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jueves, 23 de agosto de 2012

7624.- JEAN-LOUIS GIOVANNONI




Jean-Louis Giovannoni
Nace en Lyon (FRANCIA) en 1950 de padre corso y madre sarda. Su juventud está marcada por largas estancias en el pueblo paterno, al noroeste de la isla donde obtiene el bachillerato. Vuelve al continente y se instala en París donde trabaja como asistente social en un hospital psiquiátrico. Poco a poco rompe casi toda relación con Córcega, aunque su universo mineral, sus montes vuelven de forma casi obsesiva en su poesía. Empieza a escribir muy pronto, fundando en 1977 la revista Les Cahiers du double avec Raphaële George. Autor de unos veinte poemarios, la mayoría publicados en la editorial Unes, hay que destacar Garder le mort (Guardar al muerto, 1975), Ce lieu que les pierres regardent (Este lugar al que miran las piedras, (1984), L’invention de l’espace (La invención del espacio, 1992), además de sus traducciones de Pessoa y de Miguel Hernández y de numerosas colaboraciones con pintores. Está incluido en varias antologías de poesía francesa y traducido a varios idiomas.
Pasos de piedra ha sido publicado en 2004 en Méjico en una versión de Sergio Ávalos.



PASO JAPONÉS

No se puede escribir más que perdiendo
el cuerpo de lo que se nombra.

Nuestra mirada, nuestras palabras son exactamente
lo que hay que quitarle a las cosas
para que aparezcan.

No hay más tierra que aquella que dejamos
a cada instante.

Andamos
porque algo nos llama
en el espacio.

Vivir acaso no consiste
sino en quitarle a imágenes, palabras,
lo denso del olvido.

En nuestros dichos, en nuestras palabras
gana el vacío su desposeimiento.

Hablas y escribes para que las cosas
dejen de coincidir consigo mismas.

Uno no escribe para dar a las cosas un lugar: 
escribe para hacer lugar;
para que nunca llegue el árbol en su nombre 
y en lo que la designa calle
la piedra.

Hasta lo impronunciable necesita una orilla,
una piel.
Hasta lo impronunciable necesita palabras.

El nombre de las cosas nos deja vislumbrar
lo que podría ser un mundo desprendido
de sí mismo.

Escribir es darle agua a una fuente
para que descubra su sed.

Escribir es llamar, sobre todo llamar
para que nadie venga.

Todo conforme a su distancia.

Una forma sólo nace
con la clausura de otra.

La mirada del otro, eso sabes al menos,
te detiene, te impide caer fuera de ti.

Hablas, escribes para no perder
pie, para mantenerte a la distancia
de toda cosa.

Las palabras contienen el mundo para que
no se reviente, para que siga en su lugar.

Es un crimen querer exigir el silencio
dentro de sí: ¿quién hablaría
por todo lo que calla?

Se trata casi más de respirar
que de escribir.

Hablas para que en el fondo de tus palabras
se deposite lo que no debes pronunciar.

Las cosas toman la forma
de su silencio.

Cómo escribir aún cuando se sabe
que no hay palabra que contenga el cuerpo
de lo que nombra.

El cierre de las cosas es un sitio
del que puede partirse, comenzar.

Escribir para leer la propia voz
en la voz de otros.

Simple y sencillamente bordear el mundo.

Lo que no puedes pronunciar en una
cosa es precisamente lo que forma
su cuerpo.

Escribes para darle lugar a ese silencio,
y no para escuchar realmente
lo que dicen las palabras.

Busca sin tregua en ti donde se encuentra
la costura, para verificar como se liga
lo separado.

El espacio puede comenzar desde que una cosa
encuentra un borde.

La voz no cubre el silencio:
lo anuncia.

¿Puede ser que nuestras palabras sean
la única tierra en que uno puede establecerse?

JEAN-LOUIS GIOVANNONI Traducción de AURELIO ASIAIN



Nuestras palabras son el espacio
que le falta a este mundo.

Nuestras palabras
son la orilla del mundo. 

La orilla
que faltaba. 

El espacio no se franquea
se deduce de los propios pasos.

No se da cuerpo 
a las cosas
se las despoja de él.

No hay gesto 
sino en la llegada
y en la desaparición.

Se escribe 
para descargar al mundo
para que se desprenda
y comience

lejos 
de su propio abrazo.

No se da espacio
a las cosas
Se les vacía 
de esa atracción 
por lo interior.

Abrir el espacio
es empujar a las cosas
fuera de sí mismas.
No se gana el espacio
se le abandona
desde el primer paso. 

No es posible moverse
sino perdiendo
a cada momento
la tierra de uno.

Y cuanto más se nos presenta
de más hay que despojarse.

Toda esa gente que espera
que le abran un paso
que se le de un lugar
donde no va a estar
donde ya nada la retenga.

Basta con hablar 
para que los objetos se desprendan del fondo
se aireen.

Basta con que se nombre
algo
para que se aligere
no tenga ya la misma consistencia.

Basta con escribir una palabra
para que el mundo adquiera su extensión. 

Son nuestras palabras orilla
del que se puede partir.

Cuando se escribe 

el mundo respira

se retira 
lejos de sí mismo

como si avanzara
llevado por los vientos.

(De La invención del espacio)

(Traducciones de Amelia Gamoneda







Escribes para hacer algo de ruido, para oir pasar tu vida.

.

Tu écris pour faire un peu de bruit
pour entendre passer ta vie

*

Il est en nous un lieu
qui ne peut être touché
où personne ne viendra

où seule la douleur
peut parler

*

Hay un lugar
en cada uno de nosotros
un lugar que no puede tocarse
a donde nadie viene
en donde sólo el dolor
tiene derecho a la palabra







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