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martes, 18 de septiembre de 2012

8020.- VÍCTOR CORAL




Víctor Coral (Lima, Perú, 1968)
Nace en Barranco. Ha estudiado Literatura y Ciencias Administrativas en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Tiene los libros de poemas publicados: Luz de limbo (2001, 2005), Cielo estrellado (2004), Parabellum (2008) y Poseía (2005-2010, Lima: Paracaídas, 2010).  
Ha publicado ensayos y reseñas en Hueso húmero, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana y Ajos y zafiros, revista que fundó en 1998. Ha publicado la novela, Rito de paso, en la editorial multinacional colombiana Norma y Migraciones. (Editorial Altazor, Lima, 2009).




Adrián, un nombre como un insulto o una pedrada,
tal vez hubiera escrito algo mejor de haberte conocido,
pero eso es imposible ahora; entonces, esto eres tú:
un paseo descalzo por la playa,
ciertas frases que ya es tarde para incluir aquí
y un sweater azul marino que empieza a quedarme
como me quedan, por tu ausencia, la inquietud y la duda;
un deseo oscuro que rueda por todo mi cuerpo

("Adrián")





Lo siento mucho, sabes, no tengo esperanzas.
Pero algo me jala desde el fondo,
es el reflejo del mar,
el recuerdo de un tiempo perdido;
algo así como partirse un diente
y sentir su enormidad en la boca;
un lejano dolor al centro del cuerpo

("Cuando a nadie se espera")





De Luz de Limbo (2001)


Miles Davis

Un pájaro nocturno alarga su sombra sobre los tejados,
la luna madura tal vez en la penumbra y cierta
pulsión en los barrios negros y en la tierra.
tus solos, voluptuosos y oscuros como hembras
cogidas por un celo antiguo y salvaje,
no cesan de adentrarse en mi cuerpo:
un fluido lento y cadencioso operando la carne,
llevándola hacia una curva de luz o algo así.  

Ahora puedo verte en una foto. 

El metal brilla y brilla como un latigazo 
y es enorme frente a ti que te doblas hacia atrás 
buscando el absoluto a costa de tu cuerpo.
El sudor baña tu rostro negrísimo y yo
recuerdo unos versos que dicen: 

Tú música es una herida profusa
que mana oscura sangre…

Mira,
No sé quién soy para decirte que has muerto,
que no es esta una edad para tu canto;
pero acepta este poema como yo acepto tu muerte;
este exceso de los ojos y del corazón.





Puerto Azul

Ahora que tu rostro es
como esta mancha de vino que absorbe
la arena yo quiero cerrar los ojos los labios 
y sentir el susurro del mar acariciando mi cuerpo
mientras tu recuerdo se pierde con el viento
en el laberinto puro de estas playas.





De Parabellum (2008)

setiembre, silencio de las seis

Como rascar la tierra negra en la noche 
y descubrir una efigie plateada, con un ojo
parpadeante brillando en argénteo baño lunar 
y quedar suspendido en sueño gomoso y fértil,
esperando el desplome de las casas vacías,
la fiel decadencia de palacios blancos y azules,
el girar voluptuoso del humo cuando llueve 
y mis palabras vagan cual sombras separadas, 
vuelos oscuros y raquíticos hacia un cielo abandonado





guerra interna

Y la tierra reposó de guerra
para que podamos escuchar el silbo de los viento
ssobre lo estéril, sentir la sorda influencia de la luna
acariciar con dedos de plata las aguas
semimuertas,
madre que acaricia a su hija peorherida
en la soledad de un camino esquilmado... 
Volutas de humo negro, fierros esperpénticos,
ayes sin esperanza ni vida. A lo lejos,
nubes brunas acurrucadas con susto sobre el
horizonte;
para qué esta cruel tregua:
los vivos tienen el fragor en sus mentes,
el pavor en sus sobresaltados corazones;
los muertos, la plegaria en sus ojos desmesurados,
el error computado de toda nuestra vanidad.





De Poseía (2005-2010)

una carta, no importa si apócrifa. en ella se expresa una
queja: la pluma que, con dificultad y tropiezo,
malescribe los versos, roma el flujo de la idea, la
sobresee, la enturbia. la caligrafía (y la poesía misma)
se fragiliza con este accionar frustrante, solo queda la
revuelta contra la rebeldía de los signos que no
quieren plasmarse. y, sin embargo, aún eso oferta o genera: 
se impone una fría determinación en el acto: 

la página se llena con una
mancha empecinada, oscura (pero lo oscuro anuncia la
luz), el poema se ha convertido en el horror de una
mácula turgente: el rostro del poeta obstinado en dejar
un rastro legible cuando ya dejó su única verdad allí;
pero no se detiene: busca un sentido en la turgencia 
y desvanece esa verdad, fugaz, como todas.







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