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jueves, 11 de octubre de 2012

8164.- LUIS ENRIQUE AGUIRRE


Luis Enrique Aguirre, poeta

Luis Enrique Aguirre nació en Querétaro, MÉXICO en 1983. Estudió la Licenciatura en Lenguas Modernas modalidad Español en la Facultad de Lenguas y Letras de la UAQ. En el 2003 obtuvo el primer lugar de poesía con Espirales suicidas en el XIX Certamen Estatal Universitario de Poesía. En el 2006 publicó su cuadernillo Postmortem. En el 2011 el Fondo Editorial de Querétaro publicó su libro Álbum de negativos. Actualmente, por segunda ocasión, tiene la beca de la Fundación para las Letras Mexicana. Ha sido maestro de Lectura y Redacción a nivel preparatoria.



Canicas

Guerra de mundos multicolores,
el infierno es el círculo
que hemos dibujado sobre la tierra,
galaxia en movimiento.
Nos deslizamos en el vehículo esférico
hacia la derrota del otro:
ahogarse
estar en la raya
esconderse detrás de una piedra
todo el equilibrio de la vía láctea
está en saber cómo colocar la fuerza en los dedos,
el dolor en el pulgar,
la uña en el punto exacto.
Llegamos tarde a casa
con el polvo en los pantalones
de un planeta perdido
con las manos heridas de impulso
cinco mundos nuevos en la mochila
colores que nadie había conquistado
un regaño en la línea  inmóvil de crecer
y la comprensión del universo.





Patio

El soldado de arena se hunde en mis dedos
y avanza
por las ramas de una pirámide dorada.
Mi mano es la fuerza de gravedad de esta historia
donde aterrizan naves espaciales junto a flores amarillas.
El lodo que ha dejado la lluvia de hace una hora
es el pantano de esta selva donde habitan víboras y jaguares.
Un helicóptero siempre salva a mi héroe
de cualquier complicación
que puedan tejer los villanos de mi cabeza,
y con la sangre de este juego
alimento a los insectos que brotan de la tierra.
He vuelto al mismo lugar
y un láser ha destruido la jungla del árbol,
las grietas del cemento son ahora
trincheras para la infancia de mis sobrinos
donde algún día
ellos
también habrán de morir.







Celaya

Al abuelo, éste único recuerdo que le tengo.

Lees la biblia en un televisor blanco y negro.
Grietas dolorosas
las arrugas de las sábanas.
El silencio se estrella en la ventana
no puedes oír la lluvia,
un insecto ha inmovilizado tu cuerpo
y desde el techo te mira
-burlón-
agitar tus alas sobre el catre.
Tu pecho huele a hierro.
El azufre apesta en las bacinicas
donde has guardado el ámbar de tu aliento
que yace
entre orina y alcohol.
Ahogado en el sufrimiento de los hijos que ya no reconoces
visitas las imágenes de este cuarto
y buscas –desde la obscuridad -
el versículo que te salve del infierno.





I

Soy el tema ausente de mi padre en una conversación entre amigos.
Soy la bocanada que hiere la garganta de mi padre para que no me nombre.
Soy, en la mente de mi padre, un bolsillo sin un boleto de éxito.
Llevo mi vida vacía de él, y sólo tengo en la cartera
un par de identificaciones con su apellido.
Eso es todo.





V

Desde niño
daba filo a los dulces
que ponía debajo de mi lengua.
Te los regalo ahora
escupiéndolos
como flechas envenenadas.





VII

Nací sin alas
y a cambio tuve el don de lastimarlo.
Después la venganza será sencilla:
clavar la conciencia en la cruz de la casa
y mirar a mi padre limpiar la sangre.






X

Mi padre tenía un traje azul que me gustaba;
de niño me lo ponía para jugar a ser él.
Sin embargo nunca me enseñó a usarlo,
nunca me mostró cómo hacer un nudo en la corbata.
Un nudo en la garganta, me dijo,
y fue lo único que aprendí sobre sujetar lazos.






XI

El traje que sé usar es distinto:
piel y grasa
adheridos a la sal,
huesos y músculos
cosidos con sangre.





XIII

9:30 pm

Llegas del trabajo:
escucho tus pasos
como se escucha al miedo
en el laberinto.





XV

A mi madre, estas palabras que me prestó.
Y así,
repitiendo en la iglesia la promesa,
la hostia indisoluble,
la fruta de envejecer juntos,
condenados al ocaso de la mirada
de una virgen que se entregó
a la eternidad de tu cuerpo.
Será un ataúd de terciopelo
o las cenizas arrojadas al mar,
entonces te veré allí
desnudo,
pensando en el aleteo del humo
debajo del agua
y querrás volver
para satisfacer la duda
y volverás solo
con las heridas abiertas
¿de qué nos ha servido el tiempo
sino para morirnos?
Hablabas de la muerte
a solas
porque tenías miedo,
¿te acuerdas?,
amanecías con la esperanza,
la cruel esperanza
que no nos sirvió de nada.
Sólo tengo mis manos,
estas manos arrugadas
donde puede leerse tu tacto:
mis arrugas son el testamento de tu piel.
Desnuda
recorro mi cuerpo,
las cicatrices del alba en mis muslos,
nuestros seis hijos petrificados en mi vientre:
estatuas de sangre,
mármol de lo que fuimos.
He mirado mis senos
como se mira un cielo de estrellas fugaces
y tendré que llevarme todo,
robar la luz de todas las ventanas,
devolver estas palabras
ojos
de un hijo muerto.




XVI

Recostada en el sillón de la sala
mi madre dibuja círculos
con el humo que no fuma.
Piensa en el mar
quizás
por el frío terrible que se siente a 40° centígrados
en una casa de provincia
a las cuatro de la tarde.
Debe ser difícil abrazarse
después de tanto tiempo.
Mi madre extraña a mi padre
cuando el sol cae sobre el último ángulo del ventanal.
Ella sabe que en dos horas
al bajar por las escaleras
verá el saco de mi padre en el perchero
como se mira al tiempo
en los ojos de los hijos.







XXII

Aprendí a arrastrarme debajo de la cama
a jugar con arañas y polvo de zapatos viejos.
Fui un temido reptil
que gobernó esta habitación,
colgué del techo insectos heridos
para verlos morir
cada vez que mi padre
me llamaba a comer.






XXV

Nací a los 33 años,
el día de la muerte de mi padre.






Delirium tremens

Cuando el alcohol se desprende de mi sangre
el corazón podría detenerse
pero no:
la muerte apenas comienza.







Nicotina

Tijeras en las manos
que manchan de amarillo
los nervios cercenados de los dedos.







Psiconauta

Volvía de un viaje de psilocibina,
miraba la música en las nubes,
escuchaba Kuro
y escribía en mi cerebro
un poema que no olvidaría nunca.
Vi la substancia:
un claxon de luz estrellándose en mi vista,
luces amarillas suicidándose en rojo.




De  Álbum de negativos (Fondo Editorial de Querétaro, 2011)




El fumador

Los fantasmas surcan mi cabeza,
no sé disecarlos antes de su primer aleteo,
no sé cortar sus alas. Apago el cigarro
y las alas golpean otra vez mi tranquilidad.
Enciendo el siguiente. Reanudo el fuego.
Saco el humo: evidencia del crimen,
la habitación huele a plumas quemadas,
ojos, picos. Por dentro cantos agonizantes.
Enciendo cuatro, cinco más;
pero no logro matarlos,
la pequeña hoguera en la punta del cigarro me engaña:
los fantasmas siguen aleteando a pesar del incendio.






El crimen del suicida

Escucho a la tempestad:
el latido de mi consciencia,
la gotera en mi muñeca
que marca los segundos
como en el reloj del sentenciado a muerte.
La tormenta apaga las luces,
el gato se esconde asustado,
los recuerdos relampaguean:
la mirada de mi padre muerto,
el accidente. Las sirenas acercándose,
el temblor en mis piernas. La huida.
Mis pulmones silban
la canción  que pasaban en la radio antes de volcarnos.
No existen los accidentes. ¿Por qué aceleré tanto el coche?
El cuarto se  ilumina con la intensidad de mi culpa.
La gotera, como la lluvia, no cesa.
La memoria duele, pero la herida me hace olvidar.
El débil oleaje rojo llega a la roca:
la tina blanca recibe a mi sangre;
la culpa muere junto conmigo.




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