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miércoles, 20 de junio de 2012

7145.- CARLOS CASTRO SAAVEDRA




Carlos Castro Saavedra fue un poeta y prosista antioqueño (Medellín, agosto 10 de 1924 - abril 3 de 1989).
Estudió en el colegio San Ignacio de Loyola de Medellín y en el liceo de la Universidad de Antioquia. Desde muy joven escribió poesías que eran publicadas en los diarios y revistas de la ciudad. Sus primeros libros fueron Fusiles y luceros, en 1946, Mi Llanto y Manolete, en 1947, y 33 poemas, en 1949.
Con el poema Mensaje de América obtuvo un premio en Berlín, que años más tarde le granjearía, a nivel nacional, el premio Germán Saldarriaga del Valle. El gran reconocimiento a su obra se dio con el homenaje nacional que el gobierno le rindió entonces. El acto tuvo lugar en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín el 23 de abril de 1986. Se exaltó entonces el gran aporte que hizo a la literatura colombiana. Castro es el poeta de la violencia, recrea la muerte, pero para dejar que fluya la voz de la esperanza hacia una vida mejor.
Su producción literaria es variada: poesía, prosa, novela, teatro, literatura infantil, periodismo.
Escribió la letra de los himnos de muchas instituciones colombianas como la Universidad Gran Colombia de Bogotá, la Universidad de Medellín, el Ingenio Riopaila del Valle del Cauca al igual que el himno del cooperativismo y otros.
En 1985 creó el Concurso de Cuento "Jorge Zalamea". En 1990 ese certamen tomó el nombre de su fundador.
Actualmente hay un centro educativo en su memoria en Sabaneta, Antioquia.




Amistad


Amistad es lo mismo que una mano
que en otra mano apoya su fatiga
y siente que el cansancio se mitiga
y el camino se vuelve más humano.


El amigo sincero es el hermano
claro y elemental como la espiga,
como el pan, como el sol, como la hormiga
que confunde la miel con el verano.


Grande riqueza, dulce compañía
es la del ser que llega con el día
y aclara nuestras noches interiores.


Fuente de convivencia, de ternura,
es la amistad que crece y se madura
en medio de alegrías y dolores.












Amor


Un deseo constante de alegría;
una urgencia perenne de lamento
y el corazón, campana sobre el viento
estrenando badajas de elegía.


Morir mil veces en un solo día
y otras tantas quemar el pensamiento
en la resurrección, que es el tormento
de pensar en la próxima agonía.


Ver en pupilas de mujer un llanto
y sorprenderlo convertido en canto
al soñar en un niño que lo vierte.


Esto es amor, candela estremecida
empujando la noche de la vida
hacia la madrugada de la muerte.












Angustia


Yo me lleno de angustia mirándote la frente
porque estás más lejana cuando estás más presente.


Para que yo no pueda llegar hasta tu alma
tú me miras a veces con esa misma calma


con que miran los lagos una noche estrellada:
la miran hasta el alba y no le dicen nada.


Espadas de silencio guardan tu pensamiento
y yo me estoy muriendo de sentir lo que siento:


angustia de no verte los labios apretados
cuando nombro la historia de los besos robados,


angustia de mirarte las pestañas caídas
indiferentemente, como flores vencidas,


cuando me entrego y hablo de la virtud del trigo
y te pido amoroso que te vengas conmigo.


Nada te transparenta, hasta tu misma risa
relieva tus perfiles de mujer imprecisa.


Todos tus actos tienen profundidad de arcano,
hasta el acto sencillo de levantar la mano.


Me nombras y te salen despacio los sonidos,
como si no quisieran llegar a mis oídos.


En ti misma te escondes, yo te busco y el llanto
muchas veces me inunda y es de buscarte tanto.


Te fugas hacia adentro de ti misma obstinada
y yo sufro mirándote con la boca cerrada.


Tus dos labios sin música de palabras ardidas
se me antojan dos flautas por ti misma vencidas.


Vives en mi tan honda, desde hace tantos meses,
que si ahora muriera moriría dos veces.


Angustia de mis manos buscando en el vacío
tu corazón que ignora la soledad del mío.


Angustia de tus trenzas, que recortaste un día
y que tenían la forma de la tristeza mía.














Canción del amor herido


Tengo las manos muy tristes
y no sé qué hacer con ellas,
porque anoche me corté
los dedos en las estrellas.


Estaba pensando en ti,
en tus ojos estrellados,
y me pasé por la frente
los dedos enamorados.


Fue allí donde me corté,
en mi frente, con tus ojos,
y se me pusieron grandes
los pensamientos y rojos.


Hoy no he podido sembrar
mi tierra, mi agricultura,
y la comida me sabe
a tierra de sepultura.


Tengo las manos deshechas
por tus pupilas, mi amor,
por pensar en tus pupilas
y tocar su resplandor.














Cualquier hombre canta a su hijo presentido


Para la vida de mis hijos
bella medida es tu cintura,
y bello el ritmo de tu pulso
para la sangre de mis hijos.
En tu nostalgia atardecida
cabe el sollozo de mi niño,
y cabe el llanto de sus ojos
entre la red de tus pestañas.
Red que se llena de luceros
cuando la tiras en el agua.


Guarda el reposo de tus párpados
que allí está el sueño de mi infante,
y no te canses de mirarme
que mi pequeño está mirando
con esa luz de tu mirada.
Enhebra el hilo de tu canto
para sentir que está cantando
la voz del hijo entre tu voz,
como burbuja de los peces
entre los círculos del agua.


Cuando caminas me parece
que el hijo avanza con tus pasos,
y si te quedas detenida,
entonces pienso que es el hijo
el que se para con tus plantas.
Si vas en busca de los soles
del mediodía delirante,
pienso que el hijo de mi alma
se está acercando lentamente
a la candela de una lámpara.


Tú eres la rama que sostiene
el alto fruto de mi carne,
y eres la vena que da música
al corazón de mi pequeño
que está perdido en la distancia.
Las golondrinas que tú sueñas
rayan el cielo de mi infante,
y vas cantando por la tierra
mientras el hijo va cantando
por los caminos de tu sangre.














Destino


Por mi culpa , mujer, por mis inviernos,
muchas veces tu cara se humedece de lágrimas.
Pero también por culpa de Dios, frecuentemente,
el rostro de la tarde se humedece de lluvia.














El buque de los enamorados


Era un buque en el mar,
era el amor en medio de las olas inmensas,
y era mi soledad de navegante
y los peces oscuros de tus trenzas.


Pensaba en ti, soñaba
que iba contigo a perfumar los puertos,
y a sembrar anclas y constelaciones
en las frentes dormidas de los muertos.


Pero soñaba apenas, amor mío,
y las aguas furiosas me sacaban del sueño,
y a ti te separaban de mi costa
como una barca triste o como un leño.


El buque, el buque entero,
sin ti era un ataúd sobre las olas,
un herido flotando tristemente
sobre una muchedumbre de amapolas.


Me tambaleaba en medio de gaviotas,
me inclinaba hacia ti salobremente,
y las islas brillaban como lunas
sobre toda la noche de mi frente.


(Mar adentro no hay más que los recuerdos
y sal sobre mi piel, sobre la vida,
y el amor que pregunta por la sangre
y le responde el labio de una herida.).


A veces era lunes,
decían que era lunes mis hermanos,
y te veía venir sobre las olas
con toda la semana entre las manos.


El tiempo era tu ausencia,
el mar era la sombra de la tristeza mía,
y el buque era un naufragio
que se inclinaba y no se decidía.


Por la noche volaban las estrellas,
como peces dorados, por el cielo,
y yo pensaba que en la tierra firme
tú también contemplabas este vuelo.


El buque del amor, de los enamorados,
todavía navega por mis venas,
y levanta la espuma de mi sangre
y la pescadería de mis penas.


Un rumor de marea que no cesa
a pesar de los días y los pasos,
acomete la costa de mis besos
y los acantilados de mis brazos.


Escucha el buque, esposa,
acerca tus oídos a mi piel como flores,
y escucha el buque, el buque,
navegar por mis mares interiores.














El mundo por dentro


Siento correr los ríos por mis venas
y crecer las estrellas en mi frente.
Siento que soy el mundo y que la gente,
habita mis pulmones y colmenas.


De flores tengo las entrañas llenas
y de peces la sangre, la corriente
que caudalosa y permanentemente
inunda mis canciones y mis penas.


Llevo por dentro el fuego que por fuera
dora los panes, seca la madera
y produce el incendio del verano.


Las aves hacen nidos en mi pelo,
crece hierba en mi piel, como en el suelo,
y galopan caballos en mi mano.














Esposa América


Te pienso desde Europa, esposa mía,
te pienso a grandes pasos, como loco,
y persigo por todas las patrias y los mapas
tu pecho montañoso, tus rebaños de leche,
y la desesperada tierra de tus volcanes
y la cicatrizada corteza de tu vientre.


Entre nosotros dos está el mar con sus barcos
y los campos están con sus caballos,
pero no alcanza el agua a separarnos,
no alcanza el agua ni la tierra alcanza,
porque yo soy el hijo que tienes en los brazos
y tú eres el incendio que yo tengo en el alma.


Con besos y con labios desentierro tu frente
de puros resplandores vegetales,
hambrientamente muerdo hoteles y países,
muerdo casas, aldeas, cementerios,
y los pueblos me saben a tu cara
y las calles me saben a tu cuerpo.


Tu olor de tierra joven me golpea,
tu perfume salvaje me penetra
y me perfuma tanto y tan adentro,
que mi piel huele a tu vestido verde
y huelen mis poemas a tu vida
y mis desgracias huelen a tu muerte.


Con barro de mi barro, con arcilla de América,
con fuego de tus manos y tu aliento
estás haciendo un hijo americano.
yo escucho tu trabajo desde Europa,
escucho el crecimiento de tu vientre
y escucho el crecimiento de tu ropa.


Me desvelo en Berlín, en Praga me desvelo,
siento correr tu sangre por mis puentes,
siento que tus cosechas se propagan
por las paredes duras, por mi lecho,
y que todas las hojas de América y los ríos
y las revoluciones estallan en tu pecho.


Sigue creciendo, esposa, mientras vuelvo,
esposa mía, esposa de los montes,
madre de los arados y los vientos.
Inés, tu corazón es como un surco
y yo soy un labriego turbulento
que te siembro, te siembro por el mundo
y por el mundo te amo y te recuerdo.














Fecunda compañera


En el espejo de tu cuerpo, esposa,
recogiste mi rostro, tan fielmente,
que la línea más honda de mi frente
quedó presa en tu sangre temblorosa.


Me copiaste, mujer, mujer hermosa,
en tu río de amor, en tu corriente,
y devolviste generosamente
mi cara de montaña silenciosa.


El hijo es tierra de mi propia tierra,
resplandor de mis ojos y mi guerra,
poderosa presencia de mí mismo.


Gracias a ti, fecunda compañera,
fui como una semilla en tu pradera
y retorné más joven de tu abismo.














Guárdame de los vientos


No me dejes partir, no me abandones,
átame a tu cintura con tus brazos,
y aléjame los buques de la cara
con tus suspiros y tus aletazos.


Rodéame de ti, de tu ternura,
de tus palomas y de tus espinos,
para que no me llamen los países,
para que no me escriban los caminos.


Tengo toda la noche de tu pelo
para embarcarme en ella, tristemente,
y alejarme un momento, con las manos,
de las orillas de tu continente.


Puedo andar por mi frente, por la tuya,
con gestos numerosos y mundiales,
y me siento más hondo en tus entrañas
que en los naufragios y en los funerales.


Quiero quedarme en ti, quiero que me ames
y que me arrojes besos como escalas,
siempre que me desprenda de tus labios
y me crezcan los viajes y las alas.














Hembra de tierra y tierra


No te digo paloma, ni princesa , ni reina,
sino mujer de tierra, hembra de tierra y tierra,
compañera de besos, compañera
de mi revolución y de mi guerra.


Te llamo barro de mi alfarería,
surco de mis labranzas coloradas,
pradera en que galopan mis caballos
con las crines heridas y quemadas.


Mujer tendida en medio de la tierra
te llamo y te rodeo con mis brazos,
como si fueras trigo de mis eras
y raíz de mis besos y mis pasos.


No doy contigo pensativamente
sino luchando con tu cabellera,
y golpeando mi vida leñadora
contra tu corazón y tu madera.














Inés


Inés digo y mi boca se convierte en azúcar
de manzana partida por la luz del verano.
Decir esta palabra es como adivinar
que está cantando un pájaro en un árbol lejano.


Inés digo y mi labio se convierte en abierta
flor de pétalos dulces contra la madrugada.
Decir esta palabra es soñar que está muerta
la tarde en el abismo de la noche estrellada.


Inés digo y parece que mi voz se quedara
temblando entre las redes impalpables de un beso.
Decir esta palabra es como si lograra
detener en el aire la música de un rezo.


Cuando yo digo Inés olvido los agravios
y de claros panales y canciones me acuerdo.
Decir esta palabra es apretar los labios
para intentar el acto de besar un recuerdo.


Alzar las manos puras para decir Inés
es caer en la sombra de un árbol florecido.
Decir Inés, siquiera por una sola vez,
es sentir en la rama del corazón un nido.














Ínsula


Como un nocturno vino tu mirada,
amotina mi sangre enardecida
y la noche en mis hombros detenida,
ignora su presencia desolada.


Ya no puede mi voz contra la espada
de silencio que tengo entre la herida,
de saber tu caricia estremecida
pero en oscura cárcel encerrada.


Estoy solo en la costa de tu risa,
y aunque la ofrenda tuya se divisa
mi temor de alcanzarla lo confieso:


Mi corazón - grumete sorprendido -
no se atreve en un mar desconocido
para ganar la isla de tu beso.














Las trenzas lejanas


Yo amé desde un principio tu sencillez de dalia,
tu pudor de semilla que se viste hasta el fondo,
y el amor con que hacías tus trenzas bajo el cielo
y escuchabas mis versos como un ave en el hombro.


Tu andar de sementera, de parcela espigada,
tu lengua constelada de honorables silencios,
y tus manos en guerra, sobre tu falda verde,
con las ganaderías que apacientan los vientos.


Amé tu timidez, tu cima de arreboles,
tu cabeza inclinada sobre tu pecho doble,
y tu color de espiga cuando el sol te besaba
y cerrabas los ojos bajo el beso de cobre.


Tu casa entre los árboles, tu nido de hojas duras,
tu domingo poblado de cúpulas remotas,
y el pueblo donde oías la misa y las abejas
rezando en los panales humanos de las bocas.


Pensabas azahares, naranjas y costuras,
te ponías en el pelo flores de enredadera,
y a solas contemplabas la niñez de los pájaros
meciéndose en la cuna de toda la arboleda.


De cerca te seguía mi amor con su corona,
tu corazón brillaba por sus rojas orillas,
y de la agricultura salían resplandores
de racimos maduros y de doradas piñas.


Cuando llovía en los montes lejanos te nublabas,
te ibas poniendo triste como toda la niebla,
y era que comenzabas a quererme, paloma,
y a sentirte campana de mis torres de piedra.


Los días me acercaban a tu piel y a tu ropa,
me candidatizaban labriego de tu vientre,
y tú escuchabas pasos de bueyes y de arados
encima de tu vida y encima de tu muerte.


Cuánto sudor después, cuánta faena honrada,
cuánto golpe de pala y de herradura ciega,
hasta llegar los dos, vestidos de semillas,
a iluminar las fiestas más hondas de la tierra!














Mujer sin nombre


Yo no digo tu nombre. Yo digo mi locura.
Mírame cómo tengo los labios: como ríos
que atraviesan cantando tu hermosura.


Digo mi gran fervor, mi desespero.
Digo lo que me quema cuando llegas
y cuando ya te has ido lo que espero.


Escribo mi apetencia de ser dueño
de toda la candela de tus brazos,
para quemarme en ella como un leño.


Mujer sin nombre, si, pero nombrada
por mil voces ocultas: por mi instinto
que te tiene de gritos coronada.


Mi sangre hinca su alarido ardiente
en mi carne, socava mi estatura
y en mi mismo te busca ciegamente.


Y por buscarte así, como a una herida,
es mi sangre de tu alma y de tu imagen
la desenterradora enfurecida.


Mujer casi imposible, yo te evoco.
Para acercarte más cierro los ojos
y por cerrarlos casi que te toco.


Te veo saltar del fondo de mis versos
y caer junto a mi alma, con tu pecho
dividido en dos tibios universos.


Te oigo hablar y siento que me quema
esa llama de música que vive
dormida en las palabras del poema.


Te miro andar y siento que tus pasos,
siempre que en el crepúsculo se alejan,
más se acercan al sitio de mis brazos.


Pienso en tu cuerpo cálido y moreno,
y el cóncavo brasero de mis manos
de tu cuerpo se siente casi lleno.


Cuando miro tu talle me pregunto
si en una habitación deshabitada
por estar solo lo tendré más junto.


Cuando miro tus muslos yo me digo
que quizás en el tiempo de la siega
serán de mis trigales dulce trigo.


Y cuando veo tu pelo anochecido,
pienso que va a temblar como una estrella
cuando mi beso arranque tu gemido.


Te espero, si, con tanto desespero,
que la cal de mis huesos ya no puede
con la muerte profunda con que muero.


Ahora solo falta que te atrevas
y que congregues todas tus pasiones
con la pasión recóndita que llevas.


Mientras tanto yo soy el infinito,
y tú el surco de estrellas asediado
por la semilla amarga de mi grito.










Niña mudable


Unas trenzas oscuras y una flor.
Y una boca que ignora su pasado.
Y un corazón pequeño y un callado
deseo de saber lo que es amor.


Yo -plenitud del hombre soñador-
la ungí con el perfume deseado;
le regalé una rosa y un pecado
y un beso apasionado y un temor.


La aprisioné en amor tan dulcemente
que ni un nardo en el viento transparente
puede encerrar así su propia albura.


Y cansada tal vez, niña mudable,
de mi labio en el beso perdurable,
cambió su libertad por mi amargura.










Petición entrañable


Acércate a mi pecho más caudalosamente,
húndete en mi camisa,
atraviesa mi piel, mis guarniciones,
y arrásame por dentro con tus labios
y tus inundaciones.


Trasvásate a mis venas,
a mi sangre furiosa,
y auméntame los ríos arteriales
y la espuma que pasa por mi frente
cuando pienso hospitales.


Vuélvete mi sustancia,
mi saliva, mi llanto,
y déjate arrastrar por  estas aguas
y por el contrapeso de las chispas
que saltan de mis fraguas.


Más todavía súmate a mi sino,
a mi cabalgadura temblorosa,
y estréchame los pies en los estribos,
con los tuyos calzados de palomas
y de cuchillos vivos.


Que una sola persona, un solo gesto,
sean nuestros dos cuerpos enlazados,
y que si yo te beso o tú me besas,
sintamos ambos gustos de amapolas
y cornada de fresas.


De tal manera unidos compañera,
que ni la muerte pueda separarnos,
y que de espaldas, en la sepultura,
tú recuerdes completa mi presencia
y yo inmodificable tu figura.












Presencia del amor victorioso


Tú eres la que yo quise destruir con mis besos,
pero la que resistes mi furia y mis abrazos,
y sales siempre nueva de mis bosques espesos
y siempre florecida de mis grandes hachazos.


( Un viento loco y verde te golpeaba la cara,
un vendaval de besos de mi boca te hundía,
pero el hijo llegaba con su semilla clara
y en medio de tus ojos oscuros la encendía ).


Eres la que no pude vencer con mi locura
y fatalmente herir con mis espadas ciegas,
y el trueno que circula por mi cabalgadura
y el búfalo que truena por mis hondas entregas.


Sobrevives y cantas a mi lado, a mi vera,
como un ave incansable que atesora mis pasos,
y vuela a toda hora sobre mi calavera
y construye su nido en mitad de mis brazos.


Ya tienes el tamaño de mis manos inmensas,
la medida del grito que me habita la vida,
y puedes abarcarme todo lo que me piensas
y elevas a tu frente la sangre de mi herida.


Siento tu punzadora dulzura en mi costado,
tu penetrante aroma de selva en mi camino,
y nadie me consuela cuando estoy a tu lado
y pienso que la muerte se beberá tu vino.














Sólo su cuerpo dulce


Su cuerpo es una aldea
donde yo me refugio cuando truena en el cielo,
y tiemblan los follajes de mis venas
y las agrupaciones de mi pelo.


Su cuerpo dulce y hondo
y sus dos brazos como ríos sin puentes,
donde me oculto con mis tempestades
y las constelaciones furiosas de mis dientes.


Vientos como caballos
me pisan todo el pecho de pan y de amapolas,
pero voy a su cuerpo
y su cuerpo me lava la sangre con sus olas.


Sólo su cuerpo dulce
en medio de estos días con sabor a ceniza,
y a semana nocturna
sobre la matutina tela de la camisa.


Su cuerpo dividido
en colinas, en valles, en boscajes, en nidos,
y prados de amapolas
donde hay niños oscuros y linajes dormidos.


Miel tibia, leche tibia,
y el rumor de la sangre bajo la piel delgada,
el rumor de la vida
bajo la piel desnuda y levantada.


Sólo su cuerpo dulce
para el mío de fibras y de zumos amargos,
que ya está fatigado
de las noches oscuras y los caminos largos.














Soneto del amor elemental


Te quiero así, mujer: sencillamente,
como quiere el pastor a sus ovejas,
el caminante a las encinas viejas
y el río matinal a su corriente.


Te amo como las casas a la gente
y como la colmena a las abejas,
y los ojos dormidos a las cejas
que vuelan en el cielo de la frente.


Voy a tu corazón como las olas
a los buques cargados de amapolas
y de maderas claras y sencillas.


Doy con tu beso al fin, con tu ternura,
como el río con toda la llanura
y la sed con el agua sin orillas.












Soneto herido por la muerte


Va cayendo la noche en los trigales,
mis besos van cayendo en tus racimos,
y nos vamos los dos como vinimos:
por laberintos, fechas y hospitales.


Cuando el mar nos separa con sus sales,
por encima del mar nos escribimos,
pero de todos modos nos sentimos
sepultados por olas torrenciales.


Nada podrá salvarnos, compañera,
de la separación, de la madera,
del ataúd y su corteza oscura.


Trina el amor pero la muerte llora
y nos arroja sombra destructora,
sombra de pino y sed de sepultura.














Surco y mujer


Es más dulce el amor
sobre la hierba, niña.
Sobre las esmeraldas
que alfombran la campiña.


Más dulce que en el lecho
porque la tierra es ancha,
y la sombra del cuervo
la toca y no la mancha.


Cada beso revienta
igual que una amapola,
y a lo lejos el trigo
suena como una ola.


El varón, el labriego,
al entrar en su amada,
siente los muslos verdes
y la tierra sembrada.


Surco y mujer, iguales,
reciben la simiente,
con más cielo en los ojos
que sudor en la frente.












Vengo y voy a tu vientre


Estoy cansado, amada, y estoy triste.
Vengo desde las tierras arrasadas y solas,
desde donde la muerte se desnuda y embiste
los acontecimientos, los hombres y las olas.


Vengo, hermosa, del tiempo, de la vida, del día
en que con sangre puso mi racimo en el mundo,
y empezaron mis hojas a sentir la agonía
de un cielo sin orillas y de un barro profundo.


Estoy cubierto de alma derramada y herida,
me tambaleo en medio de la noche sin astros,
y dejo en las paredes de tu casa dormida
mis capitulaciones, mis huellas y mis rastros.


Voy hacia tus entrañas inconteniblemente
y te pido que salgas al aire, a los caminos,
a recibir las dudas que asaltan a mi frente
y los pasos que acercan mis pasos a tus trinos.














Vestida como el campo


De verde te amo más, con el vestido
que se parece al campo cuando llueve,
y el campo se emociona y multiplica
su verdura por nueve.

Ataviada de selva, de árbol joven,
por mi casa mensual cantas, caminas,
y despreocupas las habitaciones
con tu aroma de encinas.

Pienso que te sembré, que soy labriego,
que tu seno es el fruto de mi arado,
y que te salen hojas de la vida,
y ramas del costado.

Te quiero más así, toda de verde
olorosa a madera, esperanzada,
como recién salida de la tierra
con la cara mojada.

Déjame recostar sobre tu falda,
soñar que me he perdido en tu follaje,
y que un hijo me busca como loco
debajo de tu traje.














Viento rojo


Yo descubrí tu boca, yo te puse
en la boca mis uvas torrenciales,
y con los pasos de mis animales
una marcha enlutada te compuse.


El color que más amo y más te luce
es el ebrio color de los parrales,
porque desencadena mis metales
y a tus grietas profundas me conduce.


De catafalcos y leopardos míos
están llenos tus bosques y tus ríos,
leñadora, desnuda, navegable.


Sobre tu cuerpo pálido me inclino
y oigo correr tu sangre, como vino,
en medio de la noche interminable.

















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