BUSCAR POETAS (A LA IZQUIERDA):
[1] POR ORDEN ALFABÉTICO NOMBRE
[2] ARCHIVOS 1ª, 2ª, 3ª, 4ª, 5ª 6ª 7ª 8ª 9ª 10ª 11ª 12ª 13ª 14ª 15ª 16ª 17ª 18ª 19ª 20ª y 21ª BLOQUES
[3] POR PAÍSES (POETAS DE 178 PAÍSES)

SUGERENCIA: Buscar poetas antologados fácilmente:
Escribir en Google: "Nombre del poeta" + Fernando Sabido
Si está antologado, aparecerá en las primeras referencias de Google
________________________________

sábado, 25 de agosto de 2012

7699.- PRIMO LEVI





Primo Levi
Primo Levi (Turín, ITALIA 31 de julio de 1919 - Turín, 11 de abril de 1987) fue un escritor italiano de origen judío sefardí, autor de memorias, relatos, poemas y novelas. Fue un resistente antifascista, superviviente del Holocausto. Es conocido sobre todo por las obras que dedicó a dar testimonio sobre dicho Holocausto, particularmente el relato de los diez meses que estuvo prisionero en el campo de concentración de Monowice (Monowitz), subalterno del de Auschwitz.
Su obra Si esto es un hombre es considerada como una de las más importantes del siglo XX.

Levi nació en 1919 en el seno de una familia liberal judía. Se licenció en Química en la Universidad de Turín en 1941.
En 1943 él y unos camaradas salieron al campo e intentaron unirse a la resistencia antifascista italiana. Completamente inexperto para tal aventura, fue arrestado el 13 de diciembre de 1943 por la milicia fascista, que lo entregó al ejército de ocupación alemán al identificarse como judío –de haberse identificado como partisano lo hubieran fusilado inmediatamente–. El 21 de febrero de 1944 fue deportado y al mes siguiente llegó a Monowice (Monowitz), uno de los campos de concentración que formaban el complejo de Auschwitz, situado en la Polonia ocupada por los nazis, donde pasó diez meses antes de que el campo fuera liberado por el Ejército Rojo. De los 650 judíos italianos de su "remesa", Levi fue uno de los veinte afortunados que sobrevivió al exterminio.
Al volver a Italia, Levi ejerció como químico industrial en la factoría química SIVA en Turín. Pronto empezó a escribir sobre sus experiencias en el campo y su vuelta subsiguiente a casa a través de Europa del Este, en las que se convirtieron en sus dos memorias clásicas: Si esto es un hombre (Se Questo è un Uomo) y La tregua.
También escribió otras dos memorias muy apreciadas, Momentos de indulto y La tabla periódica. Momentos de indulto lidia con personajes que observó durante su prisión. La tabla periódica es una colección de piezas cortas, mayormente episodios de su vida pero también dos relatos cortos, todos relacionados de algún modo con alguno de los elementos químicos. La ambiciosa novela Si ahora no, ¿cuándo?, que cuenta la historia de una banda de partisanos judíos durante la Segunda Guerra Mundial errantes por Rusia y Polonia, ganó los destacados premios Viareggio y Campiello cuando fue publicada en Italia, e hicieron a Levi internacionalmente conocido.
Sus relatos cortos más conocidos se encuentran en La torcedura del mono (1978), una colección de relatos cortos sobre trabajo y trabajadores contados por un narrador que recuerda al propio Levi.
Levi se retiró de su posición como gestor de SIVA en 1977 para dedicarse a escribir a tiempo completo. El más importante de sus últimos trabajos fue su libro final, Los hundidos y los salvados, un análisis del Holocausto en el que Levi explicó que aunque no odiaba al pueblo alemán por lo que había pasado, no lo había perdonado.
Levi murió, aparentemente por suicidio, el 11 de abril de 1987, aunque algunos amigos y biógrafos han cuestionado el veredicto. La cuestión sigue fascinando a los críticos literarios debido a la mezcla característica de oscuridad y optimismo en la escritura de Levi, quien no dejó nota de suicidio.

Bibliografía

Se questo è un uomo (1956, pero escrito en 1946). Trad. esp.: Si esto es un hombre. Barcelona: El Aleph, 1987. (Trad. de Pilar Gómez Bedate, reimpresa en Círculo de Lectores y Quinteto.)
La tregua (1963). Trad. esp.: La tregua. Barcelona: El Aleph, 1988. (Trad. de Pilar Gómez Bedate, reimpresa en Círculo de Lectores y Quinteto.)
Storie naturali (1966, con el pseudónimo de Damiano Malabaila). Trad. esp.: Historias naturales. Madrid: Alianza, 1988. (Trad. de Carmen Martín Gaite, reimpresa en El Aleph.)
Vizio di forma (1971). Trad. esp.: Defecto de forma. Madrid: Alianza, 1989. (Trad. de Ángel Sánchez-Gijón, reimpresa en El Aleph.)
Lilìt e altri racconti (1971). Trad. esp.: Lilit y otros cuentos. Barcelona: Edicions 62, 1989. (Trad. de Bernardo Moreno Carrillo, reimpresa en El Aleph.)
Il sistema periodico (1975). Trad. esp.: El sistema periódico. Madrid: Alianza, 1999. (Trad. de Carmen Martín Gaite, reimpresa en El Aleph.)
La chiave a stella (1978). Trad. esp.: La llave estrella. Barcelona: El Aleph, 1990. (Trad. de Bernardo Moreno Carrillo.)
La ricerca delle radici (1981). Trad. esp.: La búsqueda de las raíces: antología personal. Barcelona: El Aleph, 2004. (Trad. de Miguel Izquierdo Ramón, Arantxa Martínez Antonio y Elena Melchiorri.)
Se non ora, quando? (1982). Trad. esp.: Si ahora no, ¿cuándo?. Madrid: Alianza, 1989. (Trad. de Andrés Sánchez Gijón, reimpresa en Círculo de Lectores.)
Ad ora incerta (1984). Trad. esp.: A hora incierta (Antología). Santander: Límite, 2003. (Trad. parcial de José Luis Reina Palazón, Jesús Pardo y María Antonia de la Iglesia Rodríguez.)
A una hora incierta. Barcelona: La Poesía, señor hidalgo, 2005. (Trad. de Jeannette Lozano Clariond.)
L'altrui mestiere (1985).
I sommersi e i salvati (1986). Trad. esp.: Los hundidos y los salvados. Barcelona: El Aleph, 1988. (Trad. de Pilar Gómez Bedate, reimpresa en Círculo de Lectores.)



11 de febrero de 1946

Te buscaba en las estrellas
cuando las interrogaba en mi niñez.
Pregunté a las montañas por ti
pero me dieron soledad y breve paz
tan solo alguna vez.

Como no estabas allí, en los largos crepúsculos
consideré la blasfemia temeraria
de que el mundo era el error de Dios
y, yo mismo, un error en el mundo.

Y cuando estuve cara a cara con la muerte,
todo mi ser gritó que no,
que no había acabado todavía,
que aún quedaba mucho por hacer.

Porque tú estabas ahí ante mí
conmigo a tu lado, justo como hoy,
un hombre y una mujer bajo el sol.

Volví porque tú estabas.






Plinio

No me retengáis, amigos, dejadme partir,
no me alejaré mucho, solo quiero llegar a la otra orilla.
Quiero observar de cerca esa nube negra
que se eleva en forma de pino por encima del Vesubio,
y saber cuál es la causa de ese extraño fulgor.

Sobrino, ¿no querrás venir conmigo? Está bien; quédate y 
estudia.
Copia otra vez los apuntes que te di ayer.
No tienes que temer a la ceniza; ceniza sobre ceniza.
Nosotros mismos somos ceniza, ¿recuerdas a Epicuro?
Pronto, preparad el bote, ya es de noche:
de noche a mediodía, un portento nunca visto.

No te preocupes, hermana, sabes que soy prudente y que sé 
lo que me hago; 
los años que me encorvaron no pasaron en balde.
Claro que volveré pronto. Dadme solo tiempo para cruzar el golfo, observar el fenómeno y volver,
y mañana relatarlo en otro capítulo de mis libros, que espero vivan aún
cuando los viejos átomos de mi cuerpo lleven ya siglos girando, disueltos en los torbellinos del universo,
o vivan de nuevo en un águila, una muchacha o una flor.

¡Ea, marineros, obedeced! ¡Echad el bote al mar!


23 de mayo de 1978
Plinio el Viejo murió el año 79 de nuestra era, durante la erupción del Vesubio que destruyó Pompeya, por haberse acercado demasiado al volcán.




El superviviente

A B. V.
Since then, at an uncertain hour...

Desde entonces, sin que nunca sepa cuándo
la agonía vuelve,
y si no encuentra quien la escuche
su corazón le arde en el pecho.

Ve las caras de sus compañeros
lívidas en la luz del alba,
grises por el polvo de cemento,
indistintas en la niebla,
teñidas de muerte en el sueño intranquilo.
Por la noche, bajo el pesado fardo
de las pesadillas, su mandíbula se mueve,
masticando un nabo inexistente.

«Marcháos, dejadme solo, entes sumergidos,
largáos. Yo no le quité nada a nadie,
no robé el pan de ninguno.
Nadie murió en mi lugar, nadie.
Volved a vuestra niebla.
No es culpa mía que viva y respire,
y que coma, beba, duerma y me vista.»

4 de febrero de 1984






El elefante

Cavad: encontraréis mi osamenta
absurda en este lugar lleno de nieve.
Me cansé de la marcha y la pesada carga;
echaba de menos el calor y la hierba.
Encontraréis monedas y armas púnicas
enterradas por avalanchas: ¡absurdo, absurdo!
El absurdo de mi historia y el absurdo de la Historia.
¿Qué me importaban a mí Cartago y Roma?
Ahora mi fino marfil, nuestro gozo y orgullo,
noble, curvo como una luna en cuarto creciente,
yace astillado entre los guijarros del río.
No fue hecho para perforar corazas
sino para sacar raíces y agradar a las hembras.
Nosotros solo luchamos por ellas,
sabiamente, sin derramar sangre.
¿Queréis oíd mi historia? Es breve.
El astuto hindú me capturó y me domesticó,
el egipcio me puso grilletes y me vendió,
el fenicio me cubrió con una armadura
y puso una torre sobre mi grupa.
Era absurdo que yo, una torre de carne,
invulnerable, suave y terrible,
forzado aquí entre estas montañas enemigas,
resbalara en vuestro hielo que jamás había visto.
Cuando uno de nosotros se despeña, no hay quien lo salve.
Un valiente cegado trató mucho tiempo
de encontrar mi corazón con la punta de su lanza.
Lívido en el ocaso, he lanzado a estos picos
mis inútiles berridos agónicos: «¡Absurdo, absurdo!»

23 de agosto de 1984
El valiente cegado era Aníbal, que según la tradición
padeció una enfermedad ocular durante su travesía de los Alpes.







Dadnos

Dadnos algo que destruir:
una corona de flores, una esquina tranquila,
un correligionario, un magistrado,
una cabina telefónica,
un periodista, un renegado,
un hincha del equipo contrario.
una farola, una tapa de alcantarilla, un banco.

Dadnos algo que ensuciar:
una pared blanqueada, una lápida.
Dadnos algo que violar:
una muchacha tímida,
un macizo de flores, nosotros mismos.
No nos despreciéis, somos heraldos y profetas.
Dadnos algo que queme, ofenda, corte, destroce, apeste
y nos haga sentir que existimos.
Dadnos un bate o una pistola,
dadnos una jeringa o una Suzuki.






Compadecednos.

30 de abril de 1984
La niña de Pompeya

Como la angustia ajena es también la nuestra,
otra vez vivimos la tuya, niña delgada,
aferrada en un espasmo a tu madre,
como si cuando el cielo del mediodía se tornó negro
hubieras querido volver a su seno.
Era inútil, porque el aire, envenenado,
se filtró hasta hallarte tras las ventanas cerradas
de tu casa tranquila, de gruesos muros,
alguna vez feliz con tu canto y tus tímidas risas.
Han pasado siglos, las cenizas se han petrificado
aprisionando esos delicados miembros para siempre.
Así has permanecido con nosotros, como un molde de yeso
retorcido, una agonía sin término, testigo terrible de lo mucho
que nuestra orgullosa estirpe importa a los dioses.
Nada queda de tu hermana lejana,
la muchacha holandesa aprisionada entre cuatro paredes
que escribió sobre su juventud sin futuro.
Sus cenizas calladas fueron esparcidas por el viento,
su corta vida encerrada de un portazo en un cuaderno arrugado.
Nada queda de la niña de la escuela de Hiroshima,
sombra impresa sobre un muro por la luz de mil soles,
víctima sacrificada en el altar del miedo.
Poderosos de la tierra, dueños de venenos nuevos,
tristes guardianes secretos del trueno final,
los tormentos que el cielo nos envía son suficientes.
Antes de que vuestro dedo apriete el botón, deteneos, y pensad.

20 de noviembre de 1978






Si esto es un hombre

  Los que vivís seguros 
En vuestras casas caldeadas 
Los que os encontráis, al volver por la tarde, 
La comida caliente y los rostros amigos:

Considerad si esto es un hombre 
Quien trabaja en el fango 
Quien no conoce la paz 
Quien lucha por la mitad de un panecillo 
Quien muere por un sí o por un no. 
Considerad si es una mujer 
Quien no tiene cabellos ni nombre 
Ni fuerzas para recordarlo 
Vacía la mirada y frío el regazo 
Como una rana invernal.

Pensad que esto ha sucedido: 
Os encomiendo estas palabras. 
Grabadlas en vuestros corazones 
Al estar en casa, al ir por la calle, 
Al acostaros, al levantaros; 
Repetídselas al vuestros hijos.

O que vuestra casa se derrumbe, 
La enfermedad os imposibilite, 
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro






Ostjuden

Padres nuestros de esta tierra, 
merecedores de múltiple ingenio, 
sagaces sabios de la prole numerosa 
que Dios sembró en el mundo 
como Ulises la sal en los surcos: 
os he vuelto a encontrar por todas partes,
tantos como la arena del mar, 
vosotros, pueblo de cerviz altiva,
pobre y tenaz simiente humana.

  (4.02.1946)



D R M Rilke

Señor, ya es tiempo: ya fermenta el vino. 
Ha llegado el tiempo de tener una casa, 
o quedarse mucho tiempo sin casa. 
Ha llegado el tiempo de no estar más solos, 
o nos quedaremos mucho tiempo solos, 
consumiremos las horas con los libros 
o para escribir cartas lejanas, 
largas cartas de soledad, 
y recorreremos una y otra vez las alamedas, 
inquietos, mientras caen las hojas.

                                                           (29.01.1946)





Ladrones

Llegan de noche como hilos de niebla, 
con frecuencia incluso en pleno día. 
Inadvertidos, se introducen a través 
de las hendiduras, de los huecos de las cerraduras, 
sin ruidos. No dejan huellas 
ni quebrados cerrojos, ni desórdenes. 
Son los ladrones del tiempo, 
líquidos y viscosos como sanguijuelas: 
se beben tu tiempo y lo escupen 
como si botaran inmundicia. 
Nunca les has visto el rostro. ¿Tienen rostro? 
Labios y lengua sí, 
y dientes muy pequeños y afilados. 
Chupan sin causar dolor dejando sólo una lívida cicatriz.



Nota del traductor José A. Tapia Granados
Los seis poemas de Primo Levi se publicaron originalmente en italiano en el libro Ad ora incerta. La versión de Ad ora incerta que se tomó como original para esta traducción fue la de la primera reimpresión de la segunda edición (Garzanti Editori, Milán, 2004). Mi versión preliminar de estos poemas de Primo Levi no procedió del original italiano, sino de la versión en inglés (excelente a mi juicio) de Ruth Feldman y Brian Swann (Primo Levi, Collected poems, Londres y Boston, Faber & Faber, 1992).






Partigia

¿Dónde estáis, partisanos de todos los valles,
Tarzán, Riccio, Sparviero, Saetta, Ulises?
Muchos duermen en tumbas decorosas,
El resto, blanco ya el cabello,
Narran a los hijos de los hijos
Cómo, en el remoto tiempo de la certeza,
Rompieron el cerco de los alemanes
Arriba donde pareciera flotar el telesférico.
Algunos compran y venden terrenos,
Otros mordisquean la pensión de la Seguridad Social
O se arrugan en las dependencias de la Administración.
Alzaos, ancianos: para nosotros no hay descanso.
Vayámonos de nuevo a la montaña.
Lentos, cansados, vendadas las rodillas,
Con el peso del invierno en la espalda.
El descenso del camino será duro,
Duro nuestro lecho, duro el pan.
Nos miraremos sin reconocernos,
Desconfiados unos de los otros, dolidos, oscuros.
Como en aquel entonces, centinelas,
Vigilando al alba el ataque enemigo.
¿Cuál enemigo? Todos somos enemigos.
Vencido cada cual por su propio límite,
La mano derecha enemiga de la izquierda.
Viejos: alzaos, enemigos de vosotros mismos:
Nuestra guerra nunca ha terminado. 

23 de julio de 1981.

Del libro A una hora incierta. Editorial La Poesía, señor hidalgo.
Traducido del italiano por Jeannette L. Clariond.







No hay comentarios: