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lunes, 3 de junio de 2013

GUIDO GOZZANO [10.027]


Guido Gozzano
Guido Gustavo Gozzano (Turín, 19 de diciembre de 1883 - 9 de agosto de 1916) fue un poeta italiano.
Era hijo del ingeniero Fausto Gozzano y de Diodata Mautino, hija de un ardiente partidario de Giuseppe Mazzini y Massimo D'Azeglio. Su vida transcurrió entre Turín y la pequeña ciudad canavesana de Agliè, donde la familia poseía varias casas (Villa Il Meleto) y un gran parque. Debido a su mala salud, faltó con frecuencia a la escuela, y, tras una enseñanza secundaria poco brillante, se matriculó, en 1903, en la Facultad de Derecho de Turín. No llegó, sin embargo, a obtener la licenciatura, ya que prefirió asistir, con algunos amigos que forman con él el grupo de los "crepuscolari" ("crepusculares"), los cursos de literatura que daba el poeta Arturo Graf, muy admirado por los jóvenes literatos de la ciudad.
Graf era partidario de un pesimismo leopardiano atemperado con un socialismo de tipo espiritual, y era por tanto muy admirado por los jóvenes intelectuales turineses, que veían en su pensamiento un posible "antídoto" contra el gusto dannunziano que imperaba en la época. Gracias a él, Gozzano se liberó del gusto decadente que dominaba sus primeros versos, y en esta época se dedicó a estudiar con atención la obra poética de Dante Alighieri y Francesco Petrarca.
En mayo de 1907 sus condiciones de salud, que ya eran precarias, se agravaron a causa de una violenta pleuresía y desde aquel momento tuvo que pasar su vida entre la costa ligur y alguna aldea de montaña. Ese año inició también una relación, que inicialmente fue sólo epistolar, con Amalia Guglielminetti, a quien había conocido durante los encuentros de la Società di Cultura. Las "Cartas" de amor entre Gozzano y Amalia Guglielminetti, escritas en los años 1907-1909, dan testimonio del amor que Guido sintió por la poetisa, cuya estrecha relación duró hasta su muerte.1
En 1909, tras abandonar sus estudios de Derecho, se dedicó por completo a la poesía. En 1911 publicó su libro más importante, I colloqui, dividido en tres secciones: Il giovenile errore, Alle soglie e Il reduce. El éxito que obtuvo su obra valió a Gozzano un gran número de solicitudes para colaborar en periódicos y revistas, como La Stampa, La Lettura y La Donna, en cuyas páginas publicó tanto poesía como prosa.
En 1912 se agravó su estado de salud, y decidió emprender un largo viaje a la India para buscar climas más propicios. El viaje, que se prolongó desde febrero a mayo de 1912, no le dio el beneficio esperado pero sí le permitió escribir, con ayuda de la fantasía y de muchas lecturas, varios textos en prosa sobre el viaje que serían después recogidos en un volumen y publicados póstumamente, en 1917, con el título de Verso la cuna del mondo.
En marzo de 1914 publicó en La Stampa algunos fragmentos de su poema "Farfalle", llamado también "Epistole entomologiche", que quedó incompleto. Ese mismo año recopiló en el tomo I tre talismani seis cuentos de hadas que había escrito para el Corriere dei Piccoli.
Mostró siempre interés por el teatro y el cine, y trabajó en la adaptación de alguna de sus novelas a estos medios. En 1916, año de su muerte, trabajó en el guion de una película, que no llegó a realizarse, sobre san Francisco de Asís.




Totò Merùmeni



I

Con su jardín inculto, sus salones, sus bellos
balcones del Seicientos cubiertos de espesura,
la Villa se diría salida de unos versos
míos, la Villa-tipo del Libro de Lectura...

Piensa en días mejores la Villa triste, piensa
alegres grupos bajo los troncos centenarios,
banquetes señoriales en una sala inmensa,
danzas en los salones que vació el anticuario...

Pero allí donde antaño llegaban los Ansaldo,
los Rattazzi, d’Azeglio, o los Oddone, clava
el freno un automóvil chirriando y corcoveando,
e hirsutos forasteros hacen sonar la aldaba.

Se oye un ladrido, pasos, cautamente se entreabre
la puerta... En un silencio de claustros o cuarteles
vive Totò Merùmeni, a solas con la madre
enferma, una canosa tía, un tío demente.



II

Veinticinco años tiene Totò, un temple altanero,
mucha cultura y gusto por obras de la imprenta,
poco cerebro, poca moral y una tremenda
clarividencia: un hijo cabal de nuestro tiempo.

No siendo rico, a la hora de “vender palabritas”
(¡ah, su Petrarca!), hacerse periodista o canalla,
Totò eligió el exilio. Y en libertad medita
sus fallas, que será mejor dejar calladas.

No es malo. Da dineros al pobre, y al amigo
le envía una canasta con fruta de estación.
No es malo. Ayuda con su redacción al niño,
al que emigra con cartas de recomendación.

Si es gélido y consciente de sí y de sus culpas,
no es malo. Es aquel bueno que escarnecía Nietzsche:
“...realmente yo me río del inepto que dice
que es bueno, porque tiene muy débiles las uñas...”

Tras el estudio grave, baja al jardín y una hora
juega con sus amigos en la amena gramilla;
son sus dulces amigos: una corneja ronca,
un gatito, una mona llamada Makakita...

  

III 

La Vida no cumplió ni una sola promesa.
Él soñó durante años un Amor siempre ausente,
soñó, por su desgracia, con actrices, princesas,
y hoy es la cocinera su amante adolescente.

Cuando la casa duerme, la muchacha descalza,
fresca como una fruta húmeda de rocío,
va hasta su cuarto, lo besa en la boca, salta
sobre él, que la posee, beatífico y supino...



IV

Es que Totò no siente. Un lento mal indómito
secó las primigenias fuentes del sentimiento; 
los sofismas y análisis hicieron de este hombre
lo que las llamas hacen de un edificio al viento.

Pero como las ruinas que han ardido en la hoguera
muestran irisaciones de hermosas, vivas flores,
esta alma calcinada poco a poco gotea
floraciones de exangües versos consoladores...

  


Así Totò Merùmeni, luego de tristes casos,
casi es feliz. Alterna rima y filosofía.
Encerrado en sí, piensa, se cultiva, ha sondeado
la vida del Espíritu, que antes no comprendía.

Porque la voz es poca, y el arte de su alma
inmenso, porque el Tiempo —¡mientras yo hablo!— se va,
Totò se está apartado, sonríe, espera en calma.
Y vive. Un día ha nacido. Un día morirá.


NOTAS

1. El nombre, Totò Merùmeni, irónicamente deformado, corresponde al título de una comedia del poeta latino Terencio, Heautontimorumenos, transcripción de un término griego que significa "el que se castiga a sí mismo". El antecedente más próximo, sin embargo, se encuentra en un poema de Baudelaire, "L'Héautontimorouménos", de Las flores del mal. 
2. En la segunda sección del poema, la mención de Petrarca ("¡ah, su Petrarca!") se relaciona con el poema CCCLX de las Rime de este poeta: "Questi in sua prima età fu dato a l'arte / di vender parolette, anzi menzogne..." ["Éste en temprana edad se entregó al arte / de vender palabritas, o patrañas..."]. Petrarca alude a la abogacía (y recordemos que Guido Gozzano estudió Derecho, y abogado se define a sí mismo el yo lírico tanto en su poema "Los dos caminos" como en el célebre "La Señorita Felicita").
3. En la segunda estrofa de la segunda sección, los versos "Y en libertad medita / sus fallas, que será mejor dejar calladas" pueden relacionarse con el verso 104 del canto IV del Infierno de Dante: "parlando cose che il tacere è bello" ["hablando cosas que el callar es bello"]. También con las Rime, CIV, 28: "la vide in parte che il tacere è bello" ["la vi donde es mejor dejar callado"].
4. "Es aquel bueno que escarnecía Nietzsche": alusión al capítulo "De los sublimes", en Así habló Zarathustra.
5. En la última sección del poema, "porque el Tiempo -¡mientras yo hablo!- se va" es recreación del petrarquista "ora, mentre ch'io parlo, il tempo fugge" ["ahora, mientras hablo, el tiempo huye"], Rime, LVI, 3.
6. El último verso, "Y vive. Un día ha nacido. Un día morirá.", remite al poema "Il s'occupe" de De l'Angélus de l'aube à l'Angélus du soir de Francis Jammes: "Il est né un jour. Un autre jour il mourra."


[Versión de Pablo Anadón
Alta Gracia, marzo de 2003]




Totò Merùmeni


I

Col suo giardino incolto, le sale vaste, i bei
balconi secentisti guarniti di verzura,
la villa sembra tolta da certi versi miei,
sembra la villa-tipo, del Libro di Lettura...

Pensa migliori giorni la villa triste, pensa
gaie brigate sotto gli alberi centenari,
banchetti illustri nella sala da pranzo immensa
e danze nel salone spoglio da gli antiquari.

Ma dove in altri tempi giungeva Casa Ansaldo,
Casa Rattazzi, Casa d’Azeglio, Casa Oddone,
s’arresta un’automobile fremendo e sobbalzando,
villosi forestieri picchiano la gorgòne.

S’ode un latrato e un passo, si schiude cautamente
la porta... In quel silenzio di chiostro e di caserma
vive Totò Merùmeni con una madre inferma,
una prozia canuta ed uno zio demente.


 II

Totò ha venticinque anni, tempra sdegnosa,
molta cultura e gusto in opere d’inchiostro,
scarso cervello, scarsa morale, spaventosa
chiaroveggenza: è il vero figlio del tempo nostro.

Non ricco, giunta l’ora di “vender parolette”
(il suo Petrarca!...) e farsi baratto o gazzettiere,
Totò scelse l’esilio. E in libertà riflette
ai suoi trascorsi che sarà bello tacere.

Non è cattivo. Manda soccorso di danaro
al povero, all’amico un cesto di primizie;
non è cattivo. A lui ricorre lo scolaro
pel tema, l’emigrante per le commendatizie.

Gelido, consapevole di sé e dei suoi torti,
non è cattivo. È il buono che derideva il Nietzsche
“...in verità derido l’inetto che si dice
buono, perché non ha l’ugne abbastanza forti...”

Dopo lo studio grave, scende in giardino, gioca
coi suoi dolci compagni sull’erba che l’invita;
i suoi compagni sono: una ghiandaia rôca,
un micio, una bertuccia che ha nome Makakita...


  
III 

La Vita si ritolse tute le sue promesse.
Egli sognò per anni l’Amore che non venne,
sognò pel suo martirio attrici e principesse
ed oggi ha per amante la cuoca diciottenne.

Quando la casa dorme, la giovinetta scalza,
fresca come una prugna al gelo mattutino,
giunge nella sua stanza, lo bacia in bocca, balza
su lui che la possiede, beato e resupino...



IV

Totò non può sentire. Un lento male indomo
inaridí le fonti prime del sentimento;
l’analisi e il sofisma fecero di quest’uomo
ciò che le fiamme fanno d’un edificio al vento.

Ma come le ruine che già seppero il fuoco
esprimono i giaggioli dai bei vividi fiori,
quell’anima riarsa esprime a poco a poco
una fiorita d’ésili versi consolatori...




Cosí Totò Merùmeni, dopo tristi vicende,
quasi è felice. Alterna l’indagine e la rima.
Chiuso in se stesso, medita, s’accresce, esplora, intende
la vita dello Spirito che non intese prima.

Perché la voce è poca, e l’arte prediletta
Immensa, perché il Tempo —mentre ch’io parlo!— va,
Totò opra in disparte, sorride, e meglio aspetta.
E vive. Un giorno è nato. Un giorno morirà.

[Texto italiano en: Guido Gozzano, Poesie, 
Introduzione e note di Giorgio Bárberi Squarotti,

Biblioteca Universale Rizzoli, Milán, 1993]




La via del rifugio

Trenta quaranta,
tutto il Mondo canta
canta lo gallo
risponde la gallina...
Socchiusi gli occhi, sto
supino nel trifoglio,
e vedo un quatrifoglio
che non raccoglierò.
Madama Colombina
s'affaccia alla finestra
con tre colombe in testa:
passan tre fanti...
Belle come la bella
vostra mammina, come
il vostro caro nome,
bimbe di mia sorella!
...su tre cavalli bianchi:
bianca la sella
bianca la donzella
bianco il palafreno...
Ne fare il giro a tondo
estraggono le sorti.
(I bei capelli corti
come caschetto biondo
rifulgono nel sole.)
Estraggono a chi tocca
la sorte, in filastrocca
segnado le parole.
Socchiudo gli occhi, estranio
ai casi della vita.
Sento fra le mie dita
la forma del mio cranio...
Ma dunque esisto! O Strano!
vive tra il Tutto e il Niente
questa cosa vivente
detta guidogozzano!
Resupino sull'erba
(ho detto che non voglio
raccorti, o quatrifoglio)
non penso a che mi serba
la Vita. Oh la carezza
dell'erba! Non agogno
cha la virtù del sogno:
l'inconsapevolezza.
Bimbe di mia sorella,
e voi, senza sapere
cantate al mio piacere
la sua favola bella.
Sognare! Oh quella dolce
Madama Colombina
protesa alla finestra
con tre colombe in testa!
Sognare. Oh quei tre fanti
su tre cavalli bianchi:
bianca la sella,
bianca la donzella!
Chi fu l'anima sazia
che tolse da un affresco
o da un missale il fresco
sogno di tanta grazia?
A quanti bimbi morti
passò di bocca in bocca
la bella filastrocca
signora delle sorti?
Da trecent'anni, forse,
da quattrocento e più
si canta questo canto
al gioco del cucù.
Socchiusi gli occhi, sto
supino nel trifoglio,
e vedo un quatrifoglio
che non raccoglierò.
L'aruspice mi segue
con l'occhio d'una donna...
Ancora si prosegue
il canto che m'assonna.
Colomba colombita
Madama non resiste,
discende giù seguita
da venti cameriste,
fior d'aglio e fior d'aliso,
chi tocca e chi non tocca...
La bella filastrocca
si spezza d'improvviso.
«Una farfalla!» «Dài!
Dài!» - Scendon pel sentiere
le tre bimbe leggere
come paggetti gai.
Una Vanessa Io
nera come il carbone
aleggia in larghe rote
sul prato solatio,
ed ebra par che vada.
Poi - ecco - si risolve
e ratta sulla polvere
si posa della strada.
Sandra, Simona, Pina
silenziose a lato
mettonsile in agguato
lungh'essa la cortina.
Belle come la bella
vostra mammina, come
il vostro caro nome
bimbe di mia sorella!
Or la Vanessa aperta
indugia e abbassa l'ali
volgendo le sue frali
piccole antenne all'erta.
Ma prima la Simona
avanza, ed il cappello
toglie ed il braccio snello
protende e la persona.
Poi con pupille intente
il colpo che non falla
cala sulla farfalla
rapidissimamente.
«Presa!» Ecco lo squillo
della vittoria. «Aiuto!
È tutta di velluto:
Oh datemi uno spillo!»
«Che non ti sfugga, zitta!»
S'adempie la condanna
terribile; s'affanna
la vittima trafitta.
Bellissima. D'inchiostro
l'ali, senza rintocchi,
avvivate dagli occhi
d'un favoloso mostro.
«Non vuol morire!» «Lesta!
ché soffre ed ho rimorso!
Trapassale la testa!
Ripungila sul dorso!»
Non vuol morire! Oh strazio
d'insetto! Oh mole immensa
di dolore che addensa
il Tempo nello Spazio!
A che destino ignoto
si soffre? Va dispersa
la lacrima che versa
l'Umanità nel vuoto?
Colombina colombita
Madama non resiste:
discende giù seguita
da venti cameriste...
Sognare! Il sogno allenta
la mente che prosegue:
s'adagia nelle tregue
l'anima sonnolenta,
siccome quell'antico
brahamino del Pattarsy
che per racconsolarsi
si fissa l'umbilico.
Socchiudo gli occhi, estranio
ai casi della vita;
sento fra le mie dita
la forma del mio cranio.
Verrà da sé la cosa
vera chiamata Morte:
che giova ansimar forte
per l'erta faticosa?
Trenta quaranta
tutto il Mondo canta
canta lo gallo
canta la gallina...
La Vita? Un gioco affatto
degno di vituperio,
se si mantenga intatto
un qualche desiderio.
Un desiderio? sto
supino nel trifoglio
e vedo un quatrifoglio
che non raccoglierò.







L'analfabeta

Nascere vide tutto ciò che nasce
in una casa, in cinquant'anni. Sposi
novelli, bimbi... I bimbi già corrosi
oggi dagli anni, vide nella fasce.
Passare vide tutto ciò che passa
in una casa, in cinquant'anni. I morti
tutti, egli solo, con le braccia forti
compose lacrimando nella cassa.
Tramonta il giorno, fra le stelle chiare,
placido come l'agonia del giusto.
L'ottuagenario candido e robusto
viene alla soglia, con il suo mangiare.
Sorride un poco, siede sulla rotta
panca di quercia; serra per sostegno
fra i ginocchi la ciotola di legno;
mangia in pace così, mentre che annotta.
Con la barba prolissa come un santo
arissecchito, calvo, con gli orecchi
la fronte coronati di cernecchi
il buon servo somiglia il Tempo... Tanto,
tanto simile al Nume pellegrino,
ch'io lo vedo recante nella destra
non la ciotola colma di minestra,
ma la falce corrusca e il polverino.
Biancheggia tra le glicini leggiadre
l'umile casa ove ritorno solo.
Il buon custode parla: «O figliuolo,
come somigli al padre di tuo padre!
Ma non amava le città lontane
egli che amò la terra e i buoni studi
della terra e la casa che tu schiudi
alla vita per poche settimane...».
Dolce restare! E forza è che prosegua
pel mondo nella sua torbida cura
quei che ritorna a questa casa pura
soltanto per concedersi una tregua;
per lungi, lungi riposare gli occhi
(di che riposi parlano le stelle!)
da tutte quelle sciocche donne belle,
da tutti quelli cari amici sciocchi...
Oh! il piccolo giardino ormai distrutto
dalla gramigna e dal navone folto...
Ascolto il buon silenzio, intento, ascolto
il tonfo malinconico d'un frutto.
Si rispecchia nel gran Libro sublime
la mente faticata dalle pagine,
il cuore devastato dall'indagine
sente la voce delle cose prime.
Tramonta il giorno. Un vespero d'oblio
riconsola quest'anima bambina;
giunge un riso, laggiù dalla cucina
e il ritmo eguale dell'acciottolio.
In che cortile si lavora il grano?
Sul rombo cupo della trebbiatrice
s'innalza un canto giovine che dice:
anche il buon pane - senza sogni - è vano!
Poi tace il grano e la canzone. I greggi
dormono al chiuso. Nella sera pura
indugia il sole: «Or fammi un po' lettura:
te beato che sai leggere! Leggi!».
Me beato! Ah! Vorrei ben non sapere
leggere, o Vecchio, le parole d'altri!
Berrei, inconscio di sapori scaltri,
un puro vino dentro il mio bicchiere.
E la gioia del canto a me randagio
scintillerebbe come ti scintilla
nella profondità della pupilla
il buon sorriso immune dal contagio.
Gli leggo le notizie del giornale:
i casi della guerra non mai sazia
e l'orrore dei popoli che strazia
la gran necessità di farsi male.
Ripensa i giorni dell'armata Sarda,
la guerra di Crimea, egli che seppe
la tristezza ai confini delle steppe
e l'assedio nemico che s'attarda.
Poi cade il giorno col silenzio. Poi
rompe il silenzio immobile di tutto
il tonfo malinconico d'un frutto
che giunge rotolando sino a noi.
E m'inchino e raccolgo e addento il pomo...
Serenità!... L'orrore della guerra
scende in me: cittadino della Terra,
in me: concittadino d'ogni uomo.
Ora il vecchio mi parla d'altre rive
d'altri tempi, di sogni... E più m'alletta
di tutte, la parola non costretta
di quegli che non sa leggere e scrivere.
Sereno è quando parla e non disprezza
il presente pel meglio d'altri tempi:
«O figliuolo il meglio d'altri tempi
non era che la nostra giovinezza!».
Anche dice talvolta, se mi mostro
taciturno: «Tu hai l'anima ingombra.
Tutto è fittizio in noi: e Luce ed Ombra:
giova molto foggiarci a modo nostro!
E se l'ombra s'indugia e tu rimuovine
la tristezza. Il dolore non esiste
per chi s'innalza verso l'ora triste
con la forza d'un cuore sempre giovine.
Fissa il dolore e armati di lungi,
ché la malinconia, la gran nemica,
si piega inerme, come fa l'ortica
che più forte l'acciuffi e men ti pungi».
E viene allo scrittoio, se m'indugio:
«Ah! Già i capelli ti si fan più radi,
sei pallido... Da tempo è che non badi
per queste carte al remo e all'archibugio.
Chi troppo studia e poi matto diventa!
Giova il saper al corpo che ti langue?
Vale ben meglio un'oncia di buon sangue
che tutta la saggezza sonnolenta».
Così ragiona quegli che non crede
la troppo umana favola d'un Dio,
che rinnegò la chiesa dell'oblio
per la necessità d'un'altra fede.
Dice: «Ritorna il fiore e la bisavola.
Tutto ritorna vita e vita in polve:
ritorneremo, poiché tutto evolve
nella vicenda d'un'eterna favola».
Ma come, o Vecchio, un giorno fu distrutto
il sogno della tua mente fanciulla?
E chi ti apprese la parola nulla,
e chi ti apprese la parola tutto?
Certo, fissando un cielo puro, un fiume
antico, meditando nello specchio
dell'acque e delle nubi erranti, il Vecchio
lesse i misteri, come in un volume.
Come dal tutto si rinnovi in cellula
tutto; e la vita spenta dei cadaveri
resusciti le selve ed i papaveri
e l'ingegno dell'uomo e la libellula.
Come una legge senza fine domini
le cose nate per se stesse, eterne...
Tanto discerne quei che non discerne
i segni convenuti dagli uomini.
Ma come cadde la tua fede illesa:
fede ristoratrice d'ogni piaga
per l'anima fanciulla che s'appaga
nei simulacri della Santa Chiesa?
Come vedi le cose? Senza fedi,
stanco, sul limitare della morte,
sai vivere sereno, o vecchio forte,
sorridere pacato... Come vedi?
Guardi le stelle attingere i fastigi
dell'abetaia, contro il cielo, e l'orsa
volger le sette gemme alla sua corsa:
senti il ritmo macàbro delle strigi
e il frullo della nottola ed il frullo
della falena... Pel sereno illune
spazi tranquillo, vecchio saggio immune.
La tua pupilla è quella d'un fanciullo.
Qualche cosa tu vedi che non vedo
in quell'immensità, con gli occhi puri:
«Buona è la morte» dici e t'avventuri
serenamente al prossimo congedo.
Ancora sento al tuo cospetto il simbolo
d'una saggezza mistica e solenne;
quello mi tiene ancora che mi tenne
strano mistero, di quand'ero bimbo.
Allora che su questa soglia stessa
mi narravi di guerre e d'altri popoli,
dicevi del Mar Nero e Sebastopoli,
dei Turchi, di Lamarmora, d'Odessa.
E nel mio sogno s'accendean le vampe
sopra le mura. Entrava la milizia
nella città: una città fittizia
quali si vedono nelle vecchie stampe,
le vecchie stampe incorniciate in nero:
...i panorami di Gerusalemme,
il Gran Sultano, carico di gemme...:
artificiose, belle più del vero;
le vecchie stampe, care ai nostri nonni
...il minareto e tre colonne infrante,
il mare, la galea, il mercatante...
città vedute nei miei primi sonni.
Ed ora, o vecchio, e sazi la tua fame
sulla panca di quercia, ove m'indugio;
altro sentiero tenta al suo rifugio
il bimbo illuso dalle stampe in rame.







Le due strade

Tra le bande verdi gialle d'innumeri ginestre
la bella strada alpestre scendeva nella valle.
Andavo con l'Amica, recando nell'ascesa
la triste che già pesa nostra catena antica;
quando nel lento oblio, rapidamente in vista
apparve una ciclista a sommo del pendio.
Ci venne incontro; scese. «Signora! Sono Grazia!»
sorrise nella grazia dell'abito scozzese.
«Graziella, la bambina?» - «Mi riconosce ancora?»
«Ma certo!» E la Signora baciò la Signorina.
La piccola Graziella! Diciott'anni? Di già?
La Mamma come sta? E ti sei fatta bella!
«La piccola Graziella, così cattiva e ingorda!...»
«Signora, si ricorda quelli anni?» - «E così bella
vai senza cavalieri in bicicletta?» - «Vede...»
«Ci segui un tratto a piede?» - «Signora, volentieri...»
«Ah! ti presento, aspetta, l'Avvocato, un amico
caro di mio marito... Dagli la bicicletta.»
Sorrise e non rispose. Condussi nell'ascesa
la bicicletta accesa d'un gran mazzo di rose.
E la Signora scaltra e la bambina ardita
si mossero: la vita una allacciò dell'altra.
Adolescente l'una nelle gonnelle corte,
eppur già donna: forte bella vivace bruna
e balda nel solino dritto, nella cravatta,
la gran chioma disfatta nel tocco da fantino.
Ed io godevo senza parlare, con l'aroma
degli abeti, l'aroma di quell'adolescenza.
- O via della salute, o vergine apparita,
o via tutta fiorita di gioie non mietute,
forse la buona via saresti al mio passaggio,
un dolce beveraggio alla malinconia.
O bimba, nelle palme tu chiudi la mia sorte;
discendere alla Morte come per rive calme,
discendere al Niente pel mio sentiere umano,
ma avere te per mano, o dolce sorridente! -
Così dicevo senza parola. E l'Altra intanto
vedevo: triste accanto a quell'adolescenza!
Da troppo tempo bella, non più bella tra poco,
colei che vide al gioco la piccola Graziella.
Belli i belli occhi strani della bellezza ancora
d'un fiore che disfiora e non avrà domani.
Al freddo che s'annunzia piegan le rose intatte,
ma la donna combatte nell'ultima rinunzia.
O pallide leggiadre mani per voi trascorse-
ro gli anni! Gli anni, forse, gli anni di mia Madre!
Sotto l'aperto cielo, presso l'adolescente
come terribilmente m'apparve lo sfacelo!
Nulla fu più sinistro che la bocca vermiglia
troppo, le tinte ciglia e l'opera del bistro
intorno all'occhio stanco, la piega di quei labri,
l'inganno dei cinabri sul volto troppo bianco,
gli accesi dal veleno biondissimi capelli:
in altro tempo belli d'un bel biondo sereno.
Da troppo tempo bella, non più bella tra poco,
colei che vide al gioco la piccola Graziella.
- O mio cuore che valse la luce mattutina
raggiante sulla china tutte le strade false?
Cuore che non fioristi, è vano che t'affretti
verso miraggi schietti, in orti meno tristi.
Tu senti che non giova all'uomo soffermarsi,
gittare i sogni sparsi per una vita nuova.
Discenderai al niente pel tuo sentiere umano
e non avrai per mano la dolce sorridente,
ma l'altro beveraggio avrai fino alla morte:
il tempo è già più forte di tutto il tuo coraggio. -
Queste pensavo cose, guidando nell'ascesa
la bicicletta accesa d'un gran mazzo di rose.
Erano folti intorno gli abeti nell'assalto
dei greppi fino all'alto nevaio disadorno.
I greggi, sparsi a picco, in gran tinniti e mugli
brucavano ai cespugli di menta il latte ricco;
e prossimi e lontani univan sonnolenti
al ritmo dei torrenti un ritmo di campani.
- Lungi i pensieri foschi! Se non verrà l'amore -
che importa? Giunge al cuore il buono odor dei boschi:
di quali aromi opimo odore non si sa:
di resina? di timo? e di serenità?... -
Sostammo accanto a un prato e la Signora china
baciò la Signorina, ridendo nel commiato:
«Bada che aspetterò, che aspetteremo te;
si prende un po' di the, si maledice un po'...»
«Verrò, Signora, grazie!» Dalle mie mani in fretta
prese la bicicletta. E non mi disse grazie.
Non mi parlò. D'un balzo salì, prese l'avvio;
la macchina il fruscìo ebbe d'un piede scalzo,
d'un batter d'ali ignote, come seguita a lato
da un non so che d'alato volgente con le ruote.
Restammo alle sue spalle. La strada, come un nastro
sottile d'alabastro, scendeva nella valle.
Volò, come sospesa la bicicletta snella:
«O piccola Graziella, attenta alla discesa!».
«Signora! arrivederla!» Gridò di lungi, ai venti:
di lungi ebbero i denti un balenio di perla.
Graziella è lungi. Vola vola la bicicletta:
«Amica! E non m'ha detta una parola sola!».
«Te ne duole?» - «Chi sa!» - «Fu taciturna, amore,
per te, come il Dolore...» - «O la Felicità!»
E seguitai l'amica, recando nell'ascesa
la triste che già pesa nostra catena antica.







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