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domingo, 24 de junio de 2012

7244.- ALBA AZUCENA TORRES



Alba Azucena Torres

Poeta. Nació en Tecolostote, Chontales, Nicaragua en 1958. Graduada en Arte
y Letras en Rusia. Reside en Moscú desde mediados de la década de los
ochenta. Es profesora de Literatura Latinoamericana de escuelas
superiores. En ese país, ha publicado dos poemarios en 1998 y en el 2001. En el 2005, brindó una muestra poética en su país natal en un recital organizado por ANIDE.

Bibliografía

1. Solos bajo el cielo (poesía). (Moscú: Editorial Globus, 1998).
2. Cuando la lluvia / Когда дожди / When it rains (poesía, edición trilingüe). (Moscú: Editorial Globus, 2001).



Es mi hermana, la que llora

A Trina Quiñónez.

Es mi hermana, la que llora
sin lagrimas.
Desgarrada en poemas.
La de la piel turmalina-negra
Mordida de serpientes,
Mi benedictina, mi Santa Hildegard
Poseída, amada en el cielo del infierno
Aterrada por el sol del mediodía
desmayada en la noche.
Es ella que te llama
Sus pedazos de obsidiana como brisa negra
llueven en la noche.
Viajero: si alguna vez en el centro del bosque miras
Como crece una lila, y no hay luna.
O una sombra herida de luz se esconde tras un árbol.
quizás sientas en el pecho un puñal de incertidumbre.
Es ella que te llama,
y su espíritu te dice: escribe y habla.
No lo dudes.






ALTER EGO

Es mi herida abierta
sangrando agua
Mujer pelo tornasol
para engañar crepúsculos
llegando a la edad del centro
recorrida por el éxodo de animales salvajes
que viven en su piel y en sus vísceras.
Soy Yo que aun tiemblo
ante una frase tuya
Y tengo miedo de dios y del infierno
Soy Yo muerta de tanta soledad
Y en desacuerdo con esta niña
que tambien soy yo
arañando recuerdos
desde el momento en que mi madre
me arrojo al mundo.

Moscu 2007.




Días

En el espacio de tu cuarto al mío
tengo una historia que contarte:
te hablaré de mi tierra,
del sol incendiando las hojas del naranjo,
del aire caliente y los buses perdiéndose
en la última hora de la tarde
Managua-Chontales.
Hablaré del primer cumpleaños
y la vela encendida en el rostro de los niños,
la libertad de pescar junto a mi hermano
y llenarme de lodo la orilla del vestido;
tiraba lejos el cordel… Y entonces la espera,
la dulce espera del destino.
Eran nuestros los pájaros, el viento,
la yerba del potrero.
Te he contado de eso y después
las primeras mentiras a la madre.
Luego descubrí mis piernas fuertes,
mis pies pequeños, mi cuerpo ágil
–pensaba en cosas mías–.
Y la vergüenza de ciertas miradas,
mis primeros reproches a la vida.
Ya no eran tan largas las distancias ni el verano.
En abril llegaba el circo,
el mundo de las cartas, la suerte en el sombrero,
y el trapecista moreno, que tocaba la punta de la luna:
el amor de Mayra, de Yamileth o el mío.
Íbamos al catecismo por las tardes
y contábamos a Dios nuestros pecados,
en ese tiempo mi hermana tenía novio
y yo era triste.
Después algunas de mis amigas
empezaron a fugarse por las noches
y fueron madres,
como jugando, como si nada.
Otras pasábamos a secundaria, las pequeñas, las pleitistas,
las recoge-quiebraplata: Sandra, Nubia, Xiomara,
y nos fuimos del pueblo.
Entonces todo quedó allá
en el silencio verde del gran cerro
y perdí el sueño del río.
Luego llegó Ahmed, Alejandro, los otros
y en secreto me hablaron de Sandino.





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