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jueves, 19 de abril de 2012

6717.- ARTURO MACCANTI

Arturo Maccanti (Gran Canaria, 1934) es un de los grandes poetas españoles vivos, pese al castigo de silencio al que le han sometido los hacedores de antologías.
Nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1934 de padres italo-portugueses. Fue amigo desde la adolescencia del grupo formado por Martín Chirino, Manolo Millares, Manuel Padorno, Felo Monzón, Toni Gallardo y otros.

Se trasladó a La Laguna en 1951, en cuya universidad se licenció en Derecho. Por su ascendencia paterna, profundizó en el estudio de la lengua y literatura italianas, viajó a Italia muchas veces y es un reputado conocedor de dicha cultura, hasta el punto de que ha traducido y publicado a grandes autores como Ungaretti, Montale, Pavese, Quasimodo y otros. También es autor de un libro de poemas inédito en lengua italiana: L´impalpabile sabbia (La impalpable arena).

Fue cofundador, junto a Manuel González Sosa y Antonio García Ysábal, de la colección editorial La fuente que mana y corre.

De su obra poética, que ocupa la mayor parte de su actividad literaria, por la que ha obtenido diversos galardones, y que ha sido estimada por sus contemporáneos como una de las más rigurosas hechas en Canarias, destacan los títulos: San Borondón (1958), Poemas (1959); El corazón del tiempo (1963); En el tiempo que falta de aquí al día (1967); De una fiesta oscura (1977); Cantar en el ansia (1982); El eco de un eco de un eco del resplandor (1989), compendio de toda su producción publicada hasta entonces; Viajero insomne (2000), Obras Completas (2005), Helor (2006), etc.

Se ha dicho que de los poetas de la generación de los 50, es el que más insularidad trasluce -el aislamiento, la lejanía-, su delicada ternura y su ansia de universalidad. De hecho, el poeta ha expresado el interés que siempre le ha suscitado el concepto de la isla en su dimensión interior, ha sido uno de los temas centrales de mi obra, junto al mar y el paso del tiempo.

Entre 1972 y 1974 residió en Madrid, colaborando con la Editorial Taller de Ediciones JB, dirigida por el poeta Manuel Padorno, amigo desde su adolescencia en Gran Canaria. Esta editorial jugó un papel providencial en la cultura canaria durante la década del setenta, dando a la luz textos importantísimos que, en muchos casos, hoy son considerados clásicos de nuestra poesía y nuestra narrativa.

Ha participado en lecturas de poemas por toda la geografía insular, labor que sigue haciendo en el presente. Además de cultivar la pintura, preparó textos para las exposiciones organizadas a favor de la población de Sarajevo y de UNAPRO. Fue el organizador de La Laguna, Ciudad de Poesía, celebración de la poesía durante el mes de mayo de 2001, en la que participaron, entre más de cien poetas, Kostas Tsirópulos, Corredor Matheos y Carlos Germás Belli. Desde enero de 2002 es miembro de la Academia Canaria de la Lengua. En el año 2003 fue galardonado con el Premio Canarias en la modalidad de Literatura.




GEOMETRÍA

No hay más
En este mundo
Que isla, cielo y mar.

¿Bastan tres puntos solos
para determinar
--el plano de—
la vida?






POR LAS ALTAS TIERRAS

En las rocas de marzo,
Blancas a la interperie
Riela la luna.

Yo, por las altas tierras
De la isla, atalayo
El mar nocturno
Que pasa allá a lo lejos,
Como un mounstro de sueños,
Lamiendo las orillas
Lentas bajo la bóveda de las estrellas.

En el ras del silencio,
¿quién bate el corazón,
más perdido que ausente,
hasta volverlo
pan de oro por dédalos de mar,
laberintos de islas?



EN LA ISLA

“aunque la sangre hierva
acostumbrada a guerras”
--que decía
en labios de Bencomo,
Don Antonio de Viana—

Hay momentos del día
Que amo la sombra, cierro la ventana
Y me dejo vencer por la desgana,
Por el alcohol
O la melancolía…





LA TIERRA SOLA

“Que tiene el mayor mar como camino…”
Alonso Quesada

Mi pequeño país de inmenso cielo,
De inmenso mar,
He caminado por tu piel de tierra,
Tu arboleda de alisios, tus litorales solos,
Aspirando el olor, la savia de tus lavas,
En el aire que cumple mi edad y mi memoria.

Por la luz de tus cumbres descubrí el universo
La mañana primera, con otra luz ahora
Que empiezo a desnudarme de sustancia,
Que amo más tu hermosura a medida que avanzo
Por las selvas del tiempo.

Me he desangrado sobre ti.

Tu siempre me has devuelto duplicada la sangre
Y más claro mi sueño.

Si he sido un hijo de tus soledades,
Si sufrí como míos tus yugos y abandonos,
Si amparaste a mis muertos, si das luz a mis vivos,
Si nada te pedía cambio del amor, mira, al menos,
Cuando sea ceniza
Que no me esparza el viento más allá de tu orilla




ESTO SÉ

Que dividimos el mar, pero el mar siempre es uno.
Que islas y continentes forman la sola tierra iluminada
Que todos los seres juntos suman un solo ser
Que es único el amor aunque finja otras luces.





COLUMPIO SOLO

(A mi hijo, 1964-1968.
Parque Municipal de Santa Cruz.
Anochece.)

¿A quién meces, columpio solo? ¿Al viento
ruidoso y ciudadano?

Al pasar, te descubro en la tardía
luz del verano, como en sueños,
con tu vaivén donde un fantasma
que golpea en el fondo de mi pecho,
todavía sonríe sin saber...

Cerca, un reloj de flores marca el tiempo
urbano, indiferente, entre risas de niños
áureos de sol atardecido, mientras
cruzo fugaz por la penumbra
de los árboles,
ya perseguido siempre
por mí, por el recuerdo
vagabundo de un sueño que fue vida.

Al pasar, se levanta la bandada
de palomas que vimos por costumbre
otros días con sol, bóvedas altas
sobre las que ha caído un mundo de silencio.

Aunque el amor no acabe,
aunque acabe el amor, columpio solo,
tú permanece fiel meciendo al aire,
meciendo al niño aquel que apenas pudo
llegar a ser mañana,
que se quedó en ayer,
y hoy cruza finalmente,
a pecho descubierto,
el vasto imperio de la sombra,
el hondísimo nihil...





CORONACIÓN Y EXILIO

Si alguna vez fui príncipe
de la luz fue en tu reino...

Me coronaste con tu risa
en la tibia arboleda de tus brazos.
Hiciste para mí rosa la rosa,
pájaro el pájaro y cetro la alegría.

Agotaste los ojos mirándome dormir.
Por esto acaso fueron tan hermosos mis sueños.

A manos llenas me trajiste el mar,
ya para siempre compañero mío.

Fue mi primer paisaje el color de tu falda
y tu voz la primera canción de mi existencia.

La huella de mi pie cupo en la tuya.
Tú eras la dicha y yo te perseguía
con mi pequeño corazón de niño
por las orillas de los mares.

Durante mi reinado
el sol nunca se puso
y el mundo estuvo acorde.

... y un día te perdí sin saber cómo,
sin saber dónde, sin saber por qué.

Luego fui destronado.

Me golpeó el dolor con guantelete
de acero en pleno rostro.

Fui conducido al mundo, encadenado,
humillado y cegado, hambriento y mudo,
en la anónima noria de la vida.
No se me ahorró miseria ni desdicha.

Me encontré solo y escribí poemas.

Abdiqué de la luz.
Ahora soy viejo
y estoy perdido entre las sombras,
enredado en el tiempo y en la muerte,
como tú, madre mía...





UNA NUBE DURANTE LA GRAN GUERRA

(En vida)

Hubo una vez una nube que cansada de serlo,
cansada de montañas y aires sin rumbo,
de los ríos inmensos de la tierra,
cansada de la sangre y la metralla,
descendió silenciosa y se posó en tus ojos.

Era el tiempo de la escarcha y de la nieve. Hacía frío.
Mucho frío, padre. Entonces tú, con tu infancia aterida
bajo el brazo,
cruzabas los caminos inclementes.

Eras pequeño a la salida de la escuela. Maestra Giulia
te daba dulces y lápices de colores, y en tus manos tristes,
más tristes que todo el universo,
mirabas aquellos tesoros incrédulo, asombrado.

En casa te llamaban con nombres de ciruela y almendra,
con nombres de manzanas y uvas moscateles,
y desde aquella época te entristeció el helecho,
porque un amigo tuyo, niño también, se murió alguna tarde
y con él adornaron las estancias dolientes.

En casa te llamaban con nombres olvidados,
con nombres que sabían a olorosas mañanas...
Florecía el cerezo, los olivos gozaban su verdor incipiente
en el cercano bosque de Varrámista,
el arroyo cantaba y andaban las muchachas de aquel tiempo
llenas, como la tierra, de sueños y esperanzas,
cuando en la fragua del destino aprendías el hierro
con tus pequeñas manos de universo tristísimo,
y un instante, lo que tarda una vida en nacer o en morir,
saltó una chispa clara para encenderte el alma.

Y encendida la tienes, padre mío sereno,
aunque una nube oculte su esplendor en tus ojos,
como al cielo de abril
celajes repentinos le ocultan su belleza sin término...



SARA NÓBREGA

Antes de despedirte para siempre,
me dejaste un libro y una estrella en la sangre.

Uno y otra venían de muy lejos,
llegaban de lo hondo
de una estirpe maldita.

Leí el destino. Era verdad
que estaba escrito. Comprobé
mis azares, por qué mi pie pequeño,
mi infatigable sensualidad,
mi fe monoteísta.

Extiendo la mano
para alcanzar los días aquellos
de tu infancia en Lisboa, en la trastienda
de un bazar, con espejos,
porcelanas azules, esmaltes y muñecas,
reposo de tus místicas saudades,
pequeña abuela hebrea.
En el espacio
breve de un llanto,
miraste un día el sol poniéndose sobre los viejos libros.
Dijiste adiós, quién sabe qué dijiste,
y otro día de otoño de principios de siglo
a las islas llegaste con un bolso, una maleta y un libro.
Primera fundación,
limpio el aire donde alzar los altares,
jerusalem sin mancha
de las viejas creencias que heredé, que he olvidado.

Oh nunca Sara Nóbrega.





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