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viernes, 11 de mayo de 2012

6911.- GONZALO ESCUDERO




GONZALO ESCUDERO
(Quito, 1903 - Bruselas, 1971) Poeta y diplomático ecuatoriano. Poeta postmodernista genial, de metáfora desconcertante y de imágenes impresionantes, fue un exquisito cultivador de la estética de la palabra, pero de difícil lectura.

Realizados sus primeros estudios en el pensionado de Pedro Pablo Borja y en el colegio Mejía, siguió la carrera de Jurisprudencia en la Universidad Central. Apenas tenía once años cuando fue publicado su primer poema "Viento de Verano" en el periódico El Republicano. A los 15, ganó el Concurso Nacional de Poesía para alumnos de segunda enseñanza, con Los poemas del Arte, y en 1922 ganó la Flor Natural en el concurso promovido para la celebración del centenario de la batalla de Pichincha, con su primer gran poema "Las parábolas Olímpicas", escrito a la edad de catorce años.

Por entonces colaboraba con varias revistas y fue redactor del diario El Día. De 1926 a 1931 fue profesor en el Mejía y en la Universidad Central, y ocupó los cargos de diputado, senador y Secretario de la Cámara. En 1931 comenzó su actividad diplomática que le llevó a Francia como Encargado de Negocios, a Panamá y Argentina. Fue también embajador de Perú (1956), Argentina (1961), Colombia (1963), Brasil (1965) y ante la UNESCO (1960), como representante independiente del embajador ante Francia.

En 1942 acompañó al doctor Tobar Donoso, en calidad de asesor, a la reunión de Río de Janeiro en la cual el canciller ecuatoriano firmó el tratado que recortaba buena parte de su territorio, a pesar de que votos como el del asesor Escudero eran radicalmente opuesto a tal proceder. Representó en diversas instancias a su país, como en la Conferencia Inaugural de las Naciones Unidas en San Francisco en 1945, en la VI y XIX Asamblea de dicha Organización (en 1949 y 1964 respectivamente). En 1964 fue designado Canciller de la República.
BIBLIOGRAFÍA

Poesía: Los poemas del arte (Quito, 1918); Las parábolas olímpicas (Quito, 1922); Hélices de huracán y de sol (Quito, 1933); Altanoche (Quito, 1947); Estatua de aire (Quito, 1951); Materia de ángel (Quito, 1953); Autorretrato (Quito, 1957); Introducción a la muerte (Quito, 1960); Réquiem por la luz y Nocturno de septiembre (Quito, 1983). Obra Poética (Quito, 1997). Teatro: Paralelogramo (Quito, 1935). Ensayo: Variaciones (Quito, 1972). Consta en las antologías: Indice de la poesía ecuatoriana contemporánea (Santiago de Chile, 1937); Tres cumbres del postmodernismo (s.f.); Lírica ecuatoriana contemporánea (Bogotá, 1979); Tres grandes poetas (Quito, 1985); Poesía viva del Ecuador (Quito, 1990); La palabra perdurable (Quito, 1991).


MADUREZ DE LA MUERTE

Toda la noche de espadas negras,
los hombres fabricaron una aurora
envasada en el verde puro de las botellas,
para una sed crecida en las gargantas
y atizada en la flama de las lenguas.
Aurora de agua y aire,
de cielo y tierra,
como esperada no venida,
como venida nunca entera.
Mientras tanto nacieron colmillos en las lianas,
bastos en los sarmientos y puños en las piedras.
En un lagar de angustia,
tantas heridas fueron pulpa y piel de cerezas
y tantos ojos amarillos,
racimos de uvas tiernas.
Desde entonces los hombres andan borrachos
del vino de la muerte ligera,
sin sal ni sol del mundo,
a horcajadas en la arcilla prieta,
sin tacto de los días, los meses y los años
en este calendario de candela,
plantados los laureles de los huesos lirondos
como arcos de una orquesta,
y la boca baldía
sin hambre vegetal de fruta, moza o estrella,
sin memoria de miel en cántaro
y miel en pechos de colinas frescas,
duros de calcio y quemantes de fósforo,
flor, resina y madera.
Violones calcinados
por los bengalas de una fiesta,
si al menos estos brazos izaran
las gaitas de los vientres en las cuerdas
de los dorados intestinos
contra las nubes forasteras,
contra el humo pirata de paisajes,
contra el viento rapaz del oro de la arena,
contra la lluvia verde,
máquina de coser cordilleras.
Estos muertos están conmigo
en geometría de línea recta,
infantería de ángeles
con fusiles de niebla
para matar estatuas vivas
de gozo en lunas llenas.
Estos muertos están conmigo,
caballería lenta
de caballos envenenados
por las distancias agoreras,
las cimitarras de rocío para acribillar sueños,
los cascos de algodón para pisar ausencias.
Estos muertos están conmigo
en creciente de mar, pampa y meseta,
de alga, raíz y liquen,
de tromba y torrentera,
al norte, al sur, al este y al oeste
de la angustia unigénita,
árbol del grito,
trueno domador de centellas,
almáciga del huracán piafante
y del océano en resaca de hembra.
¿Qué pueden nuestras manos
diestra y siniestra
contra esta madurez de la muerte
en zafra de tormentas?
Si hay un reloj menudo que nos roe,
burbuja con las patas de abeja
y una fugaz respiración de hormiga,
el corazón de almendra,
cada vez más enfermo
de altura eterna.

(De Altanoche)





TU

Tú, sólo Tú, apenas Tú en los desvaneceres
últimos de la llama de este candil de barro.
Río de miel dorada para ahogarme, Tú eres
hecha para morderte de amor como un cigarro.
Tú, la pluma ligera y la brizna volátil
y el copo de sol ebrio en un pinar de asombro,
mientras una caricia húmeda como un dátil
se resbala en la piel de uva dulce de tu hombro.
Tú, la alondra azorada sin alas y sin nombre
que enciendes dos luciérnagas en tus pezones rubios.
Tú, la guirnalda trémula para mis brazos de hombre.
¡Tú, el arcoiris tenue después de mis diluvios!
Tú, la envoltura tibia de olor de mi fracaso,
la albahaca rendida en los dos muslos tersos.
¡Tú, el absintio mortal en el ónix de un vaso,
si mordiendo tus senos tengo dos universos!
Tú, el salto de agua clara que no se oye y la chispa
vigilante que apenas es una estalactita
de estupor en mi cuerpo bárbaro que se crispa,
¡como la arquitectura de una tromba infinita!
Tú, el hemistiquio de una galera que me envuelve
con sus remos que son dos tobillos de nardo.
¡Y tu alma de gacela tímida se disuelve
dentro de mis radiantes vértebras de leopardo!
¡Tu carne de pantera flexible que me acecha!
¡Tu carne ocre de amante núbil y de serpiente!
¡Más eléctrica que una mordedura de flecha!
¡Más diáfana que un día de sol en un torrente!
¡Más perfumada que el ámbar de un pebetero!
¡Más prohibida que un libro que no se ha escrito nunca!
¡Más trémula que el grito musical de un pandero!
¡Más borracha de amor que una columna trunca!
¡Tú, el suspiro que apenas es un aro que rueda!
¡Y Tú, el mordisco que es un cohete que salta!
¡Tú, la crucifixión de un mirto en la reseda!
¡Tú, la campana lírica en la torre más alta!
Tú, el álamo que tiende su índice a la burbuja
del cielo, como un niño que quisiera llorar.
Tú, el narcótico blando para la muerte bruja.
¡Tú, el pleamar de oro para mi último mar!





ASES

Aquí estoy. ¿No me ves? ¿No me oyes? ¿No me dices nada?
¿Por qué encendiste mis alas de vampiro
con los tatuajes ígneos de tus mil cicatrices,
ahorcándome en el húmedo cordel de tu suspiro?
Sobre tu espalda eléctrica eché mis dados: ¡ases!
Ases de tu sonrisa de azufre y tus descalzos
pies sobre la caldera de la noche. Fugaces
clavos titiriteros de tus pezones falsos.
Ases sobre tus muslos sísmicos y tus brazos.
Sobre los infernales cohetes de tu grito.
Ases de tus mordiscos y de tus aletazos.
As del ombligo impar de tu vientre maldito.
Ases de la gardenia que arde en tu boca roja.
Ases sobre el pandero flexible de tus hombros.
Autopsia de tu cuerpo sobre una mesa coja.
Casa de Usher. Pabilo verde entre los escombros.
Rabo, cometa nómada, lobo siniestro, diente
mortal, trece personas en la mesa y tres luces,
partículas volátiles de un espejo creciente,
arañazo de gato y caída de bruces.
Trece horas del reloj, sexo del tiempo.
Muertos que cabriolan amor al ritmo de sus zancos,
enastando en los mástiles de los mares desiertos
la banderola de sus doce dientes blancos.
Araña que nos roe romántica el costado.
Isidoro Ducasse que apura plomo hirviente.
Coces chasqueantes y ácidas que dispara el ahogado,
petardos de vitriolo en la luz del torrente.





COLUMPIO DE ETERNIDAD

Estoy así mejor.
Con las dos manos diáfanas
para encender la lámpara en la noche,
cuando Tú vuelvas.

Tu estupor será blanco.
Será la noche negra.
El perro de la casa,
desde sus dientes saltimbanquis,
dejará caer su lengua blanda
para lamer tus llagas.
Entonces serás la Misma.
Junco rosado, ola tibia.
Y crecerá el pinar cuando te diga:
Bienvenida seas.

Lloverá miel del cielo,
como en las Escrituras olorosas.
Y para desnudarte,
esperaré que lloren los lobos a la puerta,
como los niños ciegos,
y que el fogón apague sus tizones
y que los tilos cabeceen trémulos.
Y te desnudaré como el fresno romántico,
para luego ataviarte con la garúa de topacio.
Tu cuerpo
-vía láctea entre Dios y el Pecado-
será un breviario inédito
para las manos del silencio.
Creeré en Ti.
Serás una luz clara en el barco
de papel de mi espíritu.
El tiempo será un arco sin fin.
Y tu muerte: una cereza de oro en tus labios.

Estaré así mejor.
Con las dos manos diáfanas
para apagar la lámpara de la noche,
cuando Tú mueras. Estaré así mejor.
Con la burbuja de tu muerte en mis párpados.





CONTRAPUNTO

1

Ah cómo y cuándo en el acaso puro
se juntaron el pájaro y la ola.

Ola de pluma, el pájaro maduro,
y pájaro de espuma, la ola sola.

Rota su voz, quedó el arpegio oscuro
en el registro de la caracola.

De mar como de cielo, contrapunto,
ola trizada y pájaro difunto.

2

Orilla de eco y litoral de aroma,
pájaro y ola en el azar deshechos.

Pero la niña al vendaval asoma
de nuez y aurora sus frugales pechos.

Ya la atavían, brasa de paloma,
delfines con oceánicos helechos.

Y se desnuda en cántico y en cobre,
pájaro y ola de la mar salobre.

3

A soledades juntas advinieron
el ángel y el vestiglo descendidos.

A la niña de nardo se ciñeron
las algas de sus ecos balbucidos.

Sus plumajes de niebla se rompieron
con celajes de pluma confundidos.

Cítara de perfume en el lamento,
quedó la niña sola con el viento.

4

La sirena de sal y hielo arcano
está posada en flor de sus amares.

Que no la lleve el soplo del vilano
hasta la altura de sus hontanares.

Que no quiebre la espiga de su mano
la gárgola borracha de los mares.

Enmudecida el arpa del sollozo,
quedó la niña sola con el gozo.

5

Ah niña, nao virgen, estibada
con el gozo del ángel y su bruma.

Mitad calandria en música imantada,
pájaro en vilo tu babor de pluma.

Ola de noche y miel, acompasada,
tu otra mitad en estribor de espuma.

La prora anclada en médano cenceño,
quedó la niña sola con el sueño.

6

Ya colina de almendra en el reposo,
ya guitarra de olor en el olvido.

Que ya se hiela en su aire temeroso
la clepsidra de tiempo consumido.

Y se rindió al vestiglo vaporoso
su tallo de ola y pájaro aterido.

Ah muerte, capitana de cantares,
desnuda entró la niña en tus lagares.

7

La niña entró en tu cántico desnuda,
nácar en su destello de inocencia.

Aderezada como torre aguda
la arquitectura de su transparencia.

Desde entonces la perla se demuda
y empalidece toda refulgencia.

Abrevada la luz de su corola,
quedó la niña con su sombra, sola.


8

Todo volvió al enjambre de su cielo
y se rehizo en geometría pura.

El pájaro en presagio de su vuelo.
La ola en su colmena de frescura.

El ángel en su máscara de hielo.
El vestigio letal en su pavura.

Sólo la niña se tornó en la niebla,
plumaje, espuma, cántico y tiniebla.


9

Sosegada en la sirte la doncella,
qué rosa mineral de encantamiento.

Qué ruina taciturna de centella,
el derruido estambre de su aliento.

Remotos funerales de la estrella
los rememore con su lengua el viento.

Todo en la sirte blanda se deshizo,
ah sirena de sal sin paraíso.


10

¿Qué resta de su fábula baldía?
¿Qué de su pesantez de luna llena?

¿Qué de su dulcedumbre de sandía?
¿Qué de su liviandad de cantilena?

Verde almiranta de la espuma fría
en la longevidad de la alta arena.

Difunta sin memoria, a tu socaire
suene transido tu laúd del aire.





NUEVA EDICION DE LA ETERNIDAD

El tiempo no ha pisado este aire.
Ni se han desnudado los ángeles
en esta orilla de jacinto,
luz de fruta celeste en papel de aire.
Y no ha tocado el aire esta agua.
Ni los pechos de las muchachas
rompieron a su vidrio maduro
en impacto de astillas de agua.
Ni el agua caminó en esta piedra,
madre de las estatuas somnolientas,
pulso caliente y sangre dulce
de los niños de piedra.
Ni la piedra se desolló en esta ascua,
ni los hombres ardieron como castañas,
alto el gemido en el rescoldo
de un árbol de ascua.

El tiempo no ha pisado este aire.
Y no ha tocado el aire esta agua.
Ni el agua caminó en esta piedra.
Ni la piedra se desolló en esta ascua.
Aire, agua, piedra y ascua,
sin tiempo, ojos, ni tacto.
Y adentro, ancha de mundo,
la herida vegetal del canto,
este durar en soledad liviana
y este morir sin muerte en el espacio.
La eternidad apenas
es el ocio de jugar a los astros,
de fumar nubes
y de ignorarnos.

Queda abajo la niebla
en un cinematógrafo de amianto,
donde los jabalíes de la aurora
devoran a los muslos rosados
de las mozas amanecidas
y hay espadas de lluvia contra los nardos.
Quedan las lianas filas
para cortar los llantos,
el gongo de la brisa para oírnos
y la centella para mirarnos,
como se miran los pai sajes
en los espejos despedazados,
las arterias de azogue rotas
en un mapa de espanto,
los continentes errabundos
en un motín de mares bravos
y en las jarcias del cielo,
los arrecifes de pies descalzos.
Quedan abajo las bienamadas noches
para los días desamados.
¡Ah mi altura
de los cohetes altos!
Arriba, arriba,
con la naranja de la luz en los labios.
¡Ah mi desasimiento
para mi trueno desanudado!
Mordedura en el tuétano de las estrellas
y al almendra de los cometas raudos.
¡Ah mi muerte
punta de lanza en el vientre oceánico!
Creciente de montañas con alas
y desembocadura en el sol claro.

Altura, desasimiento y muerte
en Dios que hace las algas y los pájaros.

(De Altanoche)





BALADA EN CUATRO TIEMPOS

1

Me bastarán, Señora, para amaros,
en mi morada junto a mí teneros,
un lecho blando para sosegaros
y una oruga de lumbre para veros.

Dadme la espuma de los ojos claros,
la nieve de los pechos altaneros
que mi canción tendré para embriagaros
y la noche de miel para venteros.

He de aguardaros con la estrella en vilo
para un perpetuo amar v un alborozo
de hoguera dulce y corazón tranquilo.

Y hemos de entrar en el silencio umbroso
cuando nos recojamos con sigilo
a merir juntos en el mismo gozo.

2

Nunca valdrá la cuita de olvidaros,
Señora, esta nostalgia de deciros
que estoy ensombrecido por amaros
y temo con mis sombras afligiros.

El gozo terrenal de acariciaros
y con grilletes del aroma unciros,
en niebla se mutó para lloraros
con un celeste enjambre de suspiros.

En qué ligero tálamo de pluma,
Señora, un tiempo de centella breve
hizo y deshizo la bruñida espuma

de vuestro cuerpo de textura leve
que me ha traído a la memoria en bruma
todo el fulgor de un pájaro de nieve.

3

Llegué por fin, Señora, a desamaros
porque mi amor no supo reteneros
y pudo más la brisa al apagaros
que el corazón urgido en encenderos.

A qué brasa de olor debo juntaros
si estatua de ceniza he de saberos
y en la muriente noche he de ignoraros
por el ignota albur de los luceros.

Si un vuelo de paloma luminosa
habéis trazado en mi añoranza pura,
consentidme en el sueño, cautelosa,

que yo desciña vuestra vestidura
y en sus langores la secreta rosa
me embriague con el nácar de su albura.

4

Qué defunción de toda transparencia
el luto sideral de presentiros
en el transido cielo de la ausencia
una paloma de livianos giros,

aligerada va sin mi querencia,
ni manos amadoras para ungiros,
ni coplas para hablaros en cadencia,
ni túnicas de luz para vestiros.

En qué tiempo remoto de agonía
nos alejamos del silencio umbroso
en que el amor amado no sabía

que por la ley del ángel quejumbroso,
duró lo que la espuma la ambrosía
de morir juntos en el mismo gozo.

(De Introducción a la muerte)









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