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sábado, 23 de junio de 2012

7215.- RAÚL OTERO REICHE


Raúl Otero Reiche
La poesía fue el terreno en el que centró su creatividad, aunque su obra abarca otros géneros literarios. Su amor a Santa Cruz se hizo versos, pero trascendió la aldea de la época que le tocó vivir.

El poeta Raúl Otero Reiche, Santa Cruz, BOLIVIA 20 de enero de 1906-29 de enero de 1976), fue un artista adelantado a su época. Eso leen los especialistas entre las líneas de su creación literaria. De sensibilidad inagotable, se constituye en lo más representativo de las letras del oriente boliviano. Uno de los grandes de habla hispana.

“Su lírica es una constante exploración verbal”, escribió de él el pedagogo Edgar Lora. “Por sus estrofas pasan las imágenes como relámpagos”, el sacerdote y crítico literario Juan Quirós. Claudia Bowles, estudiosa a profundidad de la obra de Otero Reiche, editora y prologuista de sus Obras Completas, destaca en el personaje sus múltiples facetas literarias.

Entre las múltiples distinciones que recibió en vida, se encuentra el Cóndor de los Andes la poesía, pero también produjo narrativa, teatro, ensayo y periodismo.

“Dio especial atención a los motivos tradicionales, pero su inspiración se nutrió fundamentalmente de la realidad misma”, acota Bowles.

“Si bien amó entrañablemente a su tierra -Santa Cruz- y dedicó gran parte de su producción, no fue un poeta exclusivamente lugareño, sino universal”, valora su hijo Róger Otero. Los versos de “América”, entre otras una obra valorada internacionalmente, son quizá un ejemplo de ello.

La desaparición física de Raúl Otero Reiche en 1976 motivaron al escritor Enrique Kempff Mercado a escribir: “Ha llegado hasta el silencio Raúl Otero Reiche, la campana de claro timbre. En un silencio imposible está el poeta de Sangre y Lejanía... Santa Cruz es un gran cáliz que contiene su sangre, un desierto de flores huérfanas, una inmensa soledad anochecida”.

La difusión y valorización de su legado es aún una materia urgente. La Casa de la Cultura, cuya creación impulsó y lleva su nombre y el Centro Patiño comparten estos días una exposición que revela al escritor.

Otero Reiche por cuyas estrofas pasan las imágenes como relámpagos, es el poeta más notorio de las tierras orientales, como antes fue el poeta boliviano de la Guerra del Chaco. Ha tenido varias etapas, pero la primera en la que captó las situaciones horrendas de la mencionada conflagración se sobrepone a las otras en las cuales
describe o canta al bosque y a sus hombres, o aquella cuya expresividad asume tonos íntimos y de instrumentación puramente lírica. Sus poemas de la Guerra del Chaco van a ser recordados todavía por mucho tiempo. Señalemos sus obras principales: "Alba",
1925; “Poemas de sangre y lejanía” 1935; "Flores para deshojar; poesías infantiles", 1937; y “Poesías”, 1964.





Canto del hombre de la selva

Yo soy la selva indómita,
la tempestad de aromas de la tierra
insurgiendo en galopes de torrentes.
Por mis venas sonoras
fluye el perfume líquido del sol,
padre del fuego.
Mi pensamiento fulge en llamaradas
de estrellas.
Nací del parto de oro
de la tormenta verde.
No me falta ni el látigo del rayo,
ni las riendas del viento,
para ser el jinete de la aurora
con mi poncho de nubes
y la guitarra de cristal del río
sobre los hombros anchos del infinito.

Yo soy el que esperaban
los jaguares manchados de luceros,
los toros ígneos de crepúsculos,
los caimanes de hierro,
las palomas de seda,
para la transfusión de sangres bárbaras.

Yo soy el arquetipo de esta raza

salvaje
que quiso limitar el horizonte,
pisar el borde mismo del planeta
y con el cigarro entre los labios
dejarse caer,
dejarse arrebatar súbitamente
por la inmensa cachuela del espacio.

Hombre de la llanura
sin fin,
más larga que la vista,
más amplia que mis brazos extendidos
en una imploración de pueblos.
La extensión se me escapa de las manos,
rojas de palmear en el vacío
para que nos escuchen los silencios.
Tengo en los ojos
los diamantes
de nuestras minas de chiquitos,
la Cólquide oriental,
la que da chonta para el arco
y guayacán para la hoguera.

Mi corazón es la colmena
y mi cerebro el hormiguero.
Vibran mis músculos de boa,
se abren cantando mis arterias.
Mis labios sangran en el grito de luz y aroma
del clavel.
Yo soy el hombre de la selva,
perfume,
cántico y amor,
pero encendido de relámpagos,
pero rugiendo de huracanes.
Yo soy un río de pie.





SOL DEL CHACO

Luz de este sol del Chaco
de un sábado cualquiera,
sin nadie que reparta la esperanza
de ver cuajarse en oro el infinito
de mi nostalgia única.

La vida verde de la selva
en que el perfume arde
y el sentimiento es el color más fuerte.

Yo sé el secreto de la soledad
que es la alegría de romper espejos
y de beber el cielo en una lágrima.

Rasco mi piel de tierra
con las diez púas táctiles
que pulimenta el hierro de la lucha
y hay sangre, entonces, en las raíces rojas
cuerdas de acero del charango trágico
que en la explosión se templa,
se estrangula, se rompe…

Sol de esta luz del Chaco
sin cenit, sin poniente…

Claro que está de más…





ERAMOS VEINTISIETE

Tres escuadras en una interrogación.
En los labios silencio
y en el pecho explosión.
Crepitaban les bosques deshojados en llamas
y en la noche rugiente ya éramos veintidós.
Como una hoja de acero
blandía nuestra voz.
Latigazos sonoros
fustigaban la selva en un solo temblor;
y la bestia salvaje
rugía de dolor.
Desangraba la noche
como una hoja vibrante de filoso puñal
y éramos en el humo de fantásticos incendios
la visión pavorosa de una mente infernal.
Estampido incesante,
pulsaciones isócromas de la fusilería
y como puñaladas
los gritos de otro valiente que caía.
Eramos veintisiete
bajo la indiferencia de las constelaciones
y, al resplandor purpúreo del nuevo amanecer,
tan sólo se escucharon cinco detonaciones.





CANTO AL HOMBRE DE LA SELVA

Yo soy la selva indómita,
la tempestad de aromas de la tierra
insurgiendo en galopes de torrentes.
Por mis venas sonoras
fluye el perfume líquido del sol,
padre del fuego.
Mi pensamiento fulge en llamaradas
de estrellas.

Nací del parto de oro
de la tormenta verde.
No me falta ni el látigo del rayo
ni las riendas del viento,
para ser el jinete de la aurora
con mi poncho de nubes
y la guitarra de cristal del río
sobre los hombros anchos del infinito.

Yo soy el que esperaban
los jaguares manchados de luceros,
los toros ígneos de crepúsculos,
los caimanes de hierro,
las palomas de seda,
para la transfusión de sangres bárbaras.

Yo soy el arquetipo de esta raza salvaje
que quiso limitar el horizonte,
pisar el borde mismo del planeta
y con el cigarrillo entre los labios
dejarse caer,
dejarse arrebatar súbitamente
por la inmensa cachuela del espacio.

Hombre de la llanura
sin fin,
más larga que la vista,
más amplia que mis brazos extendidos
en una imploración de pueblos.
La extensión se me escapa de las manos
rojas de palmear en el vacío
para que nos escuchen los silencios.

Tengo en los ojos
los diamantes
de nuestras minas de Chiquitos,
la Colquida oriental,
la que da chonta para el arco
y guayacán para la hoguera.
Mi corazón es la colmena
y mi cerebro el hormiguero.
Vibran mis músculos de boa,
se abren cantando mis arterias.
Mis labios sangran en el grito de luz y aroma
del clavel.
Yo soy el hombre de la selva,
perfume,
cántico
y amor,
pero encendido de relámpagos,
pero rugiendo de huracanes.
Yo soy un río de pie.






TARDE DE LLUVIAS

Se nubla la ciudad
de espejos de silencio.
Y hay un temblor de músicas sutiles
en el viento.

Al fin mujer, la lluvia
se pinta en cada beso
los labios con el rouge de los relámpagos.

¡Qué sensación más honda de frescura!
Pájaros de cristal surcan el cielo
en algazaras frágiles.
Sus nidos de colores
cayeron desgajados por el hacha del rayo.

Repique de campanas
azules, luminosas,
llenan sonoramente el horizonte.

De cada son
ha de nacer la rosa clara
de pétalos de agua.
Los campos se estremecen de rocío,
se inundan de perfume.

Yo respiro el paisaje
detrás del paraguas de colores
del arcoiris.





MOTIVO

Escucho el grito del rosal
con su carga de aromas.
¡Cuántos pétalos llora;
labios y besos! ¡Sangre!
Mi niño cortará una rosa,
el ángel le dará su espada.

Volarán las luciérnagas
libres, esta noche.





CACERIA

Se desgarran los ecos fijando la jauría
y allí mismo la presa sorprendida se para,
un extraño deleite se dibuja en la cara
del cazador suspenso de aquella montería.

La pintura es antigua y el cuadro en la vacía
pared de la casona fue dejado allí para
recordarnos en esa cacería tan rara
la estirpe de sus dueños y su holganza bravía.

El crepúsculo invade la solitaria estancia
donde parece oirse la ronca resonancia
del cuerno clamoroso. Se caza el jabalí.

De pronto percibimos un acezar creciente;
viene del bosque, llega, pasa como un torrente,
se oye un lamento... ¡el cuadro! ¿quién lo apartó de ahí?


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