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martes, 9 de octubre de 2012

8134.- CARMEN ALICIA CADILLA


Caliciacadilla

CARMEN ALICIA CADILLA. Nace en Arecibo, Puerto Rico, en 1908; muere en la ciudad de Nueva York en 1994.
Autora de una producción lírica que, por su hondura y brillantez, ha sido traducida a los principales idiomas del mundo, está considerada como una de las grandes voces de la poesía femenina puertorriqueña del siglo XX, junto con Julia de Burgos y Clara Lair. Además, en compañía de estas dos autoras se ha distinguido también por su encendida defensa de la promoción de la mujer en la isla antillana.

Alentada desde muy temprana edad por una acusada vocación poética, Carmen Alicia Cadilla se dio a conocer como escritora por medio de unas composiciones primerizas que publicó en la revista Puerto Rico Ilustrado. A partir de entonces, su compromiso con la literatura difundida a través de publicaciones periódicas se mantendría firme a lo largo de toda su andadura literaria, de tal modo que gran parte de su producción lírica habría de quedar diseminada por gran cantidad de periódicos y revistas culturales.

Esta vinculación con la prensa periódica se consolidó definitivamente tras los estudios periodísticos que la joven escritora pudo seguir en la vecina isla de Cuba, merced a una beca otorgada por el gobierno de su propio país. Posteriormente -y ya de nuevo en suelo puertorriqueño-, hizo valer esta formación periodística en calidad de directora de la revista Alma Latina, de donde pasó a ejercer las funciones de redactora -gracias a su condición de funcionaria del Departamento de Instrucción Pública- en dos publicaciones dirigidas a los jóvenes lectores antillanos: el rotativo Escuela y la revista Semana.

Por aquel entonces ya habían visto la luz sus primeras entregas poéticas, iniciadas por el volumen de versos titulado Los silencios diáfanos (San Juan de Puerto Rico: Imprenta Venezuela, 1931), al que siguieron los poemarios Lo que tú y yo sentimos (San Juan de Puerto Rico: Imprenta Venezuela, 1933) y, al año siguiente, Canciones en flauta blanca (San Juan de Puerto Rico: Imprenta Venezuela, 1934), obra que ya contaba con el respaldo de algunos de los grandes poetas hispanoamericanos contemporáneos, como la chilena Gabriela Mistral, autora del prólogo que lo encabezaba. Aunque un gran número de composiciones líricas de la escritora de Arecibo quedó impreso en los rotativos y revistas ya mencionados en parágrafos anteriores, lo cierto es que Carmen Alicia Cadilla recogió otros muchos poemas propios en sucesivos poemarios que fue dando a la imprenta en forma de libros autónomos; así, el resto de su producción poética se compone de otros títulos como Raíces azules (San Juan de Puerto Rico: Imprenta Venezuela, 1936), Litoral del sueño (San Juan de Puerto Rico: Imprenta Venezuela, 1937), Zafra amarga (San Juan de Puerto Rico: Imprenta Venezuela, 1937), Voz de las islas íntimas (Santo Domingo [República Dominicana]: Editora Montalvo, 1939), Diapasón (Mendoza [Argentina]: Brigadas Líricas, 1939), Ala y ancha (La Habana [Cuba]: Ediciones "La Verónica", 1940), Antología poética (San Juan de Puerto Rico: Imprenta Venezuela, 1941), Alfabeto del sueño: poesía niña (San Juan de Puerto Rico: Imprenta Venezuela, 1956) y Entre el silencio y Dios (San Juan de Puerto Rico: Ediciones Juan Ponce de León, 1966). Además, es autora de un extraordinario poemario inédito, Calendario lírico de Puerto Rico, que en 1964 fue galardonado con el primer premio de poesía en el V Certamen Literario Panamericano.

Lógicamente, esta extensa e interesante producción literaria le ha valido a la autora de Arecibo otros muchos honores y reconocimientos, entre los que resulta obligado recordar el primer premio en el Certamen del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos, concedido en la ciudad norteamericana de Nueva York en 1966. Todas estas distinciones contribuyeron a acentuar su presencia en el panorama artístico e intelectual de su país a mediados del siglo XX, donde se destacó como miembro de la Sociedad de Mujeres Periodistas de Puerto Rico y de la Sociedad de Autores Puertorriqueños.

A grandes rasgos, en la evolución estilística y temática de Carmen Alicia de Cadilla es fácil señalar una primera y pronunciada influencia de los modelos postmodernistas, que pronto dio paso a la asimilación de las nuevas formas vanguardistas para acabar situándose de lleno en los límites estéticos del movimiento atalayista. Sin embargo, dentro de ese peculiar tono poético, específicamente suyo, que mira siempre hacia su propia intimidad y analiza los pequeños hechos que la rodean (por insignificantes que puedan parecer), Carmen Alicia de Cadilla supo evolucionar personalmente hacia la recuperación de viejas fórmulas románticas todavía aptas para la expresión de ese sentimiento íntimo procedente de su pequeño mundo interior. Entre los temas más representativos de su obra, destacan la alabanza ante la contemplación del mundo, el deseo de alcanzar una vida idealizada y la exploración minuciosa de los sentimientos amorosos. Y en lo tocante a los aspectos formales, tal vez el hecho más significativo radique en la brevedad de que hacen gala casi todas sus composiciones.




ACTA DEVOCIONAL

Hermano silencio:
Hazte flor de sombra
de mi pensamiento.
Deja que el misterio de tu voz callada
me llegue hasta el fondo del alma...
Por ti amo la noche.
Por ti amo la nada.
Por ti amo mis versos...
Por ti soy devota
de todas mis cosas
que tienen la clave mejor: ¡El silencio!

Gráfico de Puerto Rico, 10 de abril de 1930





CANTO A LA ALEGRÍA

Yo canto a la alegría
que es la pizca del sal
que resalta el sabor
en el pan de la vida,
el pequeño secreto
que hace sentir al hombre
que la mano de Dios
está sobre su hombro.

La alegría no es solo
una palabra.
Va más allá del cerco
del mirar y el sentir.

A veces se desborda de sí misma
y entonces no sabemos
si llorar o reír o cantar
o escribir un poema
o inventarnos un cuento.

Es una absurda y deliciosa mezcla
de júbilo y de miedo.
Un sobresalto luminoso
que pone el corazón
a trotar en el pecho
y pone a la esperanza
a empinar papalotes
de ilusión y de dicha.

La alegría no sabe de antesalas.
Viene en cualquier momento.
Es tan inesperada
que a veces nos parece
una hermosa mentira.
Vive en una sonrisa.
Se mece en una rama.
Nos llega en una ola
que rompe su impetuosa maravilla
en una playa solitaria.
Nace del corazón
―burbuja de Dios mismo―
y crece y crece y crece
y sube y sube y sube
hasta tomar
dimensión de montaña
o hasta alcanzar
estatura de nube.

Yo canto a la alegría
que asoma en el primer
lucero que se enciende
y canto a la alegría
que deja en mi alma el beso
sereno de mi esposo
cuando sale de casa.
Y canto a la alegría
de mirar un renuevo
en una planta
y canto a la alegría
de oír reír a un niño
que pasa por la calle.

Yo canto a  la alegría
de oír un trino
aunque no vea el ave.
Y canto a la alegría
de ver caer la lluvia
con el sol sobre la yerba.
Y canto a la alegría
de ver bailar las aguas
cuando forman enormes
charcos los aguaceros torrenciales.

Yo canto a la alegría
bendita de mirarme
en el espejo pequeñito
de la mirada de mi madre.
Y canto la alegría
de oír la voz querida
de mi padre.
Y canto la alegría
de tener ocho hermanos
y hermanas, unos lejos
y otros cerca
―como si fueran árboles
sembrados en distintos
lugares de la tierra―.

Yo canto la alegría
de dar a manos llenas
mi amistad a otras gentes
regadas por el mundo
como semillas buenas.
Y canto a la alegría
de anticiparme al goce
de viajar por países
que me son realidad
sólo en la geografía.

Yo canto a la alegría
de escuchar la sencilla
canción de una muchacha enamorada.
Y canto a la alegría
de hornear el postre
que pondré en la mesa.
Y canto a la alegría
de preparar la cena.
Y canto a la alegría cotidiana
de ir al trabajo
y decir: Buenos días
a todos mis colegas.

Yo canto a la alegría
que deja la lectura
de un buen libro
y canto a la alegría
que nos trae la carta
con noticias de un amigo lejano
y canto a la alegría
de tenderle la mano
a alguien que no conozco todavía
y canto a la alegría
de escuchar a lo lejos
el susurro de una
vieja y emocionante melodía.

Yo canto a la alegría
de ver crecer la luna y de verla gastarse
y volver a nacer
―Fénix imponderable―.
Y canto a la alegría
de contemplar una ronda de abejas
o de ver revolotear mariposas
o ver la flor abierta
con un grano de lumbre
dormido en el regazo
tierno de su corola.
Yo canto a la alegría
pequeña de estrenar
un vestido, un anillo,
una pulsera.
Y canto a la alegría
inmensa de encontrar
a una persona
que hace tiempo faltaba
del mapa de mis días.

Yo canto a la alegría
que mete el sol en la alcancía
de las ventanas
y canto a la alegría
del piar de un pollito
saliendo de su cáscara.

Yo canto a la alegría
de probar un manjar desconocido
y canto a la alegría
de ver un pajarito
recolectando hilachas
para tejer su nido.

Yo canto a la alegría
de aquella madre pobre
que amamanta su hijo
y canto a la alegría
del pregonero viejo
que deja en la mañana
el rastro de voz.

Yo canto a la alegría
de saber que hay un Dios
que hizo la llama,
el humo, el amor,
el anhelo de paz
que nace en cada
corazón de hombre,
de mujer o de niño.

Yo canto a la alegría
de oír una campana
y canto a la alegría de ver reír la estrella
que se mira en el agua.
Y canto a la alegría estremecida
con ribetes de gracia
y de milagro
de haber nacido poeta
para poder cantarle
a la alegría. 





Gradación

La tarde se deshoja en golondrinas.
Sonámbulo, el paisaje
recuesta los pinceles de sus árboles
sobre los horizontes de anilina.

El mar parece un cielo desnacido
en que transitan ángeles volcados.

Erizada de voces
se agiganta la noche
con su dolor de cigarro apagado.






Despierta

Puñal de luz, el farol
hiere el cristal opaco y seco
de la calleja

La luna –niña hechizada–
sueña con cuentos del Mogol.

Canta poeta.
En el ramaje azul del alma
se ha despertado un ruiseñor




Bálsamo

La tarde se hizo más honda. 
Se hizo el silencio más largo. 
Se hizo mi sentir más noble 
y fuiste en mi pensamiento 
como la primera estrella. 
Un poema diáfano 
que cayó gota a gota 
en mi alma.




Elocuencia

Ahora que está el silencio 
mirándose al espejo de tus labios, 
qué dulce y honda se hace 
tu palabra sin cuerpo.





Nana a la madrecita del alma mía

Duérmete madrecita del alma mía, 
y que el Dios de los cielos 
te me bendiga.

Duérmete con el sueño de los rosales 
que amanecen con rosas y no lo saben.

Madrecita del alma, tú me dormías 
cuando yo apenas era grano de vida.

Ahora que ya soy yo grande, te canto nanas 
por que sueñes de nuevo por duendes y hadas. 
¡Mi madrecita!... 
Y que el Dios de los cielos 
te me bendiga






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