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miércoles, 21 de marzo de 2012

6419.- EMILIA BERTOLÉ


Emilia Bertolé
La pintora argentina Emilia Isabel Bertolé nació en El Trébol (Santa Fe), en 1896, y falleció en Rosario, 1949, a los 53 años de edad.
Hacia 1905, su familia se instala en Rosario (Argentina).
Pintora extremadamente sensible y poética. Comenzó con el maestro Mateo Casella. A los 12 años obtuvo Medalla de Oro en un Concurso Municipal, presidido por la artista Lola Mora.
También fue escritora: 
Espejo en sombra, fue el título de su libro de poesía.

Residió en Buenos Aires, trabajando en retratar a familias, en pastel y en óleo. Colaboradora en la revista "El Hogar", pintaba retratos por encargo, todas tareas que –se quejaba-, la apartaban de la manera como quería realmente encarar el arte, en pos de lograr mantenerse. Federico García Lorca dijo de Bertolé: "...Es más que una mujer. Es el Arte".
En 2006, el Concejo Municipal de Rosario, la homenajeó nombrándola "Artista Destacada Post Mortem", y la Editorial Municipal de Rosario lanzó un libro sobre élla, que incluye "Espejo en sombra" (1927), único libro de la artista publicado en vida, una selección del resto de su poesía, y una galería de retratos que integran el patrimonio de museos de El Trébol, Rosario, Santa Fe, Paraná y Buenos Aires, y de colecciones privadas.


EL VIAJE


Este es el barco que espero desde niña.
Y el mar, cuyo sabor aún no conoce mi boca madura.
Me ciñen apretados adioses
y en el aire, detenida, se ha quedado mi mano desnuda.
El cielo va tomando el color de los cielos
que he mirado entre sueños,
cuando apagan el paisaje los velos grises de la lluvia.
Un hombre se inclina para tomarme entre sus brazos,
blando puente piadoso en el que apoyo, sumisa,
mi sien húmeda.
Barquero que ya tiene la misteriosa orden,
para que la travesía se cumpla.
Voces me nombran para retenerme;
mi corazón dormido ya no escucha.
Este es el barco, amigos, que espera desde niña
la mujer fatigada que no ha viajado nunca.






Mis manos


Mis manos, ciertas veces,
dan la rara impresión de cosa muerta.


Palidez más extraña no vi nunca;
marfil antiguo, polvorienta cera,
y en el dorso delgado y transparente
el turquesa apagado de las venas.


Carne que bien podría
si la rozara una caricia ardiente,
deshacerse en ceniza
como esas flores frágilesy tenues
que en el fondo oloroso de los cofres
en fino polvo ámbar se convierten.


¿En qué siglo remoto florecieron
estas dos pobres rosas extinguidas?
¡Un milagro, sin duda, las conserva
aquí, sobre mi falda todavía!










Estación


En el bar de la estación espero
la llegada de un tren.
Hombres desconocidos me rodean
ninguna mujer.
Sólo mi boca roja en los oscuros
espejos que prolongan la pared.










A UN DESCONOCIDO


Lenta apoyo en tu mano semibárbara
mi mano palidísima.


Breve, casi inmaterial,
la insólita caricia
debió asombrarte porque tu mirada
buscó a la extraña mujer desconocida.


Aún estremece mi muñeca exangüe
una piedad que no comprenderías.


1939










VERSOS A LA NOCHE IMPOSIBLE


Más allá
de este cielo de chimeneas
está la noche,
pienso inmóvil i tensa.
No la noche sofisticada,
de la ciudad ebria;
turbia del aliento de los hombres i de sus huellas;
sino la alta, pura,
profunda noche verdadera.


La siento aquí, en mi pecho sofocado,
como una presencia.


En el latido de mi sien,
en la ruta violeta de mis venas,
su soplo antiguo crece,
desesperada sed en mi boca que tiembla.


Con qué dolor oigo cómo me nombra el viento
más allá de las paredes que me cercan!


Con qué amargo delirio le echo llave a la puerta!


1941










ELEGÍA DE UN SUEÑO


Construyo
con livianos colores imprecisos
un fino rostro de hombre, delicado i viril.
Podría ser un marino
si mi mano trazara a sus espaldas
la gris arboladura de un navío.
Pero me duele aislarlo en la verde lejanía del mar
i en su olvido.


Mejor un bosque, pienso, un bosque de altos árboles negros
en un crepúsculo sombrío
para que se destaque como laminado
su voluntarioso perfil esquivo.


Lo nombraría así, el Cazador nómade,
o el Soñador a quien ha detenido
inmóvil un instante la afelpada
soledad del camino.


Pero le temo a la sigilosa sombra del bosque
i a su desvarío.


Y una ciudad que levante sus muros
deslumbrantes i lisos?


No quiero encarcelar su altiva sien desnuda
en un geométrico laberinto.
Ni en la luz sosegada de una alcoba
desdibujarle todos los caminos.
Vencida, ya no dibuja mi mano;
sólo palpan mis dedos, perdidos,
el fino rostro de hombre que ha quedado por siempre
desnudo de paisaje i de destino.


En tanto ya la lenta marea violeta de la tarde
cubre mi pecho estremecido.


Verano del 41








Cansancio


La ciudad, amigos, me clavó sus garras
Y así soy ahora / de turbia y extraña.
Tornáronse crueles / mis pupilas claras
Y amarga se hizo/ mi boca rosada / que solo sabía
Compasiva y buena / de dulces palabras.
Ocultan mis manos / bajo el guante tibio
de piel perfumada / las uñas agudas
cual finos puñales / como una amenaza.
Y tras la sonrisa / -sonrisa brillante, perfecta, mundana
bosteza el profundo / cansancio de mi alma.









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