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domingo, 17 de junio de 2012

7123.- JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN


Juan Zorrilla de San Martín (Montevideo, 28 de diciembre de 1855 — 3 de noviembre de 1931) fue un escritor, periodista, docente y diplomático uruguayo.
Nació en Montevideo el 28 de diciembre de 1855 Era hijo del español Juan Manuel Zorrilla de San Martín y de la uruguaya Alejandrina del Pozo y Aragón, familia muy católica. Su madre falleció cuando el poeta tenía apenas un año y medio de vida. Fue criado con cariño y dedicación por su tía Juliana del Pozo y Aragón, esposa de Martín García de Zúñiga.
Junto a su hermano Alejandro, en 1865 fue llevado por su padre a cursar sus estudios en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, República Argentina. Entre 1867 y 1872 estudió en el Colegio de los Padres Bayoneses, en Montevideo, lugar en el que comenzó sus estudios universitarios. Se recibió de bachiller en Santa Fe, en 1872. Entre 1874 y 1877 estudió en el Colegio de los Padres Jesuitas de Santiago de Chile hasta completar sus estudios como Licenciado en Letras y Ciencias Políticas. En ese período colaboró en la redacción de “La estrella de Chile” y publicó “Notas de un Himno”. En Chile recibió la influencia de las lecturas románticas de José Zorrilla, José de Espronceda y sobre todo, Gustavo Adolfo Bécquer.
En primeras nupcias se casó con Elvira Blanco Sienra, hija de Juan Ildefonso Blanco y nieta del Constituyente Juan Benito Blanco, con quien tuvo seis hijos. A pocos años de la muerte de ésta, contrajo enlace con su hermana, Concepción Blanco Sienra, quien le diera diez hijos. Hoy su descendencia alcanza casi las 800 personas.
Uno de sus hijos fue el escultor José Luis Zorrilla de San Martín, quien en 1921 dirigiera la última transformación de su casa del barrio montevideano de Punta Carretas, diseñando el actual comedor con la chimenea que lleva labrado en su parte superior el escudo de los Zorrilla de San Martín donde figura el lema “velar se debe la vida de tal suerte que viva quede en la muerte”. Entre sus descendientes se encuentran el ex diputado por San José y ex Embajador, Alejandro Zorrilla de San Martín, la actriz China Zorrilla, los pintores Alfredo Zorrilla, Enrique Zorrilla de San Martín y Miguel Herrera Zorrilla y el escritor Enrique Estrázulas, entre otros.

Escultura de Juan Zorrilla de San Martín en Punta Carretas, por su hijo José Luis.

Trayectoria

Sus actividades incluyeron:
Magistrado. Se desempeñó como Juez Letrado Departamental de Montevideo.
Político. Fue electo diputado por Montevideo (1888-1891). Fue un activista católico y promovió la creación de la Unión Cívica del Uruguay.
Periodista. Fundador del diario El Bien Público.
Diplomático. Ocupó las representaciones diplomáticas frente a España —país donde nació su hijo José Luis Zorrilla de San Martín—, Francia y el Vaticano.
Docente. Ocupó diversas cátedras en la Universidad de la República (Literatura, Derecho Internacional Público, Teoría del Arte).
El 18 de agosto de 1935, se declaró su casa, como museo por el Parlamento uruguayo a través de la Ley 9.595 .

Esculturas
Cruz del cerro Pan de Azúcar en Maldonado, Uruguay. Cruz de cemento de 35 ms de altura construida en 1933, concebida por Zorrilla de San Martín y el padre Engels Walters.

Poemas
Notas de un himno (1877)
La leyenda patria (1879)
Tabaré (1888)
La epopeya de Artigas (1910)
Rimas y leyendas
El ángel de los Charrúas
Imposible
Odio y amor
Siemprevivas
Tu y yo
Himno al árbol
Vestales

Juan Zorrilla de San Martín hacia la década de 1890.

Ensayos
Discurso de La Rábida (1892)
Resonancia del camino (1896)
Huerto cerrado (1900)
Conferencias y discursos (1905),
Detalles de la Historia Rioplatense (1917)
El sermón de la paz (1924)
El libro de Ruth (1928)
Ituzaingó
Artigas
Decadencial
Renacimiento

Óperas basadas en sus obras
Tabaré, ópera de Alfonso Broqua
Tabaré, ópera de Arturo Cosgaya Ceballos
Tabaré, ópera de Heliodoro Oseguera
Tabaré, ópera de Tomás Bretón
Tabaré (1923) ópera de Alfredo Luis Schiuma, estrenada en 1925 en el Teatro Colón de Buenos Aires

Museo Zorrilla


Museo Zorrilla en 2006.

La casa de Zorrilla, ubicada en el barrio montevideano de Punta Carretas entre las calles Zorilla de San Martín y Rambla Mahatma Gandhi, es actualmente un museo.
Comenzó a construirse en 1904, en una zona entonces despoblada. En 1921 hizo la última transformación, dirigida por su hijo, el escultor José Luis Zorrilla de San Martín, quien diseñó el actual comedor con la chimenea que lleva labrado en su parte superior el escudo de los Zorrilla de San Martín donde figura el lema “velar se debe la vida de tal suerte que viva quede en la muerte”.
En 1936 la casa pasó a ser propiedad del Estado. En 1942 se transformó en museo dependiente del Ministerio de Educación y Cultura, formando parte de una de las casas históricas pertenecientes al Museo Histórico Nacional de Uruguay.
Actualmente el museo es administrado por la "Comisión de Amigos del Museo Zorrilla", que recuperó el lugar y construyó una moderna sala donde se realizan eventos culturales, que hacen de este museo la “casa abierta” que fue en vida de Zorrilla.
Decía Zorrilla: “Toda mi vida está entre estas cuatro paredes, aquí están mis recuerdos de familia y el fruto de mis esfuerzos”.









Siemprevivas


¡A las flores emblema de la muerte,
las llaman siemprevivas!...
¿O será porque el vaho de las tumbas
sus ya marchitas hojas no marchita?


Al no poder llorar, ríen los hombres,
y, al mirarlos pasar, causan envidia.
¡Siemprevivas! si el bien tiene su llanto,
también tiene el dolor su amarga risa.












Vestales


Tomo tus flores secas; pienso y lloro...
Al reclinar en ellas mi cabeza,
¿por qué siento un almohada de pureza,
de frescura, de aroma, de ilusión?


Es que el recuerdo y el tranquilo llanto,
vestales que custodian los amores,
dan vida y dan perfumes a las flores
que la nieve del tiempo marchitó.










Imposible


Dejadme recordar; y en ese limbo
en que agitan sus alas los amores,
y suspiran insólitos rumores,
que el alma sabe traducir no más,
las palmas donde duermen los recuerdos
abaniquen mi frente soporosa,
que, al beso de su brisa mentirosa
en un seno de amor se dormirá.


¡Qué dulce realidad la del recuerdo,
vaga ilusión que a otra ilusión imita!
No entiendo el corazón cuando palpita,
mecido por su aliento celestial.
¡Y me habla tanto en su lenguaje mudo!
¿Cuándo lo entenderé? ... Cuando la vida,
en mundo de recuerdos convertida,
de mentiras engendre una verdad!







FRAGMENTOS DE TABARÉ




Fragmento I

Levantaré la losa de una tumba;
E, internándome en ella,
Encenderé en el fondo el pensamiento,
Que alumbrará la sociedad inmensa.

Dadme una lira y vamos: la de hierro,
La más pesada y negra;
Esa, la de apoyarse en las rodillas,
Y sostenerse con la mano trémula,

Mientras la azota el viento temeroso
Que silba en las tormentas,
Y, al golpe del granizo restallando,
Sus acordes difunde en las tinieblas;

La de cantar, sentado entre las ruinas,
Como el ave agorera;
La que, arrojada al fondo del abismo,
Del fondo del abismo nos contesta.

Al desgranarse las potentes notas
De sus heridas cuerdas,
Despertarán los ecos que han dormido
Sueño de siglos en la oscura huesa;

Y formarán la estrofa que revele
Que la muerte, piensa:
Resurrección de voces extinguidas,
Extraño acorde que en mi mente suene.




Fragmento II

Vosotros, los que amáis los imposibles;
Los que vivís la vida de la idea;
Los que sabéis de ignotas muchedumbres,
Que los espacios infinitos pueblan,

Y de esos seres que entran en las almas,
Y mensajes oscuros les revelan,
Desabrochan las flores en el campo,
Y encienden en el cielo las estrellas;

Los que escucháis quejidos y palabras
En el triste rumor de la hoja seca,
Y algo más que la idea del invierno,
Próximo y frío, a vuestra mente llega,

Al mirar que los vientos otoñales
Los árboles desnudan, y los dejan
Ateridos, inmóviles, deformes,
Como esqueletos de hermosuras muertas;

Seguidme, hasta saber de esas historias
Que el mar, y el cielo, y el dolor nos cuentan;
Que narran el ombú de nuestras lomas,
El verde canelón de las riberas,

La palina centenaria, el camalote,
El ñandubay, los talas y las ceibas:
La historia de la sangre de un desierto,
La triste historia de una raza muerta.

Y vosotros aún más, bardos amigos,
Trovadores galanos de mi tierra,
Vírgenes de mi patria y de mi raza,
Que templáis el laúd de los poetas;

Seguidme juntos, a escuchar las notas
De una elegía, que, en la patria nuestra,
El bosque entona, cuando queda solo,
Y todo duerme entre sus ramas quietas;

Crecen laureles, hijos de la noche,
Que esperan liras, para asirse a ellas,
Allá en la oscuridad, en que aún palpita
El grito del desierto y de la selva.





Fragmento III

¡Extraña y negra noche! ¿Dónde vamos?
¿Es esto cielo o tierra?
¿Es lo de arriba? ¿Lo de abajo? Es lo hondo,
Sin relación, ni espacio, ni barreras;

Sumersión del espíritu en lo oscuro,
Reino de las quimeras,
En que no sabe el pensamiento humano
Si desciende, o asciende, o se despeña;

El caos de la mente, que, pujante,
La inspiración ordena;
Los elementos vagos y dispersos
Que amasa el genio, y en la forma encierra.

Notas, palabras, llantos, alaridos,
Plegarias, anatemas,
Formas que pasan, puntos luminosos,
Gérmenes de imposibles existencias;

Vidas absurdas, en eterna busca
De cuerpos que no encuentran;
Días y noches en estrecho abrazo,
Que espacio y tiempo en que vivir esperan;

Líneas fosforescentes y fugaces,
Y que en los ojos quedan
Como estrofas de un himno bosquejado,
O gérmenes de auroras o de estrellas;

Colores que se funden y repelen
En inquietud eterna,
Ansias de luz, primeras vibraciones
Que no hallan ritmo, no dan lumbre, y cesan;

Tipos que hubieran sido, y que no fueron,
Y que aún el ser esperan;
Informes creaciones, que se mueven
Con una vida extraña o incompleta;

Proyectos, modelados por el tiempo,
De razas intermedias;
Principios sutilísimos, que oscilan
Entre la forma errante y la materia;

Voces que llaman, que interrogan siempre,
Sin encontrar respuesta;
Palabras de un idioma indefinible
Que no han hablado las humanas lenguas;

Acordes que, al brotar, rompen el arpa,
Y en los aires revientan
Estridentes, sin ritmo, como notas
De mil puntos diversos que se encuentran,

Y se abrazan en vano sin fundirse,
Y hasta esa misma repulsión ingénita,
Forma armonía, pero rara, absurda;
Música indescriptible, pero inmensa;

Rumor de silenciosas muchedumbres;
Tumu1tos que se alejan...
Todo se agita, en ronda atropellada,
En esta oscuridad que nos rodea;

Todo asalta en tropel al pensamiento,
Que en su seno penetra
A hacer inteligible lo confuso,
A refrenar lo que huye y se rebela;

A consagrar, del ritmo y del sonido,
La unión que viva eterna;
La del dolor y el alma con la línea;
De la palabra virgen con la idea;

Todo brota en tropel, al levantarse
La ponderosa piedra,
Como bandada de aves que, chirriando,
Brota del fondo de profunda cueva;

Nube con vida que, cobrando formas
Variables y quiméricas,
Se contrae, se alarga, y se resuelve,
Por sí misma empujada en las tinieblas.

Y así cuajó en mi mente, obedeciendo
A una atracción secreta,
Y entre risas, y llantos, y alaridos,
Se alzó la sombra de la raza muerta;

De aquella raza que pasó, desnuda
Y errante, por mi tierra,
Como el eco de un ruego no escuchado
Que, camino del cielo, el viento lleva.






Fragmento IV

Tipo soñado, sobre el haz surgido
De la infinita niebla;
Ensueño de una noche sin aurora,
Flor que una tumba alimentó en sus grietas:

Cuando veo tu imagen impalpable
Encarnar nuestra América,
Y fundirse en la estrofa transparente,
Darle su vida, y palpitar en ella;

Cuando creo formar el desposorio
De tu ignorada esencia
Con esa forma virgen, que los genios
Para su amor o su dolor encuentran;

Cuando creo infundirte, con mi vida,
El ser de la epopeya,
Y legarte a mi patria y a mi gloria,
Grande como mi amor y mi impotencia,

El más débil contacto de las formas
Desvanece tu huella,
Como al contacto de la luz, se apaga
El brillo sin calor de las luciérnagas.

Pero te vi. Flotabas en lo oscuro,
Como un jirón de niebla;
Afluían a ti, buscando vida,
Como a su centro acuden las moléculas,

Líneas, colores, notas de un acorde
Disperso, que frenéticas
Se buscaban en ti; palpitaciones
Que en ti buscaban corazón y arterias;

Miradas que luchaban en tus ojos
Por imprimir su huella,
Y lágrimas, y anhelos, y esperanzas,
Que en tu alma reclamaban existencia;

Todo lo de la raza: lo inaudito,
Lo que el tiempo dispersa,
Y no cabe en la forma limitada,
Y hace estallar la estrofa que lo encierra.

Ha quedado en mi espíritu tu sombra,
Como en los ojos quedan
Los puntos negros, de contornos ígneos,
Que deja en ellos una lumbre intensa...

¡Ah! no, no pasarás, como la nube
Que el agua inmóvil en su faz refleja;
Como esos sueños de la media noche
Que a la mañana ya no se recuerdan;

Yo te ofrezco, ¡oh ensueño de mis días!
La vida de mis cantos,
Que en la tierra vivirán más que yo: ¡Palpita y anda,
Forma imposible de la estirpe muerta!





Fragmento IX

Por allá, entre los árboles,
Apareció un momento
Tabaré, conduciendo a la española,
Y en la espesura se internó de nuevo.

De Blanca se escuchaban
Los débiles lamentos;
Aun vierte, sobre el hombro del charrúa,
El llanto aquel que reventó en su pecho.

El indio va callado,
Sigue, sigue corriendo,
Siempre empujado por la fuerza aquella
Que sacudió sus ateridos miembros.

Va insensible, agobiado,
Y en dirección al pueblo;
Siempre dejando, de su sangre fría,
Las gotas que aún le quedan, en suelo.

Grito de rabia y júbilo
Lanzó Gonzalo al verlo,
Y, como empuja el arco a la saeta,
De su ciega pasión lo empujó el vértigo.

Los ruidos de su arnés y de sus armas,
Al chocar con los árboles, se oyeron
Internarse saltando entre las breñas,
Y despertando los dormidos ecos.

Han seguido al hidalgo
El monje y los soldados. Allá adentro
Se va apagando el ruido de sus pasos;
El aire está y los árboles suspensos.

Un grito sofocado
Resuena a poco tiempo;
Tras él, clamores de dolor y angustia
Turban del bosque el funeral silencio...






Fragmento X

¡Cayó la flor al río!
Los temblorosos círculos concéntricos
Balancearon los verdes camalotes,
Y, entre los brazos del juncal, murieron.

Las grietas del sepulcro
Engendraron un lirio amarillento.
Tuvo el perfume de la flor caída,
Su misma extrema palidez... ¡Han muerto!

Así el himno cantaban
Los desmayados ecos;
Así lloraba el uruti en las ceibas,
Y se quejaba en el sauzal el viento.






Fragmento XI

Cuando al fondo del soto
El anciano llegó con los guerreros,
Tabaré, con el pecho atravesado,
Yacía inmóvil, en su sangre envuelto.

La espada del hidalgo
Goteaba sangre que regaba el suelo;
Blanca lanzaba clamorosos gritos...
Tabaré no se oía... Del aliento

De su vida quedaba
Un estertor apenas, que sus miembros
Extendidos en tierra recorría,
Y que en breve cesó... Pálido, trémulo,

Inmóvil, don Gonzalo,
Que aun oprimía el sanguinoso acero,
Miraba a Blanca, que, poblando el aire
De gritos de dolor, contra su seno

Estrechaba al charrúa,
Que dulce la miró, pero de nuevo
Tristemente cerró, para no abrirlos,
Los apagados ojos en silencio.

El indio oyó su nombre
Al derrumbarse en el instante eterno.
Blanca, desde la tierra, lo llamaba;
Lo llamaba, por fin, pero de lejos...

Ya Tabaré, a los hombres,
Ese postrer ensueño
No contará jamás... Está callado,
Callado para siempre, como el tiempo,

Como su raza,
Como el desierto,
Como tumba que el muerto ha abandonado:
¡Boca sin lengua, eternidad sin cielo!






Fragmento XII

Ahogada por las sombras,
La tarde va a morir. Vagos lamentos
Vienen, de los lejanos horizontes,
A estrecharse en el aire entre los ceibos.

Espíritus errantes e invisibles,
Desde los cuatro vientos,
Desde el mar y las sierras, han venido
Con la suprema queja del desierto:

Con la voz de los llanos y corrientes,
De los bosques inmensos,
De las dulces colinas uruguayas,
En que una raza dispersó sus huesos;

Voz de un mundo vacío que resuena;
Raro acorde, compuesto
De lejanos cantares o tumultos,
De alaridos, y lágrimas, y ruegos.

El sol entre los árboles
Ha dejado su adiós más lastimero,
Triste como la última mirada
De una virgen que fuere sonriendo.

Cuelgan, entre los árboles del bosque,
Largos crespones negros;
Cuelgan, entre los árboles, las sombras,
Que, como ayes informes, van cayendo.

Cuelgan, entre los árboles del bosque,
Tules amarillentos;
Cuelgan, entre los árboles, los últimos
Lampos de luz, como sudarios trémulos.

La luz y las tinieblas, en los aires,
Batallan un momento;
Extraña y negra forma cobra el bosque...
La noche sin aurora está en su seno.

Y, cual se oyen gotear, tras de la lluvia,
Después que cesa el viento,
Las empapadas ramas de los árboles,
O los mojados techos,

Brotan del bosque, en que el callado grupo
Está en la densa obscuridad envuelto,
Ya un metálico golpe en la armadura
Capitán o de un arcabucero;

Ya un sollozo de Blanca, aun abrazada
De Tabaré con el inmóvil cuerpo,
O una palabra, trémula y solemne,
De la oración del monje por los muertos.











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