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sábado, 22 de septiembre de 2012

8034.- ÁNGEL VALDEBENITO





Ángel Valdebenito Verdugo (Freire, CHILE 1978), ha publicado "Papeles de la Villa Hostil" (Pewma Ediciones, 1999) y "Patria" (Ediciones del Temple, 2008). Fue miembro del taller Santa Rosa 57.





Textos


Patria  II

Los hábitos pasarán,
los planes a corto y mediano plazo
mostrarán su escasa valía, aunque por ahora
todo tiene importancia y gracia.

Sentado en mi cama,
en la tercera cuadra de la Compañía,
comento entre los otros qué pasaba conmigo
antes de entrar y qué pretendo afuera,
cuánto pretendo afuera si aún cargo esta inclinación a los deberes,
turbulenta en su despertarse a las seis de la mañana.

Seguro inflaré por un rato el orgullo familiar 
con un diploma de Técnico en Administración de Empresas
y buscaré una oficina o un negocio para ocuparme.

Supongo que seré próspero
y mi vida nunca llegará a hacerse añicos, 
como la de Canales Soto,
cuando su padre murió borracho en una zanja de Gorbea.

A otros su duelo, para mí 
el merodeo masturbatorio entre lo que aspiro y lo que me molesta,
quiero decir,
mi conversación no pasa nunca de estos lindes
y si a veces ocurre
que en el barullo de nuestra mesa 
mi voz se erige entre ellos con cierta madurez, 
es sólo porque alcancé a terminar el liceo o quién sabe, 
por mi ventaja física al no cargar un muerto de importancia.






Adoquines del Tucapel

En días como hoy, cuando en las calles
el gas lacrimógeno envuelve el barullo y la pedrada,
me es obvio no soportar tanta molestia, 
aunque ignore demasiado 
y pierda interés en los asuntos de la sociedad,
volviendo siempre de la oficina a la casa,
aturdido por cierta música y sólo puedo, 
en la liviandad de mis abstracciones,
concentrarme en recordar la belleza
de los adoquines del Regimiento Tucapel
y el busto de mi Coronel Beauchef erguido,
severo y noble entre nosotros. 

El aire se interrumpe en su despliegue
por la trizadura que al cráneo una piedra impone.

Han cortado la luz.

Han bloqueado algunas calles quemando
neumáticos y palos de algún parque.

Bien, 
se supone que algo ha de señalar la relevancia de esto;
no el mocoso zamarreando un semáforo,
ni el imbécil rompiendo una vidriera.

La piedra disparada hacia el carabinero
hizo un buen trabajo, aunque en el cuerpo equivocado. 

Tal vez sea eso, 
pero me es difícil pensarlo con serenidad.

Hoy prescindo forzosamente de mis artefactos,
en el entendido que el simulacro de afuera
vale más que el mío, 
a razón de la efeméride de turno.

Me calmo,
repito el gesto de mi dedo medio golpeando una hormiga.
Podría decir que esta situación me honra o me conmueve.
El artificio de una oscuridad tonta
en que maldigo
la interrupción de un orden anterior a la pedrada
y añoro la tranquila irregularidad de un tramo 
en que esas piedras
se incrustan y emergen a la vez entre la explanada de acceso 
y el césped bien cuidado que circunda
a mi Coronel Beauchef.







Recta

Santiago ha abierto una explanada frente a mí,
 bordeada por un montón reluciente
de arbustos irregulares donde el viento
acumula su carroña.

En este eriazo de asfalto sin obstáculos
presumo de mi rectitud.
Porción de entendimiento y avance,
mi pan y sobra.
Armazón de este equipaje que en un fogoso
alarde de resistencia se rebota contra un poste
o lo que pesa mi lengua cuando pregono
noticias que hablan sobre mi orgullo.
Y es todo esto:
mi pie bombeando el acelerador por la pista desierta
y el prójimo
una fogata mal apagada en la esquina anterior.






Barrett 

He aquí un sustituto de la muerte: pasillos
o un balcón estrecho para aquietarse en Cambridge.
Ahora que nada sabemos de esas cosas 
que nos sucedían despiertos.
Rayo, 
señal, 
Irlanda, 
coral, 
frío
y más vituallas para atracar la balsa
en una lejana orilla, a kilómetros de la tierra.

Otrora el corazón fue algo así como un labio,
preciso y receptivo,  
caliente de sus propias extensiones,
no añejo aún por la pelea, los años 
y el chillido de este  maldito lienzo estorbando en la mesa, Syd,
entendiera mamá cuántas cosas estorban en la mesa
y nos dejara pulular tranquilos.

He aquí un sustituto de la vigilia:
el inventario más o menos exacto 
de nombres y cosas acumuladas por sobrinos
que no nos extrañan,
no nos extrañan en lo más mínimo.







Gesto de ahora: mi pie golpeando el suelo en monótono ritmo

La estúpida inversión de capital antes de morir
perturba mi sueño.
En la hora de poner cara a las consecuencias,
rozo los temas con perfección;
mi idiotez, la naturaleza indómita de mis proyectos 
son escasa ayuda y a saber,
no he vendido hoy ni en muchos días 
más que lo necesario para estar a flote.

Apilo revistas coloridas en mi mesón de trabajo.
Saco y limpio la loza nueva
con el mismo escrúpulo que resguardo 
la paz de la casa.
Respondo frases con merodeos
hasta que amaine.
Yo seré el mismo que antaño encandilado
desperdigaba su menguada luz ante cualquiera
vendiéndole a tíos y vecinos
la especulación de la nada como su gran dote, 
mas, tu ceguera y mi escasez
no han podido derrotarme.

La sequedad chillona de tus ideas
no alcanza para alimentarme a diario
y no podrías, como yo, 
ver los avatares de un viaje irreal  
en que un par de ancianos
se acomoda tosiendo en una hamaca.

Escribo números con el vigor 
de quien empieza a despilfarrar su vida antes de tiempo
y se detiene dudoso a festejar decenios y efemérides.

Una cifra monta a la otra
hasta que férreas figuritas calcen
como pilares de un galpón metálico azotado por la lluvia
o el gesto con que asomo al comedor imaginando
la serena respiración de un ave en el mar muerto.






En recuerdo de Raúl Sánchez 

Contragolpe. 
La palabra está en las calles.

Hasta hace un rato 
tu cuerpo sucio y cansado merodeaba por la casa,
encuentras la casaca y estás listo
para arremeter contra el resto de tu tiempo
a la vieja manera.

Es fácil que te emborraches, entretenido en un corro 
con varios compadres cuyos nombres
tardarías en enumerar.

Te consolidas, así, 
en la persecución de los mismos postes,
las mismas sombras sinuosas que persiguieron tus tíos.
No montas una barca a la manera de Li Tai Po,
tu leyenda (si la logras) será de otra especie.
Todo cuanto puedas acumular en 30
ó 40 años de vida.
Unas cuantas peleas,
3 hijos, 
los goles por el Deportivo Leonel Sánchez.

Mas, recuerda,
borrachos como tú, 
que corren de madrugada por la carretera hacia Pitrufquén
o por la curva de Alán, 
decidieron por mucho tiempo permitirte la vida.
Quizá te apreciaban por simpático
o juzgaban a bien tu destreza 
en la cancha y los aserraderos.

Ahora caminas por la curva de Alán tambaleando
y un auto acelera a tu espalda.
La maniobra se ve diestra,
pero es torpe en la ejecución del destino que te corresponde.

Otro imbécil adelantándose a la jugada.

Su aporte, en todo caso, es sustancial
y se lee 
con claridad en la autopsia que te han hecho.





(De “Papeles de la villa hostil”Edic.Pewma, con prólogo de Jaime Luis Huenún.)

Cae una moneda sobre la tarde ¿sello? ¿cara?, nadie apuesta;
todos sueñan su suerte en silencio.

***
Como un aliento de perro moribundo él vaga por las cantinas 
en que nunca ha deseado estar. Siempre alerta para intentar el escape,
se corona día a día al fondo de una bodega o un corral
que el ganado ya no respeta. Al interior de sus ojos no acepta
presencia de dios alguno, si apenas aguanta la propia a regañadientes.
Con las manos en los bolsillos tantea en busca de algún escondrijo;
le bastará sólo uno para olvidarse a si mismo y marcharse
sin siquiera decir “adiós a todos” o “adiós a nadie”.





(De su libro “Inventario de especies”)


Arañas de rincón

Nosotros somos el bullicio en los estrechos caseríos.
Vamos con euforia por la calle
convencidos de cualquier cosa,
menos de nuestro andar.

Ninguneados hasta el cansancio
por padres y parientes.

Abrazamos la humana libertad
a toda hora en la pantalla de TV.

Somos un solo bicho rechinando en el invierno,
escuchando con claridad
el zumbido de las micros
y los diarios alegatos de las casas vecinas.

Cicatrices y apodos
nos desdibujan el nombre.

Cansados ya a temprana edad
y con los ojos moribundos.

Somos el silencio 
en las ataviadas calles.



Doméstico

Se ha escrito mucho acerca de mis costumbres más convencionales (saludar con un sinuoso movimiento del brazo derecho y un bramido corto, encoger el cuerpo hasta el límite en señal de descontento, etc.), ocultando en cambio aquellas menos respetuosas de la tradición protocolar de nuestra especie. De ahí el silencio ante mi afición por la estrategia bélica.
En las escuelas, los dibujos me representan como un ser sumiso y amigable, apenas corrompido por un inextinguible apetito. A espaldas de aquello está lo más honesto de mi vida: colecciónes de carros de combate, libros sobre armamento, mapas colgando en el taller, réplicas de los soldados de terracota y otros tantos artículos comprados, hechos y recogidos durante años. En tanto, el gesto de mi mano frente al espejo ya no es rígido ni solemne, aletargado por el sopor de las multitudes, no alcanza para emular a los vigorosos generales cuyas historias tanto me apasionan. 
Recuerdo un día de infancia con sonido de tambores tras el corral. Llegaban a mí las severas voces de un ejército cuyos triunfos más tarde conocería. Territorios conquistados con esfuerzo y numerosas bajas; nuevas regiones y riquezas para las manos abiertas de la nación que hoy impone la pasividad por decreto, el protocolo, la opacidad de las voces; capitulación ante una civilidad absurda. El humo de la conciliación satura las ciudades con su desprecio por la tropa. Así, proscrita cada criatura que honre las armas, nada queda más que callar ante las gentes, esperando la noche para vestir uniforme frente al espejo y ensayar posiciones en una estrecha habitación, con diminutos batallones esparcidos por el piso.





Educandos

Nos vociferaron gravemente:
“Darás a cada día un pedazo de tus sueños”.
De ahí en adelante, nada.
Ni una palmada o mano siquiera
Para uno pensar:
“Están ahí atentos siempre
y reabrirán los libros aquellos”,
pero nada,
tampoco hicieron sonar sus palmas
y nosotros
ya héroes de nuestros vulgares días,
reescribimos los libros y
revisamos el sentido de cada frase
en las rondas y poemas,
conviniendo una nueva forma para nombrar las criaturas,
cambiando incluso el compás 
en el crispar de los dedos.

Luego ellos reaparecieron,
pero ya habíamos avanzado lo suficiente
y teníamos un pedaleo casi espontáneo.

Los vimos murmurar entre sí con intención de hablarnos,
pero nosotros los miramos con rigor
y los echamos de casa:
“Para que anden -dijimos--
para que aprendan”.




Piedras

Nos llega el sol.
Nadie sabe como afrontarlo.
Somos un puñado 
(cada vez más disperso)
de voces iguales
tiradas por el patio.

Gente afuerina
ha dicho 
que nuestra vida es una jaula.

Comemos tarde
y torpemente,
bajo un mismo cielo
y sobre la misma gravilla.

Por las mañanas,
recogemos escombros 
que asemejen personas,
para emparentarlas 
y separarlas según 
nuestra voluntad.
No abandonamos este juego al crecer,
por lo demás
no envejecemos hacia arriba,
sino incrustándonos en la tierra 
gradualmente,
hasta que sólo queda al aire
el brazo menos diestro
que en vida hayamos tenido.

Alrededor merodean los niños 
y los tábanos.

Gente afuerina 
dice
que moriremos asoleados.




Quien navega en frágil nave

Quien navega en frágil nave
por aguas de interior,
vuelve pronto,
espantado,
como fiera que al morder el propio cuerpo
comprueba el abismo inconquistable
de su ira.





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