caras consumidas,
blancas también las piedras de la fosa
que hizo cavar aquel Sargento,
solitaria quedó la ciudad
de verdes barrios y de plazas
donde vírgenes ancianas adularon la Visitación,

y las mujeres
tan rojas como azules
en la mirada de la mar,
dóciles en las esquinas de la noche
y lentas,
más lentas y profundas,
avanzaban con el canto perdido entre los peces,

¡vive allí!, se oyó en las habitaciones
solitarias, cuando las tropas
en marcha perseguidas,
vieron el fin, la tarde de la Víspera,
¡cartílagos tendidos sobre el agua!,

yeguas magníficas
eran cobalto
en los caminos bárbaros,
y un viejo sacristán
de pie en el muelle
decía de Dios y los insectos
a tres días de la muerte,
¡guerreros de hermosas manos
y cuerpos de árbol!, desnudos van
pero gloriosos,
a ver al mediodía tallar sus frentes,
y toda la congregación de guardias,
federales, soldados viudos desde el alba,
esperan ya la gracia
en las rejas de algas de la mar,
en las jaulas de oro que costean a los sepulcros,

¡lágrimas derramamos
por los hombres incrédulos de sueños
y amarillos en la fiebre!,
y el día de San Patricio,

bajo el rayo más fuerte de aquel sol,
luchamos, la luz a nuestro lado,
el tiempo en todas partes
y la milicia de los cielos
a la voz de la traición,
crímenes venidos de muy lejos,
vestidos con grebas de bronce
y coraza escamada,
llevaron la plaga,
a los atrios y almacenes,
a los patios del herrero
donde el huérfano gritaba,
y un águila, nacida de montaña,
bajaba como loca entre la confusión;

el cuerpo ya no existe, atrás
quedó el ángel del abismo,
ardiente y blanco
por la cal del hombre muerto,
relámpagos en tal
y en tal otra parte, 
refugios en la voz del monte,
gemidos,
y Dios,
errante y elevado,
también perdido entre la confusión;

aquí hace tiempo mirábamos un mundo,
quizá desesperado,
de leyes agotadas,
de héroes y de locos,
de vendedores y príncipes extintos,
un mundo donde el sol se aleja,
desciende el horizonte,
las piedras abren grietas
por donde pasa la muía
con su amo que se arrastra,
allí surgen los pueblos,
lugares que cosechan templos
para purificar a santos y a mujeres,
rebaños de vacas
que lamen las banquetas y más allá
repúblicas de hombres tristes.

¡Señor, las calles son de fuego,
la historia arde frente a su propio espejo!

¡Señor, estamos perdidos entre la confusión!











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