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sábado, 8 de septiembre de 2012

7836.- JUAN BEROES




Juan Beroes (San Cristóbal-Edo Táchira (Venezuela), 1914-1975)
Poeta venezolano. 
Cursa estudios en la Universidad Central de Venezuela ( U.C.V.) entre 1932 y 1938, año en el que se gradúa de Doctor en Ciencias Políticas. Vuelve a la tierra que lo vio nacer y en ella se impregna de muchas historias de la saga familiar, presentes luego, junto a los paisajes de su infancia, como reminiscencias telúricas en "Materia de Eternidad" y "Los deshabitados Paraísos". Durante su estadía en el Ministerio de Educación, escribe el libro "Doce Sonetos", publicado en 1943, piedra angular del cambio en la poesía venezolana, que logró estremecer la conciencia poética nacional. Entre 1953 y 1959, se dedica a pensar, observar y producir dentro de la poesía.

Juan Beroes, para quien "la poesía como cosa de Dios no la inventó el hombre", sin duda alguna, es uno de los poetas venezolanos más completos. Falleció en 1975. "Perteneció - nos dice Pedro Pablo Paredes - a la Generación del 40, de largo memorial sobre la cultura venezolana... Anduvo diplomáticamente por casi toda América y por casi toda Europa. En uno y otro sitio, con el corazón colgando de la nostalgia de la patria. Hasta que ésta se le cuajó, magistralmente, en su obra capital: "Materia de Eternidad"... Beroes fue, de todo en todo, un llamado a las fuentes más acendradamente clásicas. Por algo se inició con la forma del soneto. Y a esta forma la dotó de nueva vida: sin violentarla en nada, la renovó mediante una elaboración absolutamente actualizada".

Juan Beroes Por: Pedro Pablo Paredes 

Ya señalamos que el Táchira es, dentro de la poesía nacional, tierra indudablemente afortunada. Y esta fortuna la representan y la simbolizan tres poetas extraordinarios: Manuel Felipe Rugeles, que cantó magistralmente la tierra nativa; Juan Beroes, que, también tachirense, tuvo como tema de inspiración toda la patria venezolana; y Dionisio Aymará, que, fiel al Táchira también y también cantor de la patria, se especializó en la interpretación suprema del universo. 

Le dedicamos el tiempo, en esta oportunidad, a Juan Beroes. Como Rugeles y como Aymará, Beroes nació en San Cristóbal del Táchira, en 1914. En la ciudad nativa creció un tanto y otro tanto lo dedicó a los primeros estudios primarios, que concluyó en Caracas. Aplicado como fue desde su comienzo al uso del libro, ya en Caracas concluyó su formación primaria, realizó, con igual disciplina, su formación secundaria, y una y otra formación le merecieron culminación profesional en Caracas y en la Universidad Central de Venezuela, de donde egresó como abogado hecho y derecho. Todo lo cual, y hasta aquí, nos demuestra que Beroes fue, desde sus comienzos tan disciplinado como estudioso.

El año 1938 fue el año de su definitivo triunfo universitario de naturaleza jurídica. Así las cosas, pues, Juan Beroes se dedica, con ejemplar responsabilidad, a servirle a tiempo completo a su patria. Lo hizo dentro de Venezuela, concretamente en Caracas, y lo hizo fuera, en condición de diplomático: anduvo, así, por nuestro continente y anduvo por Europa. En todas partes dejó bien plantada su imagen de venezolano cabal y de cabal embajador. 

Personalidad representativa de nuestra burocracia, y personalidad representativa de nuestra diplomacia, Juan Beroes nos reservaba una sorpresa de primer orden. La de que en él, sobre la experiencia burocrática y sobre la experiencia diplomática, coronaría el terceto, si así puede decirle, como Poeta, con mayúscula y todo. 

La experiencia estética, es decir, poética, específicamente lírica, nos dejó a todos atónitos. ¿De dónde salió poeta este integrante de la burocracia nacional? Nadie sabía responderlo. Pero el poeta estaba en acción y en dicha acción, sin exagerarlo, le dedicó su existencia donde quiera que estuvo. Lo mismo en nuestra América que en Europa. 

Su ocupación, naturalmente, era el trabajo. Pero su ocupación paralela, que fue la poesía, se nos impuso sin posibilidad de duda ni de discusión. No en balde, Beroes mereció el Premio Municipal, en 1946, del Distrito Federal, para Poesía, y el Premio Nacional de Literatura diez años exactos después. El poeta había alcanzado la consagración como quien dice. 

Juan Beroes se realizó a través de 13 libros. Los que van de "12 sonetos", de 1942, a "Clamor de la faena o fábula del toro enamorado", de 1977. Si lo vemos bien, la obra de Beroes se realizó en 35 años justos. Y es una obra que culmina con el libro número 9 bajo el título envidiable de "Materia de eternidad". Los libros precedentes culminan en éste. Y lo mismo pasa, si a ver vamos, con los subsecuentes. El problema es claro. "Materia de eternidad" es la obra capital del poeta. 

El poeta ofrece al lector avisado una característica de lo más interesante. Consiste, sin irnos muy lejos, en que no se expresó nunca sino en verso tradicional. Tradicional por la medida y tradicional por la rima, como ocurre con sus sonetos; y tradicional, también, por la medida pero no por la rima. Son los libros que parecen de verso libre, pero que no son de verso libre, sino de verso que sigue siendo característicamente medido. 

Toda la obra del poeta es testimonio cabal del verso tradicional. Curioso, ¿no es cierto? Con Juan Beroes, como quien dice nada, se hizo presente la llamada Generación del 40. Esta generación sorprendió a todos. Juan Beroes fue su líder inicial. Su gloria no la discutió nadie. El es el padrino, si así puede y debe decirse, de su generación. Para la patria venezolana, el poeta Beroes ostenta, sin duda, personalidad de líder. 

Hispánica, neoclásica, agónica, mística, erótica, cósmica, existencialista, “la poesía de Juan Beroes tenía dos caras: la del ángel del Quatrocento, la del Petrarca, y la del sombrío y descarnado rostro del sentimiento trágico de la vida. Paralelamente a los cantos abrileños e itálicos, a los devaneos modernistas o neorrománticos, este singular poeta publicaba tremendos poemarios, agónicas confesiones de soledad, de sueño fúnebre, de aproximación apasionada a la muerte. Toda la tradición místico-erótica afluía a aquellos poemas escalofriantes en los que contemplaba el hueso de su muerte, el esqueleto de su sueño, las fermentaciones del amor-cadáver, la vida innumerable hecha agonía cósmica. 

Juan Beroes escapaba a sus admiradores y a sus imitadores, pues interponía entre ellos y su poesía, ese lenguaje desesperado y lúcido, ese mundo de luminosidad sombría, de fosforescencia espectral; esa invocación nacida en el fondo de la angustia existencial, unamuniana, colindante con la percepción de la muerte y de los posibles resurgimientos panteístas.” (Juan Liscano). 

“La poesía de Juan Beroes responde a esa clase de obra hecha para perdurar, pese a las contingencias temporales y a los imponderables de un arte en constante movimiento y transformación. No sólo por la naturaleza intrínseca de un esfuerzo pleno de vibrante y decisiva comunicación humana, robusto y tenso de resonancias múltiples, sino por el logro creador, siempre ascendente, de su destino de poeta y por el arraigo y culminación de todo un largo proceso de esenciales requerimientos estéticos. Culminación que se traduce en un verso, un lenguaje lírico extraordinario, robustecido por los aires más profundos de la verdadera, inmanente poesía solidaria del hombre... El discurso de Juan Beroes, hecho a imagen y semejanza de su propia vida, nos conmueve y apasiona en grado sumo en toda la extensión de sus variadas manifestaciones y experiencias —que al final se condensan en una sola— por su valiosísimo aporte a una nueva expresión del verso venezolano que apunta en nuestra historia literaria a partir de 1940.” (José Ramón Medina). 

“Como el hombre en el tiempo, me engañaron y falsos ganaderos de las flores, por lidiables monedas me entregaron a espadas de inseguros matadores. Novillas jubilosas me negaron sus ancas de cristal; y talladores cortáronme las astas, que sangraron, al brotar en calientes surtidores.Acero tuve en mi mortal engaño, y arponcillos burlaron mi redaño con castigo sin número ni nombre. La mar de los tendidos se abrió en olas; ¡giré doliente y fui a morirme a solas como el hombre en la vida... ¡como el hombre! Varón, toro de arrastre: no te asombre que Amor haga faenas en tu vía, para que el circo te maltrate y ría.” (Juan Beroes)




Al Río Torbes 

¡La espuma de tu rostro fugitivo, 
bello Torbes, dejástela en mis manos, 
y con el vuelo de tus saltos vanos
coronas me tejiste y ramo altivo! 

¡Oh, Torbes labrador! Margen furtivo
entre angélicos campos ciudadanos; 
dulcífero galán que a los veranos
de dulzura te fuiste, pensativo…

Joven Torbes de alzada vestimenta; 
voz de poder y magna cornamenta
que muge por los campos su fragancia. 

¡Celeste guardador de la frescura, 
doncel corriente, niño que perdura
de pie junto al cadáver de mi infancia! 

De Prisión terrena (1941-19439) 





VII 

¡Ponedme a la sombra de las vivas montañas! 

Mi rostro desnudo llevadlo a los torrentes
donde la noche empieza con su rumor de sueños. 
Derramadme en el seno de los frágiles lirios
y en el pecho robusto de las piedras constantes. 

Que mis huesos retornen al vaivén de la espiga
y a la brisa que roba la humedad de las plantas, 
que se doblen mis sienes en las conchas marinas
y revivan mis brazos en la espada del junco. 

Dad mi piel amarilla a los pastos crecidos
y mi frente serena a los lagos oscuros. 
Alargadme en el tallo de los nardos morenos
y en la luz de la hierba rumorosa y distante. 

Escondedme en la voz de los quietos arbustos
y en la piel que la rosa deja siempre al marcharse. 
Al león cazador devolvedle mis uñas
y a las breves gacelas el collar de mis dientes. 

La fuerte cabellera que yo antaño tenía, 
en aros de los torne a correr los campos, 
y mis labios antiguos, - los que amaba mi madre -,
en obscuros terrones vivan sobre los surcos.

Que mis piernas dobladas por el aire del sueño
despierten en la voz de los amplios helechos, 
y mis dedos crecientes que tocaron los hombres
sean anuncios primeros del jazmín de la tarde. 

Entregadle mi cráneo a esas altas colmenas
donde la vida entera con su rumor acampa. 
A las palmas del patio dad mis manos pequeñas
y mis ojos mellizos al frescor del rocío. 

Ponedme a la sombra de las viejas colinas, 
¡allí, junto a los huesos de un cuerpo que fue el mío! 







Pregúntale a ese mar          

Pregúntale a ese mar donde solía
llorar mi corazón, si por su arena, 
con dulce silbo de veloz sirena, 
cruzó la virgen que me viera un día

contar los granos de la arena mía. 
Y a esa virgen nocturna de serena
vestidura lunar, túrgida y llena, 
pregúntale si el mar que la veía

despedirse llorando en mi memoria, 
escribió por la arena aquella historia
con su pulso de espuma, triste y suave... 

¡Tú también, corazón, ve a la ribera, 
y con voz de esa brisa que te oyera, 
pregúntaselo al mar, que el mar lo sabe! 





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