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sábado, 23 de junio de 2012

7206.- ALCIRA CARDONA TORRICO


Alcira Cardona Torrico
Alcira Cardona Torrico (23 de enero de 1926, Oruro - 29 de mayo de 2003, fue una escritora y poetisa boliviana.1
Alcira Cardona perteneció a la segunda generación del grupo "Gesta bárbara", fundado en La Paz el 7 de diciembre de 1944, entre cuyos miembros se pueden citar a Oscar Alfaro, Julio de la Vega o Armando Alba Zambrana, entre otros.
La obra poética de Cardona se caracteriza por su contenido social, resaltando los temas de la mina y el drama social, los Andes y el mar ausente. Entre sus poemas más destacados y conocidos se puede mencionar “Carcajada de Estaño” y el poema autobiográfico “Apóstrofe”. Su obra “Loa a la ciudad de Oruro” ganó el concurso de poesía de los juegos florales convocados por la Sociedad '10 de febrero' de Oruro en 1944.

Obras

Carcajada de estaño y otros poemas (1949)
Rayo y simiente (1961)
Temática del mar (1967)
Tormenta en el Ande (1967)
Letanía de las moscas, obra teatral (1985)



Carcajada de estaño

Nadie más que yo ha de reírse babeándote mi olor sobre la cara,
mascándote los huesos, los labios y los ojos.
Enovillé tu fuerza en la media pulgada
de tu descuido indio;
¡Pedro Marca!…
arrúgate ahora corazón de coca
y hiérete los pies hasta la cara.
Cinco pelos de barba tenías al llegar, te trajo el no saber de nada
y empezaste a golpear con ojos ciegos el fuego de mi entraña.
Yo te di la ubre negra de mi estaño para sacarte arriba la canalla
desnudándote el hambre, y hoy está canosa ya tu alma…
¡Te he tullido la risa, Pedro Marca!
Ahora, bebe el sabor de copajira y sacude tu sangre congelada,
que te guíe el carburo pestilente hasta encontrar tu nada.
Molienda, gira y regírale el complejo, escupe Ingenio, ácido,
hipnótico humo, agua, que tiemble la concentradora de sus huesos
hasta que de su llanto surja mi mañana.
Ardan sus sesos en el horno rojo I agiganten mi duelo… ¡Pedro Marca!
Arrastra hasta mis muelas a tus hijos, frescos como llegaste tú,
sin saber nada, que aún siento hambre de tuberculosis de reír tanto,
como río ahora…
¡Pedro Marca!
De montaña me has hecho otra montaña
e igual dentro la mina, que en la ciudad que habites,
¡he de aplastarte con esta carcajada!

de Carcajada de estaño





Mi presencia es una vieja cantiga de multitudes,
prieta de nombres, aburrida de formas,
con gusto a fino ajado y melodramas,
suele salir corriendo por las calles
y quedarse a dormir junto a las sombras.

Lúcida cuando el ruido tonante de las partes
se encoge de hombros y se va caminando
por las plazas.

Tono de bruces, nunca tuvo canto
ni escolta rota acorde puro.

El himno fue tizón en la batalla,
si no arde el hombre, la existencia calla.

Tal es el sinsabor de rostros sepultados
en el aliento párvulo
que andando sin andar va por la tierra
con un cabo de vela en una mano
y el ojo transitivo en la derecha.





Cuando abrí mi corazón

Cuando abrí mi corazón, había dentro
un dios llagado;
le vi caer por la mejilla izquierda
hasta romper la luz
y estremecer la tierra

Cuando abrí mi corazón,
estaba un olivar quemándose entre dos rayos.
Percutía el puño de los huecos
y blandía sus brazos el estrago.
Cuando abrí mi corazón,
las fraguas ya no ardían,
pero el duro golpearse de los hierros
arrastraba
estruendos carcelarios y suspiros

Cuando abrí mi corazón,
el poema, vio descarnado el rostro de la guerra,
de sus labios cayeron los adioses,
hubo temblor de noches
y silencioso huir de las estrellas.
Cuando abrí mi corazón, quedaban el duelo,
la carcoma, el polvo
y las últimas palabras sin encuentro;
con ojos en la sombra sumergidos
los insomnes recuerdos
girando en el vacío.
¡Cuando abrí mi corazón,
las lágrimas del mundo habían crecido...!






Hermano Juan Martín

Hermano Juan Martín, eres plebeyo
por la sangre de tiesto y de carbones,
sin traje dominguero,
escobajos los puños, los ojos desteñidos,
la garganta de fuego,
con mancha de rencor en la conciencia,
y el miedo en el cabello.
Alguien vio de tus cuencas pordioseras escapar erizados gatos negros, y comerse el riñon de un Cristo largo, cárdeno de injusticia y cementerio.
Traqueteó una vieja guardia de
y tú, Juan Martín, malabarista de la pestaña en hilos y el mal sueño, boca abajo dejando la arrogancia, llamaste al pan por Juez, casi gimiendo, mientras cayó sobre tu niño labio, un negro escupitazo por plebeyo.

de Rayo y simiente


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