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martes, 18 de septiembre de 2012

8022.- DIEGO ALFARO PALMA



Diego Alfaro Palma (Limache, 1984) Lector, poeta, profesor y urbanista de fines de semana. Amante de las malezas. Ha publicado el poemario "Paseantes" (Ed. Temple, 2009) y editado "Antologia de Ezra Pound en Chile" (Universitaria, 2011).




De “Paseantes” 


Partitura

de la lluvia nos ha quedado la música
nuestro silencio
un mensaje anotado por pequeños dedos en la ventana.





El globo

Sólo pedaleando desde ese mundo
conseguirías dar la vuelta
tomarlo del cordel
y sostenerlo calle abajo
Detenido en una esquina
tenderías las manos hacia un poste
para intentar atarlo
para que suspendido en el viento
nos señale el camino de regreso.





BIBLIOTECARIO

A Philip Larkin

Reconocerse en un poema de Philip Larkin
Puede parecer tan desolador
Como la fotografía de un carrusel bajo la lluvia.
Las soledades que vienen y van
Pueden ser tan cansadoramente inútiles como la literatura
Sin embargo
De una u otra forma volveremos a ellas
Como a aquel viejo paraguas que desdeñamos
Por sus extravagantes colores.
Pero más allá de estas vagas lamentaciones
El deseo de estar solo
Bajo una luz, en pie de poesía,
Desconociendo -desde altas ventanas-
La miserable estulticia
De las chicas bellas,
Arpías que dolorosamente
Anidaron en tu vergüenza.






Lights out

La vida, mis amigos, es aburrida.
Nos llenamos de libros
para llenar la vida
y en cada abandono, en toda despedida
trazamos la inevitable figura del absurdo.
Bufones, nos forzamos en contemplaciones
intentando asir un trozo de dios.
Yo he perdido todo esto
en las puertas de una iglesia.
No anhelemos no brillemos
es hora que apaguen la luz.






Astrolabio
(Fragmento)


IV

Me he puesto a lavar los platos pensando tal vez en escribirte. Relegado por años al oficio del poema olvidé probablemente la carta, un epistolario sin esperar respuesta, dejar correr líneas como agua cayendo de una llave para quién sabe llegar adonde. La soledad carcome, debilita, es una termita hambrienta a la que llegado cierto tiempo podemos hospedar a sabiendas que terminará destruyendo nuestros cimientos.

Ahora que hay nubes y no techos, ahora que la intemperie es bosque y no desierto, me pierdo en el crepitar de estas hojas trazando una senda incierta: palabras como hitos.

Lavar los platos como quien lava su alma tras la tormenta.





De Alejandrina 

Fragmento de “Ciénaga”


I

Sabido es que los suicidas no escriben poemas, dejan notas, confesiones, todo en orden, la ropa doblada en el armario o sobre la cama. La diferencia la hacen sus gestos: un abrazo apretado, una mirada cómplice, un comentario lanzado al azar, para que luego, del otro lado, alguien ensamble las piezas. Y no podemos interrumpir en sus vagabundeos sin destino, mucho menos cuando asomados al balcón los golpea la oscuridad de una decisión, la pureza de abrirse al viento, un ave perdida volviendo a Dios, o cuando, como él, dejó las llaves sobre el velador y salió camino hacia el riel, recostó la muerte de su padre en el metal frío de su silencio, repasó su última partitura, dejando que el tren del invierno borrara su rostro, la vibración de la última nota de su fuga, reencontrando en su sueño una ceguera.



II

El juego entre el marco oscuro de sus gafas y los bigotes canos daban la impresión de estar frente a un marinero retirado, sin embargo, sólo su dedo índice había recorrido los meridianos de un mapa amarillento y del que hacía repasar copias con lápices de cera a sus alumnos: para cada imperio, para cada océano una tonalidad distinta. Él les enseñó las fronteras, los nombres que la humanidad dio a lo que siempre creyó suyo. Colgaba en la pizarra un pliego arrugado y con sus palabras proyectaba una batalla entre griegos y persas, al caballo de Alejandro avanzando aguerrido sobre la arena del tiempo, las lanzas de los gladiadores entrando en el costado de una espera. Ese hombre era la historia en un par de ojos cansados, en una calva que cada mañana dirigía la orquesta de la pasión y muerte de la carne. El sufrimiento de Cristo tomaba en él sentido, la empresa imposible del amor, mientras en la misa el sacerdote quebrando la ostia, cumplía con graficarnos la dispersión de los hombres, la separación de los mares, lo invisible abriéndose paso a través de la materia. Él se difuminó en el vacío que dejan las cosas, el piano de sus hijos descansado, la sábana de su mujer estirada, sus notas resguardadas en un cajón sin cerradura.



Fragmento de Alejandrina


I,7

Porque finalmente todo lo que uno puede llegar a creer es espuma en la estela del viaje. Al contrario de los pescadores, arrojar la red para siempre, para que permanezca en el fondo del recuerdo. Porque todo se vuelve más lejos, más claro y transparente como una noche vestida con el manto de las estrellas. Todo cobra su verdadero peso ante la eternidad del paisaje. Como un niño que aprende a pintar debemos pasar y repasar nuestras líneas, traspasar la frontera de nuestra mortalidad de forma sincera, recogidos en la torpe sabiduría de la experiencia. Porque estamos aquí después, siempre después y porque sólo la palabra puede brindarnos la posibilidad del pasado. Porque ante todo somos el ahora de nuestra historia y de cada pequeña historia y porque ante el tiempo somos iguales, profundamente nuestros, inseguros.





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