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miércoles, 21 de marzo de 2012

6417.- BALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO

Baldomero Fernández Moreno (San Telmo, Buenos Aires, Argentina, 1886 − 1950) fue un poeta argentino y médico rural. Su poesía, universal y hondamente nacional al mismo tiempo, ha inmortalizado la estética de los barrios porteños y la cálida placidez de las provincias y sus características rurales.
Su soneto más recordado es «Setenta balcones y ninguna flor». Cabe mencionar también «Una estrella», «El poeta y la calle» y «La vaca muerta», o sus libros de poemas Versos de Negrita, Intermedio provinciano y Ciudad.
Baldomero Eugenio Otto Fernández Moreno nació el 15 de noviembre en Buenos Aires, Argentina, en 1886. Primero de cinco hermanos. Hijo de padres españoles, vivió unos años en España, donde estudió humanidades.nota 1 En 1899 regresó a la Argentina. Cursó estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Inició un lento aprendizaje literario, a la vez que avanzó y concluyó sus estudios de medicina en 1912, profesión que ejerció como médico rural en Chascomús y en Catriló hasta 1924, a la vez que desarrolló su vocación poética. Fue colaborador en periódicos y revistas, obtuvo un premio nacional y otro municipal de poesía, y fue miembro de la Academia Argentina de Letras.
Fernández Moreno dio su propia versión de una poesía ciudadana y porteña; con su primer libro, Las iniciales del misal (1915), obra ya madura, señaló un alejamiento de las características más ostentosas del modernismo a favor de una lírica llana, realista, sin patetismo ni deleite metafórico, lo que se denominó sencillismo. Éste, logrado por la disciplina que se impuso, le dio un curioso aire clásico en la forma, y de modernidad en la inquietud espiritual que transmitía su contenido.
El sencillismo no puede ser entendido como un movimiento literario en el sentido tradicional del término, aun cuando otros escritores, como Alfredo Bufano, Pedro Herreros y Miguel Camino, hayan seguido y profundizado esta tendencia poética. En líneas generales, el sencillismo es una forma de observar y apreciar la realidad en las cosas cotidianas y sencillas, sustrayéndolas al intento de profundizar en aspectos abstractos y utilizando un lenguaje sin florilegios eruditos. La crítica literaria ha destacado el hallazgo por parte de Fernández Moreno de un camino auténtico y propio dentro de la poesía argentina, con una inflexión singular y espontánea.
Falleció el 7 de junio de 1950 en Buenos Aires, su ciudad natal, con 64 años y por un derrame cerebral.
La casa donde vivió, al sur del barrio Flores ubicada en la calle Francisco Bilbao 2390, aún se conserva, y una placa de bronce en el frente recuerda que allí vivió el poeta. También se ha bautizado con su nombre a una calle de esa zona de la ciudad.

Obra
Intermedio provinciano (1916)
Ciudad (1917)
Por el amor y por ella (1918)
Campo argentino (1919)
Versos de Negrita (1920)
Nuevos poemas (1921)
Canto de amor, de luz y de agua (1922)
Mil novecientos veintidós (1922)
El hogar en el campo (1923)
Aldea española (1925)
El hijo (1926)
Décimas (1928)
Último cofre de Negrita (1929)
Sonetos (1929)
Cuadernillos de verano (1931)
Dos poemas (1935)
Seguidillas (1936)
Romances (1936)
Continuación (1938)
Yo, médico; yo, catedrático (1941)
Buenos Aires: ciudad, pueblo, campo (1941)
Tres poemas de amor (1941)
Sonetos cristianos (1942)
San José de Flores (1943)
La mariposa y la viga (1947)

Características
Sus versos son cuidados y sencillos, con toques de pintura excepcional sobre los temas que trata. Llega al lector con la fuerza de las cosas simples, pero hondas.Tenía un especial cuidado de la palabra, una lírica permanentemente emotiva.
Supo revelar lo fundamental de aquello que lo rodeaba, buscando el elemento poético que se esconde en ello.
No hacía distinción entre una realidad poética y otra que no lo fuera. Siempre consideró que si el hombre se permite ser poeta, todo lo que mira puede transmutarlo en poesía. Consideraba que podía ser poesía tanto una mata de hierba como una vereda en la ciudad o en el campo, un molino, o las vísceras del cuerpo humano.




Acabo de pasar, amor, por el correo....


Acabo de pasar, amor, por el correo,
-chisporrotea el lacre, oscila la balanza-
es como un girasol de oro mi deseo
y como una ramita de espliego mi esperanza.


Aquí estoy con tu carta, al sesgo, en una mano
emboscado en esta sombría callejuela....
Tu carta, que es la última rosa de mi verano.
Déjame que la palpe, la sopese y la huela.














Adiós


Adiós la casa blanca que albergó un año entero
entre sus cuatro muros el amor verdadero.


Adiós campos extensos, polvorientos caminos.
Adiós los pobres ranchos de los pobres vecinos.


Adiós los trigos de oro, adiós verdes maizales,
las refinadas hierbas, los bravos pajonales...


Adiós toros y vacas, adiós caballos, yeguas...
El tren nos va a llevar a muchísimas leguas.


Sé que soy un ingrato, casa mía, al dejarte.
La paz que hube en tu seno no la habré en otra parte.


Más regalada mesa no la tendré en mi vida,
ni en noche más oscura la cama más mullida.


En vano me sonríe, tímida, la Esperanza.
La angustia que me oprime, ¡oh, casa!, es tu venganza.
















Al caminar parece que crujieran...


Al caminar parece que crujieran
las hojas de la noche y sus cristales.
Es tu hombro, tu pecho, tus rodillas
deshaciendo, esponjando, tu impermeable.


Tu impermeable te ciñe totalmente,
si llevas algo más nadie lo sabe...
Es un cilicio hecho de pliegues duros
sobre la rosa de tu cuerpo suave.














Amantes


Ved en sombras el cuarto, y en el lecho
desnudos, sonrosados, rozagantes,
el nudo vivo de los dos amantes
boca con boca y pecho contra pecho.


Se hace más apretado el nudo estrecho,
bailotean los dedos delirantes,
suspéndese el aliento unos instantes...
y he aquí el nudo sexual deshecho.


Un desorden de sábanas y almohadas,
dos pálidas cabezas despeinadas,
una suelta palabra indiferente,


un poco de hambre, un poco de tristeza,
un infantil deseo de pureza
y un vago olor cualquiera en el ambiente.
















Anoche había barras de luz en tu persiana...


Anoche había barras de luz en tu persiana
y alcé hacia ti los ojos en actitud de ruego,
como diciendo: Abre, señora castellana...
Y me perdí en la calle, triste y oblicuo, luego.


En esa luz naufragan tus ojos lentamente,
verdes como la flor más allá de la mar:
tus manos, dedo a dedo, sueño a sueño tu frente.
Ya es una misma cosa el rezar y el soñar.














Aromas


Cuando regreso a casa no me lavo las manos
si es que he estado contigo un instante no más,
el aroma retengo que tú dejas en ellas
como una joya vaga o una flor ideal.


Por aquí huelo a rosas y por allá a jazmines,
alientos de tus ropas, auras de tu beldad,
aproximo una silla y me siento a la mesa
y sabe a ti y a trigo el bocado de pan.


Y todo el mundo ignora por qué huelo mis manos
o las miro a menudo con tanta suavidad,
o las alzo a la luna bajo las arboledas
como si fueran dignas de hundirse en tu cristal.


Y así hasta media noche cuando vuelvo rendido
pegado a las fachadas y me voy a acostar,
entonces tengo envidia del agua que las lava
y que, con tu perfume, da un suspiro y se va.














Ausencia


Es menester que vengas,
mi vida, con tu ausencia, se ha deshecho,
y torno a ser el hombre abandonado
que antaño fui, mujer, y tengo miedo.


¡Qué sabia dirección la de tus manos!
¡Qué alta luz la de tus ojos negros!
Trabajar a tu lado, ¡qué alegría!;
descansar a tu lado, ¡qué sosiego!


Desde que tú no estás no sé cómo andan
las horas de comer y las del sueño,
siempre de mal humor y fatigado,
ni abro los libros ya, ni escribo versos.


Algunas estrofillas se me ocurren
e indiferente, al aire las entrego.
Nadie cambia mi pluma si está vieja
ni pone tinta fresca en el tintero,
un polvillo sutil cubre los muebles
y el agua se ha podrido en los floreros.


No tienen para mí ningún encanto
a no ser los marchitos del recuerdo,
los amables rincones de la casa,
y ni salgo al jardín, ni voy al huerto.
Y eso que una violenta Primavera
ha encendido las rosas en los cercos
y ha puesto tantas hojas en los árboles
que encontrarías el jardín pequeño.


Hay lilas de suavísimos matices
y pensamientos de hondo terciopelo,
pero yo paso al lado de las flores
caída la cabeza sobre el pecho,
que hasta las flores me parecen ásperas
acostumbrado a acariciar tu cuerpo.


Me consumo de amor inútilmente
en el antiguo, torneado lecho,
en vano estiro mis delgados brazos,
tan sólo estrujo sombras en mis dedos...


Es menester que vengas;
mi vida, con tu ausencia, se ha deshecho.
Ya sabes que sin ti no valgo nada,
que soy como una viña por el suelo,
¡álzame dulcemente con tus manos
y brillarán al sol racimos nuevos.














Canción de luna


En el aro ligero de la luna
canta para mí solo un ruiseñor.


A cada golpe de oro de su pico
brota en el aire una constelación.


Canta el pájaro pardo dulcemente
y se eriza de plumas y palor.


Cuando se pone el pecho más delgado,
dice mucho más clara su canción.


Morir, acaso, es continuar un sueño
de luna en luna y de sol en sol.














Como sobre una tapia se adormece una rosa...


Como sobre una tapia se adormece una rosa
yo quisiera tu grave cabecita en mi hombro,
espontánea, caída, comprensiva, mimosa,
sin un soplo de miedo, ni una brizna de asombro.


Y contemplarte luego a la luz de una estrella
interminablemente de la frente a la boca,
como contempla el agua, inclinada sobre ella,
la frente taciturna y eterna de una roca.














Contemplación del beso


Debe el beso venir desde la hondura
de una cabeza baja y atraída
en la penumbra gris desvanecida
mientras un viento vuele de frescura.


Boca entreabierta, elástica, madura,
que en el atardecer se haga una herida.
Toda ella roja de profunda vida
con un signo mortal: la dentadura.


Verlo avanzar después muy lentamente
como un ascua encendida o roja estrella
y detenerlo, ay, súbitamente.


Contemplarlo en deliquio y miel de abella,
huir la boca por rozar la frente
y a ella volver para morir en ella.














Dalmira


Tu nombre es terso, claro, deslumbrante,
como la hoja desnuda de una espada.
En el aire se aguza como el aire
y en el agua se estría como el agua.


Para ser suspirado entre palmeras,
al fondo del harén, a una sultana,
entre un rebaño pálido de eunucos
y el brillo corvo de las cimitarras.














Dulce amor de pasillos, dulce amor de rincones...


Dulce amor de pasillos, dulce amor de rincones,
cuando ya es una bruma el aliento deshecho.
Sentir sobre mi pecho la amplitud de tu pecho
y como dos deditos pequeños tus pezones.


Y bajar la escalera trémulo de deseo
aprovechando el último peldaño para verte.
Hasta que el frío dé cuenta de mi deseo.
(El frío no podrá y no sé si la muerte...)














Mudable como el tiempo es tu mejilla...


Mudable como el tiempo es tu mejilla,
o arde como una tarde del estío
o hiela, o poco menos, si hace frío;
pero ardiente o helada es maravilla.


Deja que acerque mi cansada arcilla
al pétalo de amor que llamo mío,
mientras corre mi brazo como un río
por tu cuello, delgada torrecilla.


Calor o frío, llamarada o nieve,
no me importa un instante su mudanza,
que a ocultos nervios nada más se debe.


Tu corazón es nido de templanza
y grave su latido al par que leve.
Y si no, que lo diga mi esperanza.














Palabras


Me borré el doctor
hace mucho tiempo.


Borré la inicial
de mi nombre feo.


No quiero ser nada
ni malo ni bueno.


Un pájaro pardo
perdido en el viento.














Penumbra


Nunca podrás ver nada claramente:
todo es zarzal, espinas y maraña.
En vano gastarás toda tu maña
contra el dorado pájaro latente.


Errado el tiro, vuelves bruscamente
el arma hacia otro lado, mas te engaña
la jugada de sol que el árbol baña.
Te vuelves loco y lloras tristemente.


Todo del tonel sale de la vida
tosco, deforme y dando tropezones.
Dejas pasar los años y su herida,


y cuando quieras darte explicaciones
ni te sirvió la espuela ni la brida:
un pétalo fue más que tus razones.














Poco a poco se hace la luz en tu vestido...


V
Poco a poco se hace la luz en tu vestido,
la noche de tu traje se disuelve en la aurora.
La primavera próxima te regala su flora,
su ligereza el aire y el agua su latido.


LXX
Profunda, ardiente, plástica, flexible,
casi palpable como miel sonora,
más que sobre tus ojos o tus labios,
sobre tu voz, te reconstruyo toda...


VI
La ciudad, que ya empieza, alondra blanca, a amarte
te dibuja la cara, y más te la ilumina,
con pinceles mimosos, con delicado arte
como nunca lo haría la acuarela más fina.


Y te pinta de azul y de verde y de rosa
según sea el aviso que surge a nuestro paso.
Te desmaterializa, te torna mariposa,
como ninguna aurora, como ningún ocaso.


XII
Sólo con apoyar el codo en una mesa,
acordarme de ti y mirar al vacío
y ver brillar en él tu cabellera espesa
que a veces es un lago y a veces es un río,


me lleno de palabras, me lleno de ternura,
primaveral manzano en mitad del invierno.
Pero hay que soñar poco y escribir con mesura
que se trata de ti, es decir de lo eterno.


LV
Adoro tu manera menudita y brumosa,
hecha de pizcas grises y dorados reflejos,
de oscurecer el sol y de velar la rosa,
de mirar a los pies, y mirar a lo lejos.


Me gusta verte quieta, fundida en el paisaje,
maraña de ladrillo, de sauces y de río,
inmóvil en la hoja lóbrega de tu traje....
fundida en el paisaje pero al costado mío.


LXXXII
El cuello se te llena, amor, de corazones
si rozo tus mejillas. Como un agua palpita.
Traduce dulcemente todas tus sensaciones
con una precisión admirable, infinita.


Detrás está la noche y los ramos copiosos
y mi brazo, y en él, tu cabeza perdida.
Los ojos apacibles se tornan dolorosos
y no sé si te vas o vuelves a la vida.














Presentación


Esta que viene aquí toda vestida
de un traje blanco y un negro sombrero
tiene la obligación de mi sendero
y las rosas y espinas de mi vida.


Porque una noche el ánima afligida,
mustia de soledad, dijo: Te quiero.
Hace ya mucho tiempo que te espero
con una mano lánguida extendida.


Era una rara orquesta de violines,
era un pasar de extraños bailarines,
era un degüello de camelias rosas


bajo tus finas manos temblorosas.
¡Era que el corazón se me moría
de tanto, amada, como te quería!


















Soneto


Ya ves que no te suelto, que me ato
a tu recuerdo rubio y vaporoso,
fugitivo en la calle y silencioso,
yo, que era poderío y arrebato.


Me estiro lo que puedo; dudo y trato
de asir tu traje, por ser tuyo, hermoso;
ceñido siempre y a la vez pomposo,
tentación por aquí y allí recato.


Mírame en un café de esta plazuela
en que el tránsito al sol crepita y arde
y en la que todo, hasta un tranvía, vuela.


Pienso en ti, en tus ojos, en tu tarde...
Y me quisiera henchir como una vela
y me refugio en mi interior, cobarde.
















Tal vez haya soñado con un beso instantáneo...


Tal vez haya soñado con un beso instantáneo,
dos estrellas fundidas augustamente en una.
Un temblor en el cuerpo y un mareo en el cráneo
y un ponerse la sangre del color de la luna.


No, jamás me has besado ni siquiera la frente,
sólo has puesto los labios o los atraje yo.
Continuaré soñando, Alondra, eternamente.
Ni tú tienes derecho a decirme que no.



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