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domingo, 23 de septiembre de 2012

8052.- EDUARDO MARIÑO




Eduardo Mariño
Escritor venezolano (San Carlos, Cojedes, 1972). Ha sido coordinador editorial y de literatura del Instituto de Cultura del Estado Cojedes, coordinador de Unidades Técnicas del Museo Casa La Blanquera, y miembro del Consejo de Redacción de la revista Tiriguá. Es funcionario del Ministerio de Educación y Deportes desde 1999. Tiene publicados los libros Del diario de un cautivo (cuentos, Instituto de Cultura del Estado Cojedes, San Carlos, 1994), Por si los dioses mueren (poemas, Círculo de Escritores del estado Cojedes, San Carlos, 1995), Cacería (cuentos, Círculo de Escritores del estado Cojedes, San Carlos, 1999), La vida profana de Evaristo Jiménez (poemas, Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Caracas, 2002), La salvación por el hastío (cuentos, Fondo Editorial IPAS-ME, Caracas, 2005) y Silvia (novela, Editorial Verbigracia, España, 2005). Textos suyos aparecen en las antologías Nuevas voces (poemas, ICEC, 1993), Sombras que bajan por el río (cuentos, Unellez, 2001) Cuentos de la otredad (cuentos, Unellez, 2004) y en numerosos periódicos y revistas literarias dentro y fuera de su país, como Reverso (Guadalajara, México), Revista Nacional de Cultura (Caracas) y Papel Literario de El Nacional (Caracas). 
Su obra literaria se ha hecho merecedora del Premio Municipal de Literatura de la Alcaldía de San Carlos en 1994 y 1999 y el Premio Nacional de Poesía "Fernando Paz Castillo" en 2002. En 2001 ganó el III Concurso Nacional de Concursos y Relatos "Misterios Clásicos de la Llanura", organizado por la Unellez, y en 2004 el XII Concurso Anual de Literatura del IPAS-ME. El Centro Nacional del Libro le otorgó a La vida profana de Evaristo Jiménez el Premio Nacional del Libro, mención Creación Literaria, en el año 2003.




Ophelia

I

Esa noche podrían haberse jurado hasta la eternidad, como nosotros. De todas formas, la eternidad es un oficio que sólo se agradece en los escasos segundos antes de la palabra que de verdad te dolerá, o te hará glorioso, como una caricia al atardecer.

Le miras la camisita a rayas, el temblor en la mano y asumes que todo sobreviene como hecho o dibujado, como en un guión o una secuencia repetida en la memoria, una más de las pesarosas naderías que impiden el beso que los despide.



II

Ella vive un amor cuyo único y delicado sostén es la precariedad de dos o tres palabras, una tácita esperanza, la severidad de una búsqueda lapidaria y solitaria en su propia soledad. Luego Villon, en una mala versión al viejo inglés de Shakespeare:

Farewell! from you my miseries
Are more than now may be confessed,
And most by thee have I been blessed

Y al dar la vuelta al poema, tras el adiós breve y comedido, no halla culpa ni extrañeza: sólo el misericordioso sistema del despecho, es decir del desamor.



III

Sigue así: Se mira al espejo al entrar en el minúsculo recinto y apenas levanta la tapa del inodoro, le asusta comprobar que por tercera vez en la semana, el agua refleja un rostro que quizás no haría enternecer la sonrisa de sus padres.

Quita la tapa del jugo (melocotón para variar) y vacía en ella el oscuro letal polvo que supone le salvará (creyente al fin) de cualquier herida de este lado del mundo.

Más atrás, un par de pastillas le previenen aquello que algún remordimiento le anuncia.



IV

¿Qué puedo olvidar de sus olores, de sus susurros de entrepierna que la tela de la falda nunca vista, quizás el aire entre mi penosa imaginación y la posterior frustración agitaba? ¿Cómo podría olvidar una mano haber bebido un instante de su mano, haber lamido segundos en los dedos que fluyen lejos y se van sin saber el dueño, sin esperarlo? Demasiado para una mañana de abril, mucho para el espíritu y sin embargo, ahí estaba: perfecta, de azul y azul casi en la mirada perdida y nada hubiera sido perturbador, nada fuera de sitio o deslucido por los días y las malas palabras, las despedidas.

Pero su cadáver lánguido y hermoso parecía flotar boca abajo en el diminuto charco del baño, escasas tres horas después de que un antiguo poema le regalase un extraño sentido a todo, y nada es lo mismo cuando tanta gente le ha visto, casi indolente y yo me dispongo a hacer apuntes en torno al brillo del agua en los bordes de su aún erizada y turgente piel de semivirgen ahogada.

Del libro inédito Aprendizaje del Paraíso inferior




A plena luz del día

Soy una simple pregunta y me rompen las tardes de sol. Miro en silencio una sacudida, una trémula cerveza, ardores de humo y humo de ausencia. Eres el cigarrillo necesario en la justicia, el último deseo estremecido. La piel que me arranco a mordidas lleva por tatuaje tu absoluta respuesta.



Bocanada

Un rostro fijo en los años, eterno. Una voz que me adivina la incertidumbre, sacando a relucir viejas cuitas de la mano que protege la mirada. Su veloz incendio es el desolador de toda ternura, de toda intención de beso. Amor que se queda, que no pasa; espiral voluta de humo que va quebrando el reflejo de toda sombra.



De Profundis

Hay quien dice que el poema es como la perla: sudor de heridas, aspereza en la membrana. Deberían ser pescadores en los mares del Sur, evitarían tanto oscuro camino, tanto sórdido acecho.




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