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sábado, 23 de junio de 2012

7191.- JOSÉ E. DELGADO HERNÁNDEZ


José E. Delgado Hernández



José E. Delgado Hernández
Nació en Rio Piedras, Puerto Rico en 1981 y criado en Caguas. Recién publica su primer poemario Bajo la sombras de las palabras con la editorial Casa de los poetas. Es un poeta anónimo, de esos que pasan años guradando cada verso en sus gavetas, hasta ahora, según él afirma. Ha participado en varias lecturas de poesía.




Sin inicios de nada

Sin inicios de nada
Quiero volver al principio de todo
Al momento cero si es que lo hubo.
Regresar al embrión, al germen del mundo,
A la idea que antecedió a la línea…
A lo translúcido antes del blanco y negro.
Quiero saber de la muerte
Que dio inicio a la primera vida
Del aliento que quiso ser suspiro
Y por evolución de la lengua
Se convirtió en palabra… en el beso.
Conocer la desnudez de la piel antes de ser
Saber de qué humo si hizo la primera alma,
De que fuego el espíritu primogénito.
Quisiera regresar al remolino de
Donde nació el viento…
Al punto de partida de toda intención
De Aquel que comenzó el universo
Con un grano de mostaza en la mano.
Si pudiera volver al vientre de la primera ilusión
A recoger en mis manos la palabra inicial
Que comenzó todo este rompecabezas.
Y reconocer el inicio del gesto del odio
Para transformarlo en la intención original.
Ansío regresar al principio de lo que no se escribió,
Desnudar la memoria,
Dejarla tal cual llegó a mi.
Sin inicios de nada y romper la piedra
De donde creció la guerra…
Se, que no estoy lejos de nada
Y que la mirada muy pronto será de futuros…





BAJO LA SOMBRA DE LAS PALABRAS

I         

Te vi…Venías por las calles mojadas
de mis sueños más remotos,
y te quise desde entonces…
Amarrada a mis deseos,
a mi cintura, a mi amor huérfano;
anclada en estos ojos lánguidos.
Pero, ¿quién me hubiera dicho que, de tus besos,
mi alma se llenaría de alondras enamoradas,
que de tus manos nacería la fuente
que mitigaría toda la sed en mi garganta
y en mi corazón?
¡Mujer!, en cada suspiro
viaja tu nombre tatuado en mi aliento;
en cada silencio habita tu recuerdo,
duerme tu boca en mis labios,
despierta mi pasión en tus senos maduros.
Tengo esta locura enamorada y poeta
inventándose versos… y un beso nunca besado.




II

Bien amada… en ti me descubrí  poeta,
me supe renacido en el poder de tus ojos,
amarrado a tus pupilas
en un lazo eterno.
Socavado los límites de la distancia,
a tu lado, todos los caminos son anchos
donde florecen jazmines y claveles
de cada huella tuya.
Entendí que mi libertad reside en ti,
abrazada a tu espalda,
-Cada día… cada noche…-
que por amarte vuelan ruiseñores desde mis manos
y nuevas auroras se encienden en mis ojos…
Amada, he tatuado en mis labios tus labios,
el ósculo de la madrugada que me dejaste prendido
en el pecho: incandescente, palpitante, vivo y enamorado.




III

¿Sabes, amor?
Yo he de esperarte
como quien espera que la primavera
florezca en sus manos.
Te esperaré callado,
habitando tus silencios,
merodeando tus recuerdos…
Te esperaré con las alas extendidas
dispuestas a volar para cuando llegues.
¿Sabes, amor?
Yo he de esperarte
con el hambre de tus labios en los míos,
con la sed de tu piel en mis dedos.
Yo he de esperarte
aquí sentado, desojando versos para ti.




IV

Contigo las horas renuncian al reloj,
el tiempo hace huelga de hambre,
los senderos se abren a tus pasos,
mientras que en cada pisada dejas auroras encendidas. . .
Yo te sigo entre un rumor de hojas y viento
que vuela a tu alrededor y te acaricia sutilmente.
Me dejo caer a tus labios rendido.
Amor, tu sola presencia socava el mundo,
los mares se rinden mansos ante tu silencio;
eclipsas la luna con la luz de tu sonrisa
cuando te vuelves una constelación de resplandores en mis ojos.
En ti las horas huyen…
El tiempo se esconde del sol
y nuevas auroras crecen de tus huellas,
encendiendo mis pasos cuando voy tras de ti…




V

Siempre quise que fueras mi cielo
y que bandadas de gaviotas volaran sobre ti,
pero ellas emigraron hacia otros horizontes
mientras tú huías en ruta a otros firmamentos.
Diferentes mundos fueron tus estaciones
y otras temporadas te abrazaron,
pero eras demasiado grande para ellos
y escapaste hacia otras fronteras.
Yo me quedé perpetuado en las lunas
que pasaron eclipsando mis pesares
y no sé si me convertí en poeta o vagabundo,
pero me vi muchas noches inventando versos en las calles del recuerdo.
Mientras todo pasaba, tú seguías ahí, intacta,
con la misma ternura de otros años,
que seducía todo con la aurora de tu sonrisa.
Exactamente, como cuando te amé.




VI

¿Qué hago aquí, recogiendo vidrios con mis manos rotas,
estas manos gastadas por el óxido del tiempo
que se ha tatuado en ellas?
Mis manos….
que eran lo único que me salvaban de la locura
porque sentía en ellas las ilusiones
que se me escapaban al viento.
Pero fue que se rompieron en una caricia,
quizás porque no advertí que eran de barro
o que aquella piel era demasiado fuerte para mi débil amor.
Ahora, solo deseo saber qué hago aquí,
recogiendo los vidrios de mi espíritu
con las manos rotas
mientras tú permaneces impasible en el espejo.



VII

Todavía queda algo de ella en mí…
Me queda su sombra en el espejo,
el frasco de perfume a medio terminar,
sus huellas hondas sobre mí.
Me quedan sus manos como puñales,
clavadas en mi hastío.
Me quedan sus ojos mirando, me quedan…
sus ganas, su fuego, su dulce tristeza,
aquella melancolía con que se peinaba el cabello.
Aún queda algo de ella en mi…
sus poemas, la nostalgia de sus suspiros,
la noche en que le entregué mis armas,
un verso bajo la almohada
y la aurora de su voz.
Si, todavía quedan retazos de sus besos rondando mi boca,
un dejà vu cada mañana al despertar
y un ángel abandonado en mí ser…





VIII

A veces creo tener la certeza
de que algo de ti me devolverá la vida…
¡Qué sé yo!
Quizás un hálito de tu perfume
o la sombra de tu mano
-como un milagro o algún truco-
alce su alejada voz y me diga:
“J.E, levántate y anda”
Y yo andaría a tu reino de palabras mustias,
al gobierno de tu ausencia,
ciego, devoto de tu silencio absoluto…






IX

Yo sabía que eras veneno
y  por tal decidí suicidarme en tus labios,
en tu cuerpo, en tu sexo. . .
Eras la eutanasia más idílica;
eso creí. . .  y ahogué en tus pechos
los versos que construían mi vida.
Amé la vida que se me derramaba por las venas,
por la herida que trajo tu caricia.
Cada beso era una muerte y una resurrección,
y tú…  tan veneno…  tan antídoto.
Te me metías por las venas, por la nariz, por la boca,
como humo, como polvo, como líquido
Entonces, dejé poemas como testamentos
escritos en servilletas, en los espejos,
poemas suicidas que nadie leyó.
Solo yo, porque no pude morir
ahorcado de tus cabellos,
ni con el disparo de tus ojos en la sien.




X

Mi piel no habla, pero aun así,
a diario me pregunta por ti y tus caricias.
Mis poros extrañan tus poros abiertos,
destilando en mí la humedad de la pasión.
Mis dedos te buscan en el aire,
en la sombra que dejaste olvidada en el espejo,
en la huella de tu cuerpo, que se quedó tendida sobre la cama.
En fin, mi piel no habla, pero
a gritos me pregona tu ausencia.





XI

¿Qué me pintará esta noche?
¿Algún cuerpo bañado de lunas
a la espera de mi pecho desnudo,
a la espera de un verso quemado en su piel?
Acaso me pinte una soledad de infinito fondo
sobre el lienzo de mis ojos.
Tal vez, yo le dibuje a la noche un beso de sol,
o quizás un unicornio azul galopando nostalgias,
o el suicidio de una estrella en mi corazón,
o a un aprendiz de poeta
escribiéndole versos callejeros a su soledad.





XII

Bajo la sombra de las palabras
me escondo y desnudo mis amores,
acaricio cada letra -terciopelo que baja por mis dedos-
y habito en cada palabra a contraluz.
Arranco de mi garganta los gritos de un poema
que ha permanecido escondido entre las sombras,
tripulante de sueño y fantasía
que viaja a bordo de una nube en forma de poeta, que,
fatigado de tanto viaje, busca donde reposar.
Y me vuelvo eco de las voces calladas por la injusticia,
desvisto mi cuerpo hosco de su traje de piedra
y lo visto de tierra de montañas y ríos,
de vuelos de aves y luces de albas.
Bajo la sombra de las palabras
dibujo historias de amantes,
entretejo retazos de recuerdos
con los vestigios de un amor que nunca me amó;
hago acopio de lágrimas olvidadas
que he tendido en un cordel de poemas antiguos.
Bajo la sombra de las palabras,
solo soy una hoja en blanco…





XIII

Enclaustrado entre sombras y silencios
una palabra estalló iluminando todo.
Así fue como se me llenaron los labios de ecos azules
y de luces lavanda; fue entonces cuando te descubrí.
Desde entonces vacío los cantaros llenos de versos
que permanecen en mi pecho desierto;
derramo la sangre, la tinta, el sudor,
el llanto, en una página sedienta de mis palabras.
Solo por ti
desenredé los hilos que ataban mis dedos,
amarré las angustias y las alegrías
al amor que tantas veces se me escapó
como  perro travieso
y que regresaba siempre herido
a lamer sus heridas en mi alma.
Solo por ti
aprendí que la noche es una hechicera
disfrazada de soledad y que conspira con la luna,
un hechizo para enamorar a los poetas con la tristeza.
Solo por ti
desenterré la palabra que yacía en mi alma
y que vive hoy abrazada a la libertad de los pájaros.
Una palabra amorosa e incomprendida
bajo la sombra de las palabras:
en ocasiones, empedernida y taciturna,
pero siempre… siempre fiel al dolor entre mis labios.


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