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lunes, 22 de octubre de 2012

PATRICIA KARINA VERGARA SÁNCHEZ (8311)


Patricia Karina Vergara Sánchez  (México DF, México, 1974)
Feminista, periodista y profesora




Soy India

Soy india.
Morena, chata de la cara,
en un país
obsesivamente racista.

Soy lesbiana,
en una nación
que compulsivamente me persigue.

Insisto,
en la libertad de decidir sobre mi cuerpo,
en territorio
de quienes realizan leyes
que buscan doblegarme.

No creo en su dios,
aun cuando habito un Estado
opresivamente católico.

Invoco a las diosas,
dentro de un patriarcado
que hace miles de años intenta ocultarlas.

Participo en la lucha laboral,
de un pueblo
ya comerciado y en las manos del patrón.

Conozco la importancia
de la labor contestataria,
cuando en mi patria
se encarcela a quien disiente.

Soy antiimperialista,
viviendo al lado de Bush.

Soy gorda,
en la cuna
de la tortura estética,
de la anorexia y de la bulimia.

He dado a luz,
en una era
que acabó con la esperanza,
ya hace tiempo.

Le apuesto a la lucha libertaria,
en el reino del televisor.

Soy pobre,
en un planeta
en donde comen migajas
tantos millones de pobres.

Soy feminista,
en una tierra hostil
a la palabra mujer.

Soy mujer.
En un tiempo
en que el feminicidio
nos ha vuelto desechables.

Por supuesto,
dicen que estoy loca,
extremadamente loca.

Que soy rara, que me he vuelto extraña.
Que no tengo lugar en el mundo.

Entonces, no me queda de otra:
Tengo que darle nombre al racismo,
que señalar el desprecio,
que elegir sobre mi vida,
que armarme antipatriarcal,
que inventar la fe para dársela a mi hija,
que rebelarme contra el patrón,
que escribir por la libertad a las presas políticas.
que denunciar al imperio,
que amar mi cuerpo,
que apagar el televisor,
que mostrar mis bolsillos,
que actuar contra la misoginia,
que buscar justicia para las mías,
que demandar castigo a los asesinos.

Es por todo ello,
que no tengo más remedio
que darles la mala noticia
a las buenas y tranquilas conciencias:

Estoy aquí.
Exigiendo a gritos,
la parte que me corresponde del mundo.
Y no voy a callarme la boca, ni a desaparecer.





Me dijeron 

El otro día me dijeron
que frene la lengua,
que modere los actos,
que critique, que señale,
que me inconforme.
Pero, en voz baja.
Y entre nosotras.

Que los compañeros de lucha,
cualquier lucha,
se pueden sentir afectados.

Que espere, que el movimiento social,
cualquier movimiento social,
tiene planes para las mujeres,
pero, que espere,
todavía no es el tiempo, ni la hora.

El otro día me dijeron
que sea más responsable
al decir antipatriarcado,
al denunciar al que acosa,
al señalar al que desprecia.

Que cuide a los compañeros,
que sea amorosa,
que les haga sentir bienvenidos,
que mis reclamos no vayan a ofenderlos.

Me lo dijo una, que se dice compañera,
y le he preguntado.

Pero, no ha ido a ver al indio,
para decirle que denuncie bajito
al caxlan que lo desprecia.

Y no ha ido a ver al obrero,
para decirle que espere,
que sea más amable
en sus reclamos con el patrón.

Y no ha ido a ver al campesino,
para decirle que defienda su tierra
con amabilidad y sonrisa.

Pero a mí, sí ha venido a hablarme
para decirme que no vea,
que si veo no señale,
que no lo tome como ofensa.
Que comprenda.

Me dijeron.
Que finja, que no me dé cuenta
de que éste mira mis senos,
de que éste me estorba la palabra,
de que éste me llama a la elegancia femenina,
de que éstos no son de los míos.
De que dicen lesbiana, pero en voz baja.

Que por las buenas son mejor las cosas.
Que no demuestre el abuso.
Que no llame machista.
Que no use la palabra misoginia
para el que me niega.

Que acompañe al movimiento
y, por las buenas, ya irá tocando la nuestra.

Me dijeron,
y estoy pensando que no es justo.

Para murmurar el descontento,
para perpetuar los roles,
mejor me habría quedado en casa a lavar los platos.

Que nada más no puedo.
Ni he de callarme.
Ni cerrar lo ojos, ni fingir.
Ni moderar la lengua ni los actos.
Que no dejaré de criticar, ni de señalar, ni de inconformarme.

Ya hemos dado mucho.
Ya dieron bastante mis madres y abuelas.
Hemos sido tantas:
Las presas políticas,
las agredidas,
las trabajadoras,
las que sostienen la casa mientras la huelga,
las que siembran la tierra,
las sindicalistas,
las maestras,
las que nunca son nombradas,
las que toman los medios.
las que barren y reparten volantes mientras el macho líder hace discurso.
Las que ya están hartas…
Todas, mis hermanas.

Que ya toca la nuestra y no para luego.
Que hay que decir: ya, a este tiempo y a esta hora.

Que para gritar contra la opresión, no hay corrección política.
Decir: hay una izquierda machista y reaccionaria, no me atemoriza.

Me dijeron, me sugieren, me invitan a moderarme.
Pero yo, nada más no puedo.

Yo entiendo ser mujer de otra forma.
Yo quiero de otro modo hacer las cosas.

No voy a disculparme,
No puedo condolerme.

Porque tengo esta voz.
Es voz libre y autónoma.
Es voz nueva, revolucionaria.

Tengo esta voz fuerte.
Voz lesbiana, nunca más silenciada.






AQUÍ SIGO 

Como ramita seca,
algo se me parte, de a poquito,
cuando tantas hacen maletas
o no las hacen, pero igual se van.

Yo no me marcho,
cuando tantos ya no viven aquí.
Me niego al exilio,
aun cuando ya sé que a cada paso
amenaza la presencia del déspota;
la bestialidad del tirano;
las huellas del desamparo.

Ante los rostros en las fotos del diario
de los fantasmas de 45, 46, 60 mil.
Cada día, mujeres, hombres, niñes,
que aquí no se llaman asesinadas,
dice el presidente que son daños colaterales.

Me quedo,
a mirar las ruinas de lo que eran
sueños tan sencillos, de sosiego,
como el desayunar cada día
con un trozo de pan fresco,
tal vez con mermelada de durazno.

Ilusiones tan simples
como ir a la escuela sin miedo
de ser desaparecida, como otras, al regreso.
Buscar en el periódico los anuncios
de empleos; de maestra de teatro,
para vender hamburguesas, naranjas
o cualquier otra cosa.

Ambiciones tan desbordadas
como contar con dos monedas
para invitarte un helado
comprado en la tienda de la esquina.
O, dormir tranquila la siesta
con tus piernas tibias entre las mías.

Me sostengo aquí.
Aún en contra del terremoto,
de los brazos cansados,
del monedero vacío.

En contra de las traiciones.
De los acomodaticios,
que nunca faltan.

Mirando a los ojos de los milicos,
que ocupan las calles y dan miedo,
rostros grabados en la infancia de mi niña,
que no juega en los parques.

Reclamado a los represores,
por todos los que han sido golpeados
por todas las que nos faltan,
conteniendo a los machos
que se sueñan héroes de guerra..
Todos juntos, esos que no se enteran
de lo tarde que es ya en este siglo.

Pues así, así y todo:
No renuncio.
No me marcho.
No me marcho.

Porque la esperanza para mi tierra
es para construirla mía.
Más alimento que los alimentos.
Más hermosa que el paraíso,
de nubes blancas, a la obediencia
que ofrecen los vendedores de  cruces
para cuando yo muera.

Porque ni los plantadores de miedo,
ni todo su horror,
pueden combatir la certeza
que da el llamado de la Pachamama.
Yo sé que el único lugar al que puedo ir
es hacia este grito en el viento.






Desde la insignificancia

¿Cómo te atreves?
Insolente.

Pretendes calificarme
sin saber cómo se vive
desde la orilla del acantilado.

Tú, ostentando propiedad
del mundo.
de su idea moral
y del buen proceder.

Te estorbo tanto,
que sería largo
tratar de enumerar,
en exacto,
aquello que juzgas.

Que me he negado
a ser tu musa
o la imagen étnica
que te justifica.
Que me he cansado
de la servidumbre.
Que estoy harta
de la incondicionalidad absurda.

Probablemente,
es porque tomé la opción
de abrir la mirada,
de escuchar mi voz,
de nombrar a mi hermana,
y hube de apropiarme
de mi hacer autonomía.

Entonces, me acusas:

Que soy vanidosa.
Que me falta sabiduría
- para entender tus reglas-.

Que de mi boca salen mentiras
- porque no me puedo tragar tus verdades-.

Porque tomé la palabra.
Porque inventé mi camino.
Me llamas infiel.
Otra vez soy la hereje.
Nuevamente, la pecadora.

Tú, desde la altura iluminada,
sentencias, como si pudieras,
sobre el alma mía,
y me llamas mujer de oscuridad.

Desde tus altares,
ante tus tribunas,
empuñando tu cetro.
Has ordenado desfigurar
la imagen de mi rostro.
Has intentado borrar mi nombre
de los testimonios.

Pero,
no logras el olvido
de mi existencia.

Déjame, Déjame.
Elijo ser la paria.
La infecciosa.
La insuficiente.

Me quedo aquí,
vanidosa,
instintiva,
con mi inteligencia poca,
con mi verdad sombría.

Me quedo aquí,
Sentada en mi soberbia.
Ya que una cosa entiendo.

Una sola, es cierto:

Si ando tan errada;
Si tengo el camino tan perdido;
Por qué insistir en negar
lo que no cuenta.

Por qué tú, desde el poder,
te ocupas de contenerme,
de acosarme, de acorralarme.

Por qué, si soy apenas nada.

Por qué, entonces,
mis preguntas abren grietas.

Por qué si cuestiono yo,
tú y tus jerarquías remojan cimientos.

Por qué, si abro yo la boca,
tú tiemblas.






Tan insuficiente

Esta es mi furia, color verde ocre, amarga.
Esta es mi rabia, que punza, inclemente.
Que se ofende contra estas letras indignas.
Palabras torpes para nombrarlas.

Por que Du’a, era muy joven y estaba sola.
Eran cuarenta, cincuenta hombres que la rodearon.
La golpearon, arrancaron su ropa, lanzaron rocas a su rostro.

Porque cuando dejó de respirar, ellos gritaron triunfantes.
Grabaron en video, con teléfono celular,
el hilillo de sangre que corría sobre el pavimento.

Porque Sali era una viajera, con su andar libre por la tierra.
Pero ese hombre hirió su cuerpo y detuvo su paso en el tiempo.

Porque hace tres días Alí fue asesinada.
Usó un cuchillo contra ella, ése, que decía amarla.

Porque Iris tenía siete años cuando se la llevaron.
Porque su madre encontró el cuerpecito de su niña
en un bote para basura.

Esta es mi furia tonta; mi rabia negra, roja, que no basta.
Porque son, porque somos, demasiadas.
La cercanas, las que están lejos, las amigas, las cómplices,
las que hacen, las que rompen, las compañeras y las que no.

Porque es una muerte infame.
Tres minutos indignos en el noticiero de hoy.
Un par de días, la indiferencia, la injusticia absoluta.

Quién fuera el aullar resonante en todo espacio acústico.
Quién que llame en el viento, con voz potente,
a todas las que nos faltan: A Marisela, a Leticia, a Marcia, a Sara.
Hasta que nadie pueda negar la escucha.
Hasta que nadie pueda continuar viviendo, como si nada hubiera ocurrido.

Quién fuera el puño que se estrelle contra la roca, poderoso, incansable.
Quién que grabe, imborrable, a golpe de presente constante,
los nombres de Victoria, de Emilia, de Martha, de Jasmín, de Natalia.
Quién la fuerza para el combate contra el olvido.
Quién el castigo a todos los malditos.

Sin embargo, respiro esta furia
Sin embargo, me alimento de esta rabia
Por que este oficio de escribana a penas alcanza,
para este humilde dar testimonio de la pesadilla cotidiana.






Agua que no se derrama

Desmoronas al mundo,
en tu hacer de cada día.
Parece que sabes que es tu tarea,
más importante que cualquier otra.


Como si al amanecer enumeraras los deberes:
Lavar la ropa.
Patear al patriarcado.
Alimentar a las gallinas.
Acompañar a una amiga.
Traer los víveres.
Silenciar a un misógino.
Coser la falda roja.

Vas por la calle, para el mercado
y detienes, retadora, la mano del acosador
antes de que toque a la niña.

Confrontas
a la que se ha pintado de rubio el cabello,
le preguntas que si no se mira prieta en el espejo.

Asistes a misa y le dices al curita ese
que qué panzón está hoy
y qué flacos andan los niños.

Cuando te señalan los corrillos
que por qué eres madre sola
contestas que no estás sola
que te tienes contigo.

Cuando te pregunto
que por qué te llamas feminista
qué entiendes tú de la palabra esa,
en esta provincia escondida.

Tú me dices que te imaginas,
que tal vez, que ha de ser,
como cuando hay sed en este pueblo.

Cuando las mujeres acarrean las cubetas de agua,
se ayudan, todas juntas,
todos los días,
por el mismo camino.







Ciertos Olimpos

Vestida con tu blanca toga
de tela maquilada para primer mundo.
Escribes en electrónico desde la razón,
las razones por las que yo no existo.

Sentada en un pequeño espacio libre
de tu mesa  abundante de alimentos
buscas la cita exacta y encuentras, afanosa,
las categorías, ciencia, teoría que explican
el cómo soy performatividad pura,
que ocupa mi saber, mi cama, la vida mía.
Por ello, no soy capaz de la trascendencia
hacia la humanidad.

En tanto, mi padrastro me prende fuego
en un rincón del Estado de México

Mi familia es silenciada por hablar de justicia
ante mi  féretro de terror

Me  comí a mis crías y voy andando,
siguiendo rumbo norte en el desierto.
Me muero aquí o de hambre injusta.

Escribes verdad: mujer es un término
sin sentido lógico ni pertenencia.
Esta carne ya fue desmembrada
y mis huesos quebrados, desperdigados.

Mi palabra no tenía valor profundo,
nada significa ahora para ti.
Cuando comenzaba a dibujarme,
en múltiples visiones concatenadas,
Me has borrado con un sólo gesto
de mecanografía.

Tú te vuelves más blanco, prestigioso.
Cada vez más sabio, megáfono de Foucault.

Sin embargo, me hacen falta más, mucho más
 de dos teorías pretendiendo explicarme
que el dolor es mera construcción cultural.
 ¿Es, acaso, una forma distinta de placer?

Para demostrar mi falta de sofisticación,
de comprensión y actitud postmoderna
es necesario se cuantifique con rigor exacto
los segundos que dura mi agonía.
Yo pongo este cuerpo. Tú haces ciencia.

Todo es cuestión de desandar la hipótesis.
Pronunciarse en la variable.
Despejar a empellones las puertas del recinto.
Traer espejos grandes ante tu rostro:

¿Qué miras?
¿Puedes reconocerte en este rictus?



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