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sábado, 23 de junio de 2012

7201.- BELKIS CUZA MALÉ



Belkis Cuza Malé
Belkis Cuza Malé (Guantánamo, Cuba, 1942) es una poeta, escritora, periodista y pintora cubana.

Realizó estudios de Letras en la Universidad de Oriente y en la Universidad de La Habana, Cuba.
En 1967 se casó con el poeta cubano Heberto Padilla.
Aunque Belkis inicialmente apoyó la Revolución llevada a cabo por Fidel Castro, posteriormente se convirtió en un crítico censor de la misma. Fue encarcelada al mismo tiempo que Padilla en 1971 acusada de "escritura subversiva", en lo que posteriormente se conoció como "el caso Padilla".
Ella y su hijo pequeño se exilaron en los Estados Unidos en 1979. Posteriormente el gobierno cubano autorizó la salida de su esposo.

Vida en Estados Unidos

Ya en Estados Unidos, y tras lograr la salida de Cuba de su esposo, Belkis fundó en 1982, en colaboración con Padilla, Linden Lane Magazine. En 1986, fundó La Casa Azul (www.lacasaazul.org) centro cultural y galería de arte cubano, en Fort Worth, Texas y que tras la muerte de Heberto, en el 2000, lleva su nombre como homenaje a su memoria.
Actualmente reside en Fort Worth, Texas.

OBRA

Poesía
El viento en la pared (1962)
Los alucinados (1962)
Tiempos de sol (1963)
Cartas a Ana Frank (1966).
Woman on the Front Lines. (Incluye Juego de damas y El patio de mi casa) (1987)
En busca de Selena (1997)
Juego de damas (2002)
La otra mejilla (2007)
" Los poemas de la mujer de Lot" (2011)

Biografía

El clavel y la rosa: biografía de Juana Borrero (1984)





Para que la muerte no te toque

A la dulce Elena en su tránsito

Para que la muerte no te toque
con su lapis lazulí
hemos preparado los instrumentos de alabanza,
el salterio, el arpa, los címbalos,
y añadido el clavicordio y el trombón,
pero la trompeta se la dejamos
a Dios.
Sólo él puede rugir desde lo alto del monte
y apedrear con su voz a los cernícaros,
y trozar las espadas del Maligno
para que no desollen tu cuerpo,
ni hagan pasto de tus ojos.
El veneno ha sido puesto a buen recaudo
al igual que los enseres del doctor.
Sométete, dulce presencia,
a sus designios,
y dibujemos, para protegerte, el círculo de fuego
donde yazgas como piedra preciosa
escondida en el polvo.
Agarrados de las manos,
--árbol de mil ramas--,
entonemos cantos de alabanza a Dios,
por habernos regalado tu presencia,
por compartir con nosotros los días y las noches
del exilio, sus nardos, sus tiernas azucenas,
la fina capa de hielo conque amuralla la ciudad
para que no escapes todavía.

(Del libro inédito Los Salmos de la Reina de Saba)





de "Los Poemas de la Mujer de Lot"


Summertime in Princeton

Bienvenida la mañana
y la música casi vulgar de los pájaros
recién nacidos,
mientras el niño
bebe su jugo de frutas
sentado como un jefe indio frente a la TV.
El verano quiebra la paz de esta casa,
y andamos por ahí todo el tiempo,
empujando la puerta de tela metálica,
dando vueltas con la sangre ardiendo,
dispuestos a olvidar,
aunque luego no recordemos qué,
ni a quién, pues
el olvido llega de tarde en tarde
como el verano,
y llena de pulgas al perro
y de telarañas al árbol,
ese tilo que crece en el patio,
olvidado,
a la intemperie,
a ratos delirando,
deshojándose, crucificado,
y convertido luego en espantapájaros.
Hasta que una tarde cualquiera
lo arrancan de cuajo,
como el que arranca un ojo al enemigo,
ese vecino que no habla nuestra lengua.
Ten paciencia, me digo sin éxito,
es el verano:
abre las ventanas de esta casa,
y que la música de los pájaros recién nacidos
picotee en tu alma.




La mujer de Lot


                   I

la mujer de Lot
despertó esta mañana de su largo sueño,
pero sólo para ir y esconderse en el caracol
de los almendros.
Quiere que nadie la vea
y cantar a solas su dolor.
Vestida va a de negro,
el pelo suelto, la luna sobre los pechos..
Delgada y transparente como cristal
juega a estar muda, ciega y sorda.
Pobre mujer, grita la ceiba del patio,
que ya no guarda secretos para ella,
pues alguien se orinó en el caldero
de los hierros.
Así la exorcisaron para siempre
el tomeguín y la guadaña,
la marea y el sol,
los niños.
Pieza frágil y delicada de museo,
sobrevive a su propia leyenda.
No, no es cierto que miró al abismo
del pasado
ni que se enamorase
de ese par de ángeles que
anunciaron el fuego sobre la ciudad
y las almas.
En medio de la agitación neoyorquina,
—o fue en alguna calle de Sodoma—,
las mujeres del Barrio la recuerdan con nostalgia:
!Era tan bella,
tan sencilla, tan humana,
que nadie puede imitar su estilo,
ni siquiera Jackeline Kennedy!
!Dios mío, si fuera posible pasar inadvertida
soñar a solas sobre un banco del Parque Central
o del Retiro, o quizás aquel otro de la Avenida 31,
junto al Almendares,
nada de de esto le estaría pasando ahora
a la princesa de sal,
muda y triste, mientras la nieve la decora,
y la ventolera que llega del desierto
estropea su figura de muchacha de telenovela.
No dejes, Señor, que la envidia ajena
la convierta de nuevo en una estatua de sal.




La mujer de Lot

                    II

La mujer de Lot ha vuelto a bajar del pedestal,
esta mañana la devora un nuevo pensamiento,
una flor violeta sobre el pelo,
labios de nácar
y el viento que agita su corazón
como un pañuelo.
Esta mañana es otra y es la misma,
rubia hoy, coqueta y hermosa siempre,
se mordisquea las uñas
mientras camina a tientas las calles del Destino.











Oda para un conquistador de lo desconocido


Asumió la pasión de los hechizados, 
de los que tiemblan sin suerte 
en la agonía; 
prediciendo como el astrólogo 
su propia incapacidad de sobresalto 
cruzó el mar, 
no se supo nunca por qué, 
y en función de la eterna parábola, 
la que menos le gustaba 
-un destino o una vida por otra- 
hizo que todos los fuegos iluminaran 
el cielo, 
su gran mansedumbre, sus íntimos rincones, 
la gran antesala de lo histórico. 
Poco importaban el hombre y su ciega misión 
por conquistar la suerte, 
poco el sufrido antepasado del bosque, 
la vieja raíz peleando con los pájaros. 
Alguien, el menos indicado, 
le sobrevivió para contarnos 
que ni la vanidad ni el temor a lo desconocido 
lo apartaron del camino. 
Ya no habrá regreso, ni mar, 
ni sombra. 
La calumnia no perdona a sus victimas. 










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