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sábado, 15 de septiembre de 2012

7975.- JORGE POLANCO SALINAS



JORGE POLANCO SALINAS (Valparaíso, CHILE 1977) 
Publicó: Las palabras callan –poesía- (Altazor Ediciones, Viña del Mar, 2005), y La zona muda. Una aproximación filosófica a la poesía de Enrique Lihn –ensayo- (Ril Editores y Universidad de Valparaíso, Santiago, 2004). Sala de espera (Alquimia Ediciones, Colección Ensayos con la ceniza 2011).

Además, editó dos plaquetas de poemas: Umbrales de luz -prosa poética- (Zorra poesía, Buenos Aires, 2007), y Ferrocarril Belgrano (Inubicalistas, Valparaíso, 2010). Actualmente colabora en diversas revistas de poesía, donde “su preocupación primordial reside en los umbrales de la palabra”.




Cuarenta  años

Eres un hombre de cuarenta años
con la vaga sensación de una juventud ruinosa
No has conseguido mayores logros,
salvo el apego incomprensible
y desesperado de una mujer que te observa
en la oscuridad. Eres un cuarentón,
y esta palabra también te abruma,
porque al finalizar el día piensas en el agotamiento
que debieron sentir otros hombres a esta edad,
cuando un hijo te llama antes de dormir
y no tienes certezas que decirle sobre el futuro,
salvo tal vez un beso en la frente,
recordando a tus padres a la misma edad
y con las mismas incertidumbres.

Eres un hombre que despiertas en la mañana
con la sensación de tu brazo estrangulando otros labios,
atrapado en una pieza vieja de Valparaíso
donde el amor es una mancha de humedad
de la que se quiere escapar a la primera luz del sol.
Luego a la noche
vuelves al cuarto sin ventanas
sentado, borracho en una acera,
sacándote los zapatos para no meter bulla.
Al pasar observas el espejo del comedor,
cuando unos pájaros emprenden su vuelo,
y uno de ellos se queda atrás
con una herida en su pie.

Seguramente en las pesadillas recuerdas la infancia,
esas tardes de inseguridad con los padres,
los vidrios rotos, los platos sucios y el vino por todas partes,
limpiando al otro día, como de costumbre,
las suciedades silenciosas que dejan los gritos
impregnados en los muros y las habitaciones.
Esos secretos que se guardan en los rincones de la casa,
sobre todo en la casa de los padres,
arrendada en la actualidad a otras familias
que pasarán tardes semejantes a las tuyas.

¿Cómo decirle a tus hijos que has deseado revertir
todo ese rencor en amor hacia ellos
pero que apenas puedes contigo,
en esos instantes de lucidez
cuando abrazas un vaso de alcohol antes de dormir?

Ya llegaste a la mitad de la vida
suponiendo que no se extenderá a los cien
-demasiado innecesaria-, hábito de la biología
en prolongarse y reproducir la especie.
A estas alturas no fuiste lo que te destinaban,
algo pasó en el camino: un extravío, una mujer,
una especie de insolación,
mientras vives con una familia de tramoya,
en el silencio de una casa
en la que todos quisieran dormir.

A veces te sorprendes murmurando,
sales a la esquina con la camisa, la corbata,
los calcetines revueltos del armario.
Vuelves la vista atrás con una lentitud pasmosa,
a la cama compartida donde ella dice tener depresión
y tú sólo escuchas la musicalidad de sus palabras
pensando que la casa está repleta de vidrios rotos.

Haces memoria de los golpes en la ventana,
las murallas raspadas por el sol
y la televisión encendida durante la noche.
La depresión tiene la imagen de una montaña
en la que se repite un extenuante monólogo,
un apretón de surcos en las manos
o una línea infranqueable dibujada en la frente.

Pero vuelves otra vez allí
con la vista perdida en la pared, el mentón temblando,
los brazos al costado, aguardando una respuesta
al otro extremo de la cama.





(los poemas)

Estuvimos tan cerca del silencio y tan lejos de la vida. No bastó correr descalzos, caer desvanecidos en la extenuante claridad del mediodía y traer al insomnio los pies heridos de lluvia. La lucidez solo llega de noche: cuotas de verdad aniquiladas lentas en el fuego, pavesas impulsadas como gusanos en el féretro, amores aporreados por el azadón anónimo del sepulturero. 

Hambrienta e insatisfecha la descarnada boca de madrugada arrasa con el rumor, la sombra, la endecha, la agonía. ¿Es tan lejos pedir y tan cerca saber que no hay? Los versos se extinguen como se extingue la oscuridad, como me extingo yo pausado en las palabras, como desaparece con el sol la sed en el cántaro. 

Pero ¿qué hacer Alejandra? La tristeza es torpe, necesita ocultarse en los párpados. 







Wang-Fô teje el estambre con la suavidad del laúd. 

Los colores fijan sus luces diamantinas, señales de una llamarada desmentida por un amasijo de manchas confusas. No se sabe si Wang-Fô desconfía demasiado o si el mundo no es más que un cúmulo de imágenes umbrías, borradas sin cesar por nuestras lágrimas. 

Los poetas también intentamos pintar las letras, uniendo la niebla del lenguaje, presintiendo los secretos íntimos de los recodos, como si las palabras ardieran y al mismo tiempo quemaran sus propias cenizas. 

Por eso los dos intuimos que la vida arañada por las palabras sólo abre la diáspora del alba.






Annabel Lee

Aparecen tus ojos inflamados de bruma, con los cuales miras en la noche, dentro de ese abismo la palabra se impone, el pensamiento no cesa. 

Los segundos, fijos en el reloj, se pierden entre las sabanas de ese rostro que desconozco en la mañana. Amordazada la cama se refleja en los espejos. De pronto despiertas del puente que nos escinde.

Estamos fracturados por los destellos que dividen nuestros cuerpos. Y uno se ve atrapado en esta cosa de decir algo, pero mientras más nos acercamos, más alcanzamos el paisaje. 
                                                                                                                                    a M. S.






Vasta es la casa que conecta con los muertos. La música arrastra su arquitectura invisible, no necesita de explicaciones. ¿Será verdad que en esta época de espera ya no existe más que decir?
El silencio, allá fuera, inunda las habitaciones, y tú aquí sentado deseas olvidarte un poco más de ti mismo. 
El lenguaje se resiste a la gotera del reloj, conserva sus repliegues. La paciencia teje la estancia dormida de las cosas. Los ancestros perduran en los intersticios de la vigilia y el sueño. Como ahora: la luz / redondea el espejo convexo / disolviéndose extenuada / al interior de su imagen interna Revela / las múltiples formas de los rostros / el dolor del hogar perdido / la oscura trama de la vida. 





La jardinera

Una intensa luz se recuesta en el jardín. Las palomas aparecen desde las sombras, vuelven del norte y sus gorjeos ruedan por la mañana. ¿dónde está el trino? La garganta se va anudando en el canto, y dices que al medio hay un abismo sin música ni luz. Deseo volver a la hiedra enraizada del diamante fino, estrechar la patria gastada con tu cruda voz. Ahora que nos derrumbamos como arena, y se avecina la espaciosa oscuridad, el jardín abandonado del canto herido retira su iluminación. En él se ve asomar la siembra podada por ti misma en los rincones de tu voz. 





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