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martes, 24 de abril de 2012

6731.- MERCEDES SÁENZ


MERCEDES SÁENZ
Mercedes Sáenz. Nací en Buenos Aires el 8 de Junio de 1952. Intento escribir desde muy chica y aún sigo intentándolo. Contribuí en escritos con algunas editoriales, Sudamericana y VyR y algunas revistas virtuales, especialmente Artesanías Literarias, de Andrés Aldao. Publiqué “Filos de lata” en julio del 2008 (Editorial Vela al Viento de Rubén Gómez) y estoy preparando un segundo libro y unos guiones para televisión. Admiro los autores de habla hispana especialmente los autores latinoamericanos. Conocer dos idiomas no me es suficiente para leer textos en su comprensión total. De todas maneras leo todo lo que me es posible. Influyen en mí particularmente los temas sociales sin militar en partidos políticos. Estudio filosofía y también algunos cursos especiales relacionados con la historia y las costumbres de nuestra tierra, especialmente las comunidades indígenas.
Obra publicada:
FILOS DE LATA - Cuentos (Vela al Viento Ediciones Patagónicas, 2008). 148 páginas en papel ilustración con fotografías de Isabel Capdevila y contratapa a cargo del escritor Dalmiro Sáenz. Este primer libro de Mercedes nos lleva y trae a lo largo de su vida, desde sus fantásticos recuerdos de vida en un puesto entre Comodoro Rivadavia y Caleta Olivia, hasta la fecha. Con un lenguaje cuidado, maravillosas imágenes e historias originales en todo sentido, Mercedes brilla allí, en el género donde asegura sentirse más cómoda, reivindicando para sí el cuento como la mejor forma para su palabra.





POEMA DE MIRARTE

El vino busca en la boca inclinada
un beso de vidrio
color ébano.
No recuerda el verso
confunde las lunas
los pies no alcanzan la rueca.
La ira no es ya
tormenta brutal
queriendo verse como el hombre
que –yo– sigo viendo.
Un estilete cortés marcó los
hilos en el tapiz de su cara
dibujó su tierra en dónde palidecen
sus dioses oscuros en una blancura
desmedida.
Será su último día.
No existirá mañana.
Y yo lo miro…
Tiemblo, también en mi copa
–creo que quiso mirar allí sus propios latidos–

me pidió que no lo toque
hasta que la muerte lo toque primero.






TEMBLAR

En un asiento de cemento de ésos mudos
sin respuesta me senté liviana,
creo que por eso me sentí transparente.
Era el azúcar en el fondo de una taza de un café incierto, sin cucharas.
Era una vez una niña mirando la oscuridad de un hueco.
Era la minúscula parte del tallo que no se mira.
Era la forma indescifrable, la escurridiza consistencia de lo que no puede retenerse ni con los sentidos.
Siempre veo pasar el gato de un poeta que amo cuando estoy por decir algo.
¿Alguien contó mis días? ¿Alguien supo de mí? ¿Alguien cantó mis letras?
Nunca tuve una consagración de mí, ni con los miles de sacramentos, por más que haya peregrinado cada noche de lágrimas que duraban un grito.
Siempre veo pasar el gato de un poeta que amo cuando estoy por decir algo.
Anoche, antes de temblar tres veces, renegué de mí, bajo tu cuerpo y desde tu abrazo.
El gato silencioso de Charly B. pasó cerca como el segundo de una caricia.
Y por primera vez pude saberme aunque no sea definitivamente.







AYER

Nadie en este oscuro cemento
que lamenta sus grietas en tierra y basura.
Nadie que devuelva mi nombre desde la alcantarilla
y la voracidad de la última lluvia.
Pregunté por mi cuerpo quién tenía
la oscura mudez de llorar mi nombre.
No hay sobrevivientes en la voz mendiga
que dice
nada.
Ayer lo oí.
cuando la tarde intentaba resumirse
dejando una sola línea de horizonte
ancha y circular
yo era isla de borde en los azules
pisó mis pies
sin decir nada su espuma,
con un dejo de inmensidad,
tiernamente,
con la mirada plana de unos dioses.
Sacó espinas de mi boca
los párpados volaron pájaros
y yo sabía que me iría primero, obediente
detrás del vidrio blando,
dónde no puedo verme.






AMORES DESTEMPLADOS

Eran los tiempos
en que yo no era otra cosa
que respirar amores.
Una toga me llegaba al cuello
y yo no era, sólo no era,
y un día la oí caer
como un pequeño acordeón muerto
sin ruido,
sonido de una pequeña sombra
de hierro transparente, derretido,
unida en frío que cerró mis pies.

(Nadie invisible detrás de mi,
los objetos no salen a mirarme).

No hay último gesto, ni beso en el aire
(soplido de niño), ni ofrenda.

Rotan oscuros, segmentados
en la memoria de la noche,
huyendo con el apuro
del animal que lejos
mutará su piel

¿Han olvidado mi nombre?
Tal vez nunca les dije quién soy.
O no supe saberlos
y se desnudan de mí.

Hace frío.





CUANDO TODO EXISTE

Húmeda y negra la tierra espera por el pie cansado, se hunde apenas y nada es prisa. El barro es suave entre los dedos sin huellas. La mirada arrastra tan lejos cómo empuja el viento y el agua es viva. El cielo remanso de la tierra brote.
Perfilan sombras indias los cerros y todo crece en silencio, la savia y la sangre.

Sucede un día
como un absurdo bramido
que hace la tierra
y nada se oye.
Sucede un día
que pueden perderse
los ojos de antes,
el valor inútil
de necesitar.
Suceden las últimas palabras
imperceptibles como llovizna
en un vidrio lejos de historia.
Sucede un día
que pone en la boca
dibujos muertos
y la voz murmura
una ceguera interminable.

Allá en el sur, cuando todo existe y no se conoce la última palabra.






HUÉSPED QUE NO AVISA

Amanecerás de nuevo,
sin ninguna palabra.
Transparente
como una lámina de aire que puede doblarse.
Como un absurdo inútil sin forma.
Impiadosa hacia mí
me miras
con un versículo en un ojo
que mi fe desconoce.
Y te miro, tristeza,
como un mojado cartón,
una montaña invisible
que no modifica
ninguna escena.
Es un ruego tal vez
que des vuelta la silla,
ya soy testigo de mí
inventando nombre a la fisuras.
Él me ha perdido
pero en cada quebradura
él sigue ahí,
donde los huesos queman
porque ha mordido el dolor
todo lo blando
sin detenerse, sin distinguir.
Si no te vas, no me mires al menos,
la silla ésa es mía.


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