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sábado, 12 de mayo de 2012

6916.- MARÍA SOLÍS MUNUERA





María Solís Munuera (Madrid, 1976)

Tras licenciarse en Bellas Artes en la UCM y en Economía en la UNED, realizó un Máster en Traducción en la UAM. Ha trabajado como traductora, fotógrafa y redactora. Colabora en la sección literaria de Culturamas, donde realiza reseñas y entrevistas. Ha publicado la plaquette “Hordas” (Barco de Ideas, 2011) y sus poemas se han incluido en revistas (Cuadernos del Matemático, La Bolsa de Pipas), medios digitales (Ariadna-RC) y en antologías como “Manos a la obra” (Fuentetaja, 2010), “Manos a la obra, dos” (Fuentetaja, 2011) e “In Absentia” (Nanoediciones, 2011). Actualmente participa en recitales de poesía en Madrid y termina su primer poemario.
http://eldobledeldentista.blogspot.com



Verano

Ya es verano
porque ha caído un cuerpo en la piscina.

Una mujer
hace de minutero, hace comedia:
con la toalla separa
su cuerpo de la tierra
y gira bajo el sol.
Una tercera mano le unta leche
y el aceite
si aún es capaz de enrojecer.

El hijo
aún no sabe nadar.
Camina sobre el agua
del foso donde se reproduce la infección.
Sin que nadie lo note,
las bacterias le forman un pulmón de socorrista,
neumónico y viril.




Saliva (o tradición)

una madre ha cambiado su leche por saliva
glándulas salivales, la tradición mamífera
la limpieza genética de las amas de casa es la saliva
es la lengua materna, traspasada
- la madre, amor, higiene, catatonia-

la saliva
en el pañuelo de la mujer decente
espera bajo el puño
junto a la calentura oculta de la vena
restriega
pantalones, las piernas
las caras de los niños, salivadas
con la nariz mojada, para siempre
pegados al olor de la saliva

es pura deglución:
no hay alimento
una vida
34.000 litros de saliva
también el que ha creído en la libertad de los recreos
y se llena con tierra los bolsillos
y con ella penetra en el colegio,
en su desinfección

domingo, el paseo:
salivación del padre bien vestido
saliva a sus zapatos, traídos hacia el rostro
como guantes
agarra las muñecas y escupe entre los pasos

la madre buena llora
los gritos del nacimiento de los dientes
la madre buena premia
la saliva gustosa de la parapléjica sonrisa

formol, placenta, sopa

hay un pueblo repleto de saliva,
feliz

Hordas, 2011




El espíritu de empresa de los ácaros (o Karoshi*)

"El trabajo te salvará la vida",
dicen el padre, el médico, el amigo.
Le estamos preparando un gran desfile.
Nuestro edificio enfermo será el héroe.

La importancia económica del ácaro
es el gramo de piel perdido al día
por un humano adulto, amor de araña
que copula en el polvo y la moqueta.

Acolchonado interno, dermatófago,
el espíritu de equipo de los hombres
que levantan el féretro -o el Cristo:
ese rictus de silla giratoria.
Con su amianto presiona la vagina
la secretaria: así no nace nadie
y los fetos maduran, se convierten,
envejecen y mueren en el útero.
Ya no pueden abrirse las ventanas,
el aire respirado se recicla.
Libertad de vapores ergonómicos.

Antes hubo espíritus no estancos,
que dejaban impresa en las paredes
la humedad japonesa de la sangre,
la honorabilidad de la carótida
sesgada, los tres cortes del vientre.
Nunca morir de espaldas, nunca
sin atarse previamente las rodillas.

Son los emplastecidos por el blanco
industrial, ácaro del terciopelo
y de la sarna. Y qué hacer, si le dan
pistolines a un grupo de soldados
que no quieren morir. Correctamente.
Los ácaros son seres responsables.
Los soldados son seres responsables.
Matan, se reproducen y sonríen
como crecen las uñas de los muertos.




Souvenir (o el placer de viajar)

Vivir habría querido cerca de una giganta.
Charles Baudelaire

I

El resultado es una librería de salón adornada con cuerpos
para cada familia.
Una evaluación de madurez.
Estuve allí
- o mis hijos viajaron-.

Ante la prohibición del zoológico humano
en los alrededores de París,
envuelvo con papel de burbujas al testigo.
En casa lo desnudo.

                                         
II

En casa la desnudo.
La alumbro.
La he traído,
a ella porque sabe
(estaba lejos)
que ningún barco ha desaparecido.
No son navegables los océanos.

Ella conoce
dónde esperar a Dios
según el procedimiento de los monstruos.
Y ríe.
Lo más cerca posible de la Antártida.

Tras escupir al barro,
sexualizó la nieve.
Del hielo
hizo una genealogía.
Construyó una giganta.


III

Religiosamente
volveremos por más,
cada vez más distantes,
hasta caernos, planos, de la Tierra.

Ella, giganta,
dentro de mi vitrina,
mantiene la ventaja del papel de grabado,
de un solo de tiempo,
y del espacio, sus aberraciones optimistas.

La contemplo el domingo,
cuando acaban los turnos y los dioses
descansan
y rompen su reflejo.





La mesa del almuerzo

Tiene algo de autopsia
la mesa del almuerzo,
en la que el padre juega a tener importancia.

La precisión del corte, de la hora, del castigo
a la hija,
a la pornografía de la masticación.


La urbanidad, silencio

                                 
Se retiran
los pulmones, la sangre y el estómago.

Impolutos los dedos, el mantel,
su función es cubrir los genitales.
Los labios no rozan la comida,
en la boca no deben quedar restos.

Ante la mano
se interpone el metal.




Ha muerto una señora respetable

Ha muerto una señora respetable.
Austera, castellana,
los poros obstruídos de justicia.

Cayó por la escalera del 115.

La perseguía el fantasma de una rubia de bote.

Cada noche, se inclinaba en su boca, le exhalaba
el vaho oxigenado,
el carmín derretido,
el mechón suelto.

Era fácil su carne transparente,
albina de rezos y potajes;
la seguía
corriendo por todos los pasillos,
la alcanzaba
en puertas con el pomo al otro lado.

La dama tenía miedo
del rímel que huía de sus ojos,
espantado
por bolsas de resaca y raíces negras;
sentía pánico
por la verbena alcohólica
que gozaban sus labios, estallido
de piernas sebosas de deseo,
a fuerza de placer, erosionadas,
moldeadas a base de mordiscos.

La muerte, natural, fue de la dama.
Una rubia platino se suicida.






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