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jueves, 28 de junio de 2012

7312.- HENRY LUQUE MUÑOZ



Henry Luque Muñoz (1944-2005) fue un poeta y ensayista colombiano nacido en Bogotá. Estudió Sociología, se especializó en Historia del Arte e hizo un Máster en Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, en su ciudad natal. Formó parte de la Generación sin nombre. Vivió durante muchos años en Rusia, donde conoció en profundidad la literatura del país, y se desempeñó como profesor de Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana hasta su fallecimiento. Su obra ha sido traducida parcialmente al ruso, inglés, alemán, francés, griego, hindi y portugués.

Obra poética

Sol cuello cortado: 1963-1973 (1973)
Carta a la paloma de Picasso (1980)
Polen de lejanía (1998)
Arqueología del silencio (2001)

Obra ensayística

Lo que puede la mirada: 1974-1976 (1977)
Tras los clásicos rusos (1986)
Dos clásicos rusos (1989)
Eduardo Castillo (1989)
Panorama antológico de la poesía colombiana : informe final (1994)
Prólogo para El destino de un hombre, de Mijaíl Shólojov (1995)
El erotismo del cielo: Una introducción a la historia social de la literatura rusa moderna (1999)
William Shakespeare: una estética de la noche (2004)




URBE

Cada noche soy llevado
a la morgue vuelto leña.

Allí me clasifican,
me dibujan una sonrisa.

Y a la mañana 
me echan a andar por la ciudad.





HISTORIA NACIONAL

Me alejé de casa
y alguien cambió los cimientos por víboras,
aguas negras crecieron
en vez de la orquídea anaranjada,
escorpiones selectos fueron traídos
por el Mandamás
para engalanar el balcón parlante,
el moho arrugó el mármol de las estatuas
y la rata trepadora fue coronada reina.

Así le ocurre a quien largamente
se alejó del origen.





RESURRECCIÓN

Llamado al fin por la ceniza
el infeliz resolvió aceptar la señal de la cruz.
Acarició por vez última el agua de una música,
mientras dibujaba con su mano
la forma del adiós.
Horadó en su corazón un agujero
para llevarse al otro mundo todo el amor.
Ya amortajado en su amarillez
alguien tomó su cabeza
y en los oídos vertió el último poema.
El moribundo, hallando en la palabra
una fuerza más honda que la muerte,
se levantó, y con firme ademán,
avanzó hacia el silencio para abrazar la luz.





El deshielo

En mi hombro llevó enquistada la vía láctea. Un coro de planetas respira entre mis huesos. Cuando comienza el ciclo de la luz, desde mi mente se despeñan los glaciares a la bóveda sin fondo de mi instinto, donde el infierno llamea el exterminio y el nácar. Este asombro que camina no tiene tregua. En mis úlceras pule su asamblea la garra del gavilán. No conozco otra victoria que la caída.

Ven a cantar, fuego de velamen perdido, semen de precipicio, ven y enspeñame la palabra que repiten insomnes los condenados.



AL BLANCO

Con una palabra
se puede matar.

Aunque haya en contra
toda clase de armas.

Aunque se tenga enfrente toda la pólvora.

Basta con dispararla en el momento justo,
lanzársela a la cabeza del enemigo.

O dejársela para que la recuerde.




PÁGINA DE INFANCIA

A la ciudad se marcharon mis padres
y quedé huérfano por un instante
bajo el techo espolvoreado de estrellas.
No había pasado por mis ojos el tiempo,
en la cara me caía el llanto del naranjo
y la negrura hacía temblar mis rodillas.
Érase un pueblo perdido
donde nadie se encontraba a sí mismo,
érase una muchedumbre de hormigas
con los talones encallecidos,
érase una tribu de magnolias coronadas de fiebre.
Mi soledad se abría paso entre las gallinas
y los potrancos asustados por el paso de los cometas.
La cabeza cubierta con un sombrero de telarañas,
en la mano el sartal
que juntaba los recuerdos del día.

De largo pasaba mi soledad
dejando una caricia en la lisura de la niebla.
Y entonces la araña
escribía con sus patas una carta,
la mariposa cosía
la panza herida de los caimanes.
Mi soledad pasaba de largo, mi anónima soledad
esperanzada en un puñado de susurros.






GANGES

Por el Ganges bajaba
una vaca,
el espinazo vuelto trizas,
en los dulces ojos la esperanza
de alcanzar la venia de los dioses.

Bajaba muerta
con su ternero vivo en las entrañas.

Lo vi desde la barca,
mortales,
vi por el agua bajar ese milagro.






GOBI

En el desierto de Gobi,
alrededor del moridero de los dragones,
fue hallado el esqueleto de un bisonte
con la testa hacia el cielo
y su sombra engordada por una llaga vastísima.

Aunque su hembra yacía
bajo la piel de furtivos peñascos,
le llegaba el olor de su babosa pelambre.
Fecundó la semilla
que nutrió a generaciones.
De la aterrada materia de su sueño
brotó el roble de tez rocosa
que no doblan ni los tifones milenarios.

En noches en que la luna
cambia de destino,
el muerto bisonte bufa con estruendo,
encabritado
por el resplandor de nostalgias primitivas.





PARAÍSOS

Si envidias al rico
tu corazón morirá comido por la polilla,
si envidias al pobre
dormirás con los ojos abiertos,
si envidias al famoso
conseguirás cambiar tu rostro por una máscara.

No envidies a nadie,
aléjate de los paraísos inventados
en el cielo y en la tierra.





ASALTO

Conquisté un reino
al que jamás entraron
el guerrero con su lanza
el empresario con su oro
el intruso con su astucia.

Noche y día vigilé
la blanca soberanía de mi órbita.
Del silencio del pétalo
y de la luz de los pájaros
me alimentaba
y escribía en el papiro de una estrella.

Conquisté un reino
invicto ante los monstruos y los ángeles
inmune al acero de este tiempo,
hasta que apareció ella
y me venció
con la sola punta de los dedos.





UNA CARTA DE ALEXANDR PUSHKIN
A ANNA KERN DESDE EL MÁS ALLÁ

Qué monótona es la eternidad, todo huele
A flores marchitas, a incienso y a olvido.
Aquí la luz viste de capa, los ángeles son pardos
Y su suave rumor afina las alas del sueño.
Me desvela recordar los horrores absolutos de mi Rusia.
Anna, sólo evocar tus ojos de fuego azul,
Tu pelo enredado a mi vida, tus dos manos dementes,
Regala a mi ser una caricia sin pena.
El emperador y su águila de doble pico
Ansiaba arrojar mi cuerpo a los perros.
La muerte acechaba mi sombra, interrogaba mi pluma,
Mi lengua y mi oído, y yo la alejaba
Con el estallido del verso y el redoble de tu paso.
Hoy me rodeó una ráfaga que tenía tu forma
Y quise entrar en ella y transmutarme y tomar el perfil
De mi amada y esquiva Libertad.
Sabes bien que los muertos hablan, que la verdad
Derrite el mármol y la mirada de un hombre limpio
Puede reventar las armas de los dioses depravados.
Mas recordaré nuestra cita: cuando llegaba mi monumento,
Tu cuerpo se atravesó en la calle, Anna, tu cuerpo
Mil veces dormido entre la caja del tiempo.
Sé que tu corazón temblaba como la más huérfana hoja de otoño.
Pero no fuiste tú quien acudió en mi busca.
Yo me convertí en piedra para verte pasar.







CARTA AL DIABLO

Ella debe ir como una sonámbula...
Vinicius de Moraes
Te escribo a tu mansión de tinieblas
para contarte lo mucho que sufro sin ella.
Por consejo de tu azufrado pensamiento
la busqué y la hice mía
en un lecho, no de jazmines
sino de estrellas reventadas.

-Hasta los símbolos del cielo fueron cómplices,
azules cómplices de esa locura-.

Tú que hiciste florecer en mi mano
una rosa ensangrentada
para que la pusiera por donde cruza su huella,
sabrás cómo devolvérmela,
pues ella se ha ido
y cuando partió ni siquiera miró hacia atrás
para ver cómo me convertía en estatua de ceniza.

Cierra con tu asombroso tenedor
los párpados de los que pasan por su lado.
Que nadie la contemple
como no sean los ojos,
los terribles ojos de mi ausencia.

Haz que cuando se enfrente a los espejos
no vea su rostro sino el mío;
pon una lágrima de fuego en su mirada
para que sienta una gota del mar de lava que me azota.
Pero no la dejes sufrir, Señor:
si tropieza en el camino
tiéndele tu invisible capa roja
para que caiga no en el infierno del desvelo
sino abrasada en mi delirio.
Hechízala metiendo en su bolso un ruiseñor
que en cada pluma lleve grabado
el verso mío para su corazón escrito.
Entra en puntas de pie a los pasillos de su sueño,
píntale los muros del color de mi zozobra,
y si escapa,
muéstrale mi cabeza cercenada
en un plato de olvido.

Viértele en el jugo del amanecer
tus imponderables sales maléficas,
de tal modo que odie para siempre
el sabor de su lejanía.

Señor: ella debe estar leyendo ahora
un libro para vaciarme de su pensamiento,
arráncaselo de sus uñas con tu satánica suavidad;
haz que el silencio
le susurre mi nombre a su oído
y que su saliva le recuerde mis besos.

Pues sin amparo y sin estrella me refugié en su lengua,
su desquiciada lengua
en la que escribí con sangre.
Ella habrá roto mi fotografía en mil pedazos,
reúnelos, Señor,
y arma una luna que se asome a su quebranto.

En ella germinan ligeros decaimientos,
es entonces cuando tu aliento de abismo
puede alcanzar las cumbres:
que si hay candela en su garganta,
sienta que una ráfaga de abandono
sube desde el corazón
a poner explosiones de tos en su vida;
que si un vértigo atraviesa sus entrañas
sienta que es el huérfano
que esconden mis desvelos.

Yo sé que tardíamente concilia el sueño,
transfórmame en la luz de su lámpara,
en el agua que pasa por su cuerpo
cuando se levanta.
Y deja que apoye mi desamparo
en el filo de sus dientes,
que yo sea las palabras
que entran y salen por su boca.

Señor de las Tinieblas: déjala orar,
déjala que se hinque de rodillas
bajo el cielo,
no la martirices en ese instante
furtivamente pecaminoso,
pues nuestro amor es tan grande
que desde la eternidad vendrán los bienaventurados
a aprender cómo se ama con loca ceguera
en este infierno de ausencia.





PADRE MÍO

Mi padre coleccionaba el canto de los pájaros
domesticaba las arañas bebía un cielo reventado
y saboreaba dulces vocales consonantes ebrias
aunque viviera estampillado contra el muro.

Mi padre coleccionaba huracanes serpientes
y heridas que nunca cicatrizan
una mujer coagulada en su espina dorsal
el trueno que gotea desde unos ojos huérfanos.

Cosido al fósforo con su lengua de diamante,
él se paseaba por el aire
discutía con el pico del cóndor
y el clamoroso viento lo llamaba por su nombre.

Jamás tuvo un no para la estrella errante
jamás tuvo un sí para el ladrido del resentimiento.

Mi padre escribía versos
que luego corrían en cuatro patas por la jungla
escribía con lava en el lomo de la nube
y en la caja del difunto
hasta que un día se le cerraron los párpados.





BUMERÁN

Yo que hice el largo salto en el Transiberiano,
que conocí los vientos de Kabul,
la gruesa nieve de Petersburgo,
que bebí la salada leche de yegua en la cual se hechizó
Gengis Kan.
Yo que toqué a una puerta en Milos y en Isquia,
que he visto a los murciélagos proteger
la Biblioteca de Coimbra
y ascendí las pirámides de Tikal hasta las nubes.
Yo que me arrastré por el Sahara tras el atardecer,
que en Delfos hablé con el oráculo
y soñé víboras en la esbelta Sarajevo
mientras en la calle Tome Masarika
se desnudaba mi sombra.
Yo que en Delhi vi a los muertos sacudirse el polvo,
que he mirado a los ojos a las deidades de Nara
y respiré cenizas en el Ganges.
Yo que contrarié a las divinidades chinas
en subversivos papiros que de tiempo inmemorial
circularon por la ciudad prohibida,
que acaricié a una virgen del siglo XII
mientras mordía mustias hojas de otoño.
Yo que acuné mi timidez en el trono de un rey,
que hice el misterioso vuelo hasta el paraíso
de unos abrazos
lo que de verdad recuerdo, es el barrio en que nací.


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